Me siento a escribir. No sé sobre qué. De cierta forma eso me molesta, no tener la habilidad de ponerme a escribir lo que sea. Me decido por contar lo que estoy viendo. Sándor Márai dice, en Confesiones de un Burgués, que a veces no tenía ni idea qué escribir, entonces decidía contarlo todo acerca del vaso de agua que tenía enfrente.
Encima de la base del computador hay dos hojas: una cuadriculada y la otra pequeña y cuadrada, de esos bloques de hojas que tienen en los bancos, o en las oficinas, bueno, donde sea que estén o correspondan.
La hoja cuadriculada es vieja y tiene escrita una receta de galletas de navidad. Está ahí porque hace poco M. me llamó a pedirla, pues debía hacer galletas con sus hijos para una actividad del colegio. Se supone que se la iba a pasar Justo después de terminar nuestra conversación, pero me distraje con quién sabe qué asunto o pensamiento, y a la semana me volví a acordar.
Le escribí apenado por el olvido, y luego de pasarle la receta me dio las gracias como si nada. Quién sabe si habrá pensado algo como: “ ¿Ya para qué?”, o si su agradecimiento fue sincero; igual cumplí con el favor. Cumplir con los favores hace que uno se sienta bien, sin importar lo que piense el mundo entero.
El otro papel, el cuadrado, tiene una lista de productos de mercado: pan tajado, chocoramo mini, huevos y café. Parece una lista para un desayuno, incluido el chocoramo. A veces ese es el mío, junto con un café, cuando me da pereza preparar algo medianamente elaborado.
Eso me acuerda de Y. a quién alguna vez le conté que asistí a una charla de una coach en felicidad. En esa ocasión la mujer dijo que, para tener un buen día, uno tenía que hacer algo que le gustara mucho antes de salir para el trabajo. A Y. le gusta cocinar, y le dio la razón a la mujer, pues me contó que cuando se levanta más temprano para prepararse un desayuno especial, se siente mejor por el resto del día.
No tengo presente haber ido a comprar esos productos, pero aprovecho para comerme un chocoramo justo en este momento.
Ahora suena la alarma del celular. Me avisa que debo tomarme una pastilla. Dejo que suene por un rato. Me fastidia su ruido y me gustaría tirar el aparato por la ventana. No entiendo por qué estoy tan quisquilloso. La alarma y la pastilla que debo tomar, me recuerda algo que dice Millás en La Vida a Ratos:
“Ya tengo incorporadas cuatro pastillas que son para toda la vida.
Todos los días de mi puta vida me las he de tomar con el desayuno
o con la comida o con la cena. No se trata de un gran trabajo, pero
su ingesta posee un significado simbólico de la hostia. El significado
simbólico es que me hago viejo de manera real, palpable.”
Al final la alarma gana el duelo, me levanto a apagarla, y luego me tomo la puta pastilla
Voy por otro chocoramo.