Vivian Gornick dice que no se puede enseñar a escribir a las personas, que el don de la expresividad dramática, del sentido natural de la estructura y del uso del lenguaje, más allá de la descripción, son características innatas.
Yo no sé, pero en mi opinión no solicitada del día de hoy, creo que a esa postura le aplica la frase: “Fuertes declaraciones”.
Quizá Gornick estaba de mal genio cuando escribió eso, porque se había pegado en el dedo chiquito de un pie justo después de levantarse, y ese pequeño accidente le malogró el ánimo por el resto del día, o bien la encabronó, para ponerlo en términos más coloquiales.
Imagino que escribir si se puede enseñar; si no han tumbado de frente a las miles de personas, me incluyo, que alguna vez que han tomado un curso de escritura creativa en sus vidas.
Supongo también que para aprender a escribir no queda otra opción que hacerlo de manera frecuente, sin que importe mucho el resultado, sin esperar palmaditas en la espalda y, eso sí, dispuestos a aguantar críticas.
Dicho esto, personalmente me gustan los cursos de escritura donde uno recibe “teoría” en la clase y luego escribe en la casa. No me gusta cuando ponen a las personas a escribir ahí en vivo y en directo, en plena sesión del curso o taller.
Cuando me ha tocado así, siento que uno, sin ser plenamente consciente, intenta competir con el resto de participantes, y cuando se tiene afán de lucirse con un texto, solo se produce basura.
Algunos dirán que así es mucho mejor así, porque es experiencial y no sé qué más vainas, pero concibo este rollo de la escritura como algo íntimo, con la taza de café al lado y hurgando el cerebro a ver si se da con alguna idea a la que se le puedan arrancar unas cuantas palabras, y luego el crujir de los dedos, previo al momento de teclear, cuando por fin llega algo de inspiración.
Eso era todo. Mañana espero no estar tan opinionado.