Ubicuidad, me gusta esa palabra, es sonora, ¿no? Me gusta porque no se utiliza en las conversaciones habituales que tenemos. Cuando la incluimos en nuestro discurso, casi siempre hace referencia a la capacidad que tiene Dios de estar aquí y allá en un mismo instante.
Imaginemos entonces a Dios, sin ánimo de ofender a nadie, mucho menos al mismísimo Dios, que puede estar aquí, ahora mismo, examinando estas palabras, como ese punto de vista en tercera persona, que tiene una visión periférica del mundo que en el que se desenvuelve la historia, y que narra de manera omnisciente, reportando las acciones y eventos que observa.
A veces he escuchado decir, a personas que están muy ocupadas o que tienen varias cosas por hacer, frases tipo: “necesito poseer el don de la ubicuidad” para, ya sabemos, estar en dos lugares al mismo tiempo. Qué necesidad tan enfermiza de ser eficientes, de andar a mil, de abarcarlo todo, de no perdernos nada. De todas maneras, uno intenta apostarle a ese don de diferentes maneras.
Justo en este momento, tengo dos ventanas de Word abiertas. Estaba, digamos, presente en otro documento, en otro texto y me aburrí de escribirlo, así que abrí un documento nuevo para escribir esto. Mientras lo hago, intento darle vueltas en mí cabeza al otro texto para ver como lo voy a abordar, de qué manera lo voy a desarrollar, pero apenas comienzo a teclear en este, esas ideas sueltas que apenas se estaban formando en mí cabeza, se desvanecen como el humo de una fogata.
Esto me hace pensar que no puedo estar presente en dos textos al mismo tiempo, y que no poseo ubicuidad narrativa, es decir, tengo que prestarle toda la atención a lo que estoy escribiendo, porque como lo dijo Pedro Mairal, escribir significa bienestar, estar bien, estar presentes, que también significa dejar el afán.