Los diarios de Ribeyro, el escritor peruano. Los títulos de sus obras son únicos, atraen como un berraco. Busqué ese libro como loco desde que Millás lo mencionó en su diario novelado La vida a ratos, hasta que por fin lo conseguí. Pero no les vengo a hablar sobre ese libro, o si, en fin, vengo como siempre a escribir lo que salga…
Me despierto algo aturdido después de una siesta. Insisto que pasar del sueño a la vigilia tiene un componente traumático. Por instinto lo primero que hago es estirar un brazo y agarrar el celular. A pesar de tener desactivada las notificaciones y estar casi seguro de que no tengo nada nuevo por revisar, desbloqueo el aparato y me comienzo a meter a las redes sociales que tengo instaladas.
Lo mismo de siempre. Por más Scroll down que se haga uno se encuentra con mucho y nada; puro ruido , y el ruido distrae.
¿En qué momento pasamos a depender tanto de las redes sociales? Intento imaginar la época de nuestros padres. Seguro ellos no tenían necesidad de contarle al mundo entero qué hacían a cada instante o lo brillantes que eran en sus trabajos. imagino que eran tiempos con menos carga de ansiedad, porque si hay algo que a veces hacen a veces las redes sociales, quizás un efecto secundario de su uso, es hacernos sentir que estamos quedados, que vamos lento o hacemos las cosas mal. en fin, que por más esfuerzo que le metamos a la vida, tendemos hacia el fracaso.
Los diarios del escritor peruano me llevaron a pensar sobre esto. Fue una lectura lenta de más de dos años. una lectura, como yo les llamo, de a sorbitos,
Me encantan los diarios de los escritores y la manera en que narran lo cotidiano, Quizás el tamaño de sus entradas es lo que permite una lectura a sorbitos. Había meses que no tocaba el libro o, eventualmente, leía una o dos entradas por día, hasta que en un fin de semana tuve un arrebato lector y pense: lo termino este finde o no lo termino nunca. Creo que los diarios aplican para este tipo de lectura fragmentada.
Volviendo al tema del fracaso, una idea recurrente de Ribeyro es lo mucho que le angustiaba no haber escrito ninguna novela importante y haberse dedicado a escribir cuentos.
No puede evitar compararse con los demás escritores de la época: García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortazar,entre otros, cada uno con una novela de combate.Pero pues uno es uno, y los otros pues eso precisamente, otros, ¿acaso no? Cada quien con tumbao'. Eso es algo que intento repetirme todos los días, pero mi cabeza es muy dispersa y lo olvida con facilidad.
miércoles, 29 de noviembre de 2023
martes, 28 de noviembre de 2023
¿Por qué no se callan?
Pongo a preparar el café y busco los pasteles que D. nos trajo ayer. Son redondos, traen bocadillo o arequipe por dentro y vienen de a 5 en cada bolsa. Los pasteles de arequipe siempre me han parecido empalagosos, así que espero comerme uno de bocadillo.
El problema es que no hay forma de distinguirlos, pues son idénticos y vienen mezclados. La única opción sería clavarles un dedo para ver qué llevan por dentro. Me la juego por uno que está en la mitad e imagino que es una decisión de vida o muerte, que si el azar no está de mi lado y selecciono uno de arequipe, algo malo me va a ocurrir.
El sonido de la cafetera me indica que el café ya está listo. Sirvo un chorrito de leche en un pocillo –Una operación delicada, pues tiene que ser una medida exacta, para que no quede ni muy claro ni muy oscuro– la caliento en el microondas y luego le echo el café. Le doy un sorbo. Quedó bien, pienso.
También caliento el pastel –otra operación delicada, pues nada peor que quemarse la boca con bocadillo o arequipe–, me siento en la mesa y le doy un mordisco. Sonrío porque los dioses del azar me premiaron con un pastel de bocadillo.
Respiro tranquilo, ya nada malo me va a ocurrir.
Minutos después reviso el correo electrónico. En la bandeja de entrada no hay ningún mensaje importante y cuando estoy a punto de cerrarlo, me pregunto: ¿Y si un mensaje que me va a cambiar la vida llegó a la carpeta de spam? ¿Qué mensaje? No sé, que un estudio de Hollywood quiere encargarme un guion, por ejemplo. No importa que no haya escrito uno en mi vida, de tener el trabajo buscaría la forma de completarlo.
En la bandeja de Spam no está ese email del que les hablo.
En cambio, Una tal Mili me dice que me quedan menos de 4 horas. No sé para qué, de pronto si corro peligro y Mili sabe algo. Chris dice: “¡Dios mio! tienes que leer esto. Lauren me cuenta que casi todo está vendido y que solo quedan 4 plazas disponibles, pero ya conozco ese viejo truco para generar urgencia, así que decido ignorarla. Del banco Galicia, una entidad financiera argentina, me llaman Juan Marcos y me preguntan si conozco las ventajas de tener mis claves. Me llegan varios mensajes de ese Banco. Me preocupo un poco por Juan Marcos que no se debe estar enterando de nada concerniente a su cuenta bancaria. A esos mensajes se le suman varios de ofertas de Black Friday, ¿hasta cuando me van a llegar ese tipo de emails?
Demasiadas voces, demasiado ruido. ¿Por qué, más bien, no se callan y dejan que uno vaya por la vida cometiendo errores y ya está?
El problema es que no hay forma de distinguirlos, pues son idénticos y vienen mezclados. La única opción sería clavarles un dedo para ver qué llevan por dentro. Me la juego por uno que está en la mitad e imagino que es una decisión de vida o muerte, que si el azar no está de mi lado y selecciono uno de arequipe, algo malo me va a ocurrir.
El sonido de la cafetera me indica que el café ya está listo. Sirvo un chorrito de leche en un pocillo –Una operación delicada, pues tiene que ser una medida exacta, para que no quede ni muy claro ni muy oscuro– la caliento en el microondas y luego le echo el café. Le doy un sorbo. Quedó bien, pienso.
También caliento el pastel –otra operación delicada, pues nada peor que quemarse la boca con bocadillo o arequipe–, me siento en la mesa y le doy un mordisco. Sonrío porque los dioses del azar me premiaron con un pastel de bocadillo.
Respiro tranquilo, ya nada malo me va a ocurrir.
Minutos después reviso el correo electrónico. En la bandeja de entrada no hay ningún mensaje importante y cuando estoy a punto de cerrarlo, me pregunto: ¿Y si un mensaje que me va a cambiar la vida llegó a la carpeta de spam? ¿Qué mensaje? No sé, que un estudio de Hollywood quiere encargarme un guion, por ejemplo. No importa que no haya escrito uno en mi vida, de tener el trabajo buscaría la forma de completarlo.
En la bandeja de Spam no está ese email del que les hablo.
En cambio, Una tal Mili me dice que me quedan menos de 4 horas. No sé para qué, de pronto si corro peligro y Mili sabe algo. Chris dice: “¡Dios mio! tienes que leer esto. Lauren me cuenta que casi todo está vendido y que solo quedan 4 plazas disponibles, pero ya conozco ese viejo truco para generar urgencia, así que decido ignorarla. Del banco Galicia, una entidad financiera argentina, me llaman Juan Marcos y me preguntan si conozco las ventajas de tener mis claves. Me llegan varios mensajes de ese Banco. Me preocupo un poco por Juan Marcos que no se debe estar enterando de nada concerniente a su cuenta bancaria. A esos mensajes se le suman varios de ofertas de Black Friday, ¿hasta cuando me van a llegar ese tipo de emails?
Demasiadas voces, demasiado ruido. ¿Por qué, más bien, no se callan y dejan que uno vaya por la vida cometiendo errores y ya está?
lunes, 27 de noviembre de 2023
Con el libro físico hasta la muerte...o no
Al principio de los tiempos, bueno en verdad no, hace un tiempo, años digamos para no sonar tan ambiguo, me negaba a la idea de leer libros en formato digital. Con el libro físico hasta la muerte pensaba.
En ese entonces conocí a L. y me contó que había comprado un Kindle. ¿Un qué?, le pregunté. Entonces me explicó que era un aparatico en el que se podían almacenar miles de libros. Yo seguía firme con mi postura, y le dije que muy chévere y todo, pero que no lo iba a comprar, pues, ya saben, con el libro físico hasta la muerte.
Ella me miró como con cara de “te vas a tragar tus palabras”, y tenía razón. Para esa navidad caí en las garras del kindle y de ahí no sale nadie.
Eso no quiere decir que ya no compre libros físicos, pero su cantidad se ha reducido, además porque el espacio para almacenarlos comienza a ser un problema y uno no es ningún Humberto Eco para almacnar más de 30.000 libros. Hace poco veía fotos que algunas personas publicaban de sus bibliotecas y ya no les cabía ni un tinto.
Hace poco, la semana pasada para no sonar ambiguo, una mujer contó en Instagram que había comprado un e-reader, y preguntaba si era mejor leer en papel o en digital.
Yo le dije que en cuanto a ese tema un personaje de una novela afirmaba lo siguiente: La sopa es sopa sin importar el recipiente que la contenga.
La mujer estuvo de acuerdo y concluyó que lo único que ocurre es que cuando cambiamos de recipiente se crean nuevos rituales de lectura, y que los de leer en digital también los estaba disfrutando.
En ese entonces conocí a L. y me contó que había comprado un Kindle. ¿Un qué?, le pregunté. Entonces me explicó que era un aparatico en el que se podían almacenar miles de libros. Yo seguía firme con mi postura, y le dije que muy chévere y todo, pero que no lo iba a comprar, pues, ya saben, con el libro físico hasta la muerte.
Ella me miró como con cara de “te vas a tragar tus palabras”, y tenía razón. Para esa navidad caí en las garras del kindle y de ahí no sale nadie.
Eso no quiere decir que ya no compre libros físicos, pero su cantidad se ha reducido, además porque el espacio para almacenarlos comienza a ser un problema y uno no es ningún Humberto Eco para almacnar más de 30.000 libros. Hace poco veía fotos que algunas personas publicaban de sus bibliotecas y ya no les cabía ni un tinto.
Hace poco, la semana pasada para no sonar ambiguo, una mujer contó en Instagram que había comprado un e-reader, y preguntaba si era mejor leer en papel o en digital.
Yo le dije que en cuanto a ese tema un personaje de una novela afirmaba lo siguiente: La sopa es sopa sin importar el recipiente que la contenga.
La mujer estuvo de acuerdo y concluyó que lo único que ocurre es que cuando cambiamos de recipiente se crean nuevos rituales de lectura, y que los de leer en digital también los estaba disfrutando.
viernes, 24 de noviembre de 2023
Lecturas que no fueron
Desempaco dos cajas con libros.
Los voy organizando encima de la cama por autor o género, pero al poco rato me aburro y los pongo en la biblioteca a la maldita sea, es decir, sin importar cuáles sean sus vecinos, pues prefiero la aleatoriedad que un orden preestablecido. De todas formas no es que sean muchos. Entonces, por ejemplo, Balsa de Fuego, del melómano Juan Carlos Garay, queda al lado de Conversaciones en la Catedral de Vargas Llosa, y el del escritor peruano junto a The wind-up bird chronicle de Murakami.
En medio de mi tarea me encuentro con un par de novelas que no terminé de leer y otras que no me impactaron tanto como esperaba. Entre los primeras se encuentra El Péndulo de Focault de Umberto Eco y El asesino ciego de Margartet Atwood. Con el de Eco me di cuenta de que no estaba conectando con la novela después de empacarme 700 páginas. En esa época apenas estaba dejando el mal vicio de obligarme a terminar de leer los libros empezados y por eso demoré tanto la decisión de abandonar la lectura.
El de Atwood lo compré luego de la charla de esa autora en una edición del Hay Festival, porque la académica Azar Nafisi menciona esa novela en su libro Leer Lolita en Tehrán. Al momento de las preguntas en la charla de Atwood quedé con la mano levantada. Quería saber cuál de sus obras le gustaba más; por alguna razón imagino que no es el Cuento de la criada, y esperaba que me dijera que era el Asesino Ciego, pero al final no supe y me aventuré a comprarla.
Nafisi dice que en es una joya en cuanto a técnica narrativa, porque es una novela dentro de una novela, pero tampoco me pude conectar con la historia y por eso abandoné su lectura.
Del segundo grupo está Pedro Páramo, un libro que leí pero que no me impactó tanto como esperaba. Quizá llegué a él con mucha expectativa y lo leí casi de un tirón, sin disfrutarlo como debía ser o simplemente no me gustó y ya está.
Ahí están esos libros. Quizás algún día me anime a leerlos, pero quién sabe. Últimamente he pensado que apenas se termine de leer un libro, uno más bien debería rotarlo, que almacenarlos en bibliotecas es pura vanidad. Eso es lo que pienso, aunque me costaría un montón desprenderme de los que acabo de desempacar, en fin.
Sea como sea, la consigna es leer y releer libros si se quiere. También creo que uno está en su derecho de abandonar lecturas y decir que una obra no le gustó por más que la crítica y los expertos la aclamen o la consideren un clásico.
Los voy organizando encima de la cama por autor o género, pero al poco rato me aburro y los pongo en la biblioteca a la maldita sea, es decir, sin importar cuáles sean sus vecinos, pues prefiero la aleatoriedad que un orden preestablecido. De todas formas no es que sean muchos. Entonces, por ejemplo, Balsa de Fuego, del melómano Juan Carlos Garay, queda al lado de Conversaciones en la Catedral de Vargas Llosa, y el del escritor peruano junto a The wind-up bird chronicle de Murakami.
En medio de mi tarea me encuentro con un par de novelas que no terminé de leer y otras que no me impactaron tanto como esperaba. Entre los primeras se encuentra El Péndulo de Focault de Umberto Eco y El asesino ciego de Margartet Atwood. Con el de Eco me di cuenta de que no estaba conectando con la novela después de empacarme 700 páginas. En esa época apenas estaba dejando el mal vicio de obligarme a terminar de leer los libros empezados y por eso demoré tanto la decisión de abandonar la lectura.
El de Atwood lo compré luego de la charla de esa autora en una edición del Hay Festival, porque la académica Azar Nafisi menciona esa novela en su libro Leer Lolita en Tehrán. Al momento de las preguntas en la charla de Atwood quedé con la mano levantada. Quería saber cuál de sus obras le gustaba más; por alguna razón imagino que no es el Cuento de la criada, y esperaba que me dijera que era el Asesino Ciego, pero al final no supe y me aventuré a comprarla.
Nafisi dice que en es una joya en cuanto a técnica narrativa, porque es una novela dentro de una novela, pero tampoco me pude conectar con la historia y por eso abandoné su lectura.
Del segundo grupo está Pedro Páramo, un libro que leí pero que no me impactó tanto como esperaba. Quizá llegué a él con mucha expectativa y lo leí casi de un tirón, sin disfrutarlo como debía ser o simplemente no me gustó y ya está.
Ahí están esos libros. Quizás algún día me anime a leerlos, pero quién sabe. Últimamente he pensado que apenas se termine de leer un libro, uno más bien debería rotarlo, que almacenarlos en bibliotecas es pura vanidad. Eso es lo que pienso, aunque me costaría un montón desprenderme de los que acabo de desempacar, en fin.
Sea como sea, la consigna es leer y releer libros si se quiere. También creo que uno está en su derecho de abandonar lecturas y decir que una obra no le gustó por más que la crítica y los expertos la aclamen o la consideren un clásico.
miércoles, 22 de noviembre de 2023
Desayunos de trabajo
En una mesa de la terraza de un café se encuentra un grupo de oficinistas. Son 8 personas. Tanto hombres como mujeres están muy arreglados, producidos, digamos. Parece que celebran, si el término aplica, un desayuno de trabajo. Entre ellos se encuentra una mujer muy atractiva, o por lo menos así me parece. Su piel blanca contrasta con una larga cabellera oscura, pero mientras los demás hacen bromas y ríen, ella no puede evitar de hacer mala cara. Parece que no quiere estar ahí, como si pensara que desayunar y trabajar son actividades independientes, que no me vengan con mamadas, como diría un mexicano, se hace una cosa o la otra, pero no las dos al mismo tiempo.
Ocupo una de las mesas dentro del local y poco tiempo después de hacer mi pedido dos hombres y una mujer se sientan en la mesa de al lado. Uno de ellos, quizás el jefe, saca su portátil, comienza a teclear con furia y a hacerle preguntas a sus acompañantes. Una mesera llega y les pasa las cartas. Dejan de discutir cuestiones laborales por un momento, mientras deciden qué van a ordenar. Alcanzo a escuchar que se deciden por un té, un chocolate y unos huevos.
Tiempo después cuando les llega el pedido, la mujer dice: “uff esto está como para un coma diabético”. El hombre que está a su lado ríe y también menciona algo relacionado con la bebida. Por un momento se olvidan del trabajo y se ponen a hablar de comida, qué les gusta y qué no, hasta que el jefe, que no ha participado en la conversación les dice: “Bueno ya, concentrémonos de nuevo en el trabajo”. “Si que pena, es que me distraje”, responde la mujer.
Mi cafecito ya está en las últimas, le doy el último sorbo y abandonó el lugar junto con sus desayunos de trabajo.
Ocupo una de las mesas dentro del local y poco tiempo después de hacer mi pedido dos hombres y una mujer se sientan en la mesa de al lado. Uno de ellos, quizás el jefe, saca su portátil, comienza a teclear con furia y a hacerle preguntas a sus acompañantes. Una mesera llega y les pasa las cartas. Dejan de discutir cuestiones laborales por un momento, mientras deciden qué van a ordenar. Alcanzo a escuchar que se deciden por un té, un chocolate y unos huevos.
Tiempo después cuando les llega el pedido, la mujer dice: “uff esto está como para un coma diabético”. El hombre que está a su lado ríe y también menciona algo relacionado con la bebida. Por un momento se olvidan del trabajo y se ponen a hablar de comida, qué les gusta y qué no, hasta que el jefe, que no ha participado en la conversación les dice: “Bueno ya, concentrémonos de nuevo en el trabajo”. “Si que pena, es que me distraje”, responde la mujer.
Mi cafecito ya está en las últimas, le doy el último sorbo y abandonó el lugar junto con sus desayunos de trabajo.
viernes, 17 de noviembre de 2023
¿Qué puede salir?
Hablo de este arrume de palabras . Llevo un buen rato sentado en el computador, con ganas de escribir algo pero caí en una página de internet que me llevó a otra, esa otra a otra más y así hasta que llegué a la conclusión de que tenía hambre, fui a la cocina y me empaqué un ponque Gala –Uno de chocolate, es el mejor–, volví a mi escritorio, por fin cerré el navegador de internet y me dije: mí mismo, escribamos algo. ¿Qué?, me pregunte. No importa, lo que sea, contesté, entonces heme aquí haciéndome caso.
Lo único que se me viene a la cabeza en este momento es hablar sobre Nervio Óptico, una novela de Maria Gainza que se me aparece esporádicamente desde hace algunos años y de la que he escuchado muy buenos comentarios.
Ayer vi el video de una librera que hablaba sobre escritoras contemporaneas y mencionaba esa novela, pero mencionó otra que quiero leer primero: Conjunto Vacío de Verónica Gerber que, según tengo entendido, trata de explicar las relaciones humanas por medio de la teoría de conjuntos.
Si yo escribiera una novela con un tema medianamente similar, creo que trataría sobre el complemento de la teoría de probabilidades. Voy a intentar explicarlo, pero no prometo nada.
Imagine usted, estimado lector que existe un evento A cualquiera, qué sé yo, tomar un puesto de trabajo. Entonces el complemento es todo aquello que ocurre de forma simultánea, pero que no está contenido A, no ser seleccionado para el trabajo, morir, lo que sea, y el resultado que de 1-A es lo que se llama complemento.
Me vengo a enterar que eso del complemento también tiene que ver con teoría de conjuntos, entonces mejor no escribo nada y me leo la novela de Verónica, pues puede ser que ella ya haya tocado el tema del complemento. ¿Además para qué complicarse? Llámenme flojo o lo que quieran, pero está claro que ser lector es más fácil que ser escritor.
Lo único que se me viene a la cabeza en este momento es hablar sobre Nervio Óptico, una novela de Maria Gainza que se me aparece esporádicamente desde hace algunos años y de la que he escuchado muy buenos comentarios.
Ayer vi el video de una librera que hablaba sobre escritoras contemporaneas y mencionaba esa novela, pero mencionó otra que quiero leer primero: Conjunto Vacío de Verónica Gerber que, según tengo entendido, trata de explicar las relaciones humanas por medio de la teoría de conjuntos.
Si yo escribiera una novela con un tema medianamente similar, creo que trataría sobre el complemento de la teoría de probabilidades. Voy a intentar explicarlo, pero no prometo nada.
Imagine usted, estimado lector que existe un evento A cualquiera, qué sé yo, tomar un puesto de trabajo. Entonces el complemento es todo aquello que ocurre de forma simultánea, pero que no está contenido A, no ser seleccionado para el trabajo, morir, lo que sea, y el resultado que de 1-A es lo que se llama complemento.
Me vengo a enterar que eso del complemento también tiene que ver con teoría de conjuntos, entonces mejor no escribo nada y me leo la novela de Verónica, pues puede ser que ella ya haya tocado el tema del complemento. ¿Además para qué complicarse? Llámenme flojo o lo que quieran, pero está claro que ser lector es más fácil que ser escritor.
jueves, 16 de noviembre de 2023
My immortal
La canción de Evanescence.
No me disgusta, pero no soy fanático de ese grupo. ¿Entonces por qué hablo de ella? Stick around, como dirían los gringos, para saberlo.
Una vez, parece que fue hace siglos, hice parte de un ensamble musical. Éramos personas de diferentes carreras y tocábamos covers de rock.
Uno de los estudiantes, el encargado de ensamblarnos, tenía conocimientos musicales y era el que dirigía la vaina. La metodología era sencilla: una persona proponía una canción y se miraba que tan complicado sería montarla.
Daniela, una mujer de pinta gótica, propuso My immortal porque le encantaba Evanescence. En un principio el cover iba a ser de la versión original que es solo con piano, pero en el grupo había un metalero de pura cepa: chaqueta de cuero negra con taches y botas punteras, que no estuvo de acuerdo.
Ese hombre, que se creía de una raza superior porque le gustaba el metal, quería hacer parte de todo, así que protestó y dijo que era mejor la versión que tiene guitarra eléctrica y batería.
¿Quién toca la batería?, preguntó alguien y yo levanté la mano y me aventé sin pensarlo, sin tener muy claro el ritmo de la canción.
Comenzamos a ensayar y Daniela, muy mamasita ella con su maquillaje oscuro, tuvo la paciencia de cantarla ene veces para enseñarme en qué compás debía entrar, con un corte sencillo que comenzaba en el redoblante y luego se paseaba por dos toms de aire.
La noche antes de nuestra presentación, la ensayé practicando batería aérea hasta el cansancio. Hasta que los tiempos se fusionaran conmigo y no fuera necesario tener que contarlos en mi cabeza.
Al final lo logré, pero ahora me preocupaba que mis brazos se enredaran con el corte que debía hacer. En apariencia era sencillo, pero si lo iniciaba con la mano que no era, todo se iría al carajo.
La noche de la presentación, que era al aire libre, hacía mucho frío, pero me lo tuve que chupar porque era muy incomodo tocar con la chaqueta puesta. Por fin llego el momento de inmortalizarme.
Comenzó la canción con el piano y Daniela cantando:
Fear era el que yo tenía ahí detrás, esperando el momento para entrar en acción.
Racatacapum! Entró la batería junto con la guitarra. Ya una vez montado en la canción, el resto fue pura carpintería.
No me disgusta, pero no soy fanático de ese grupo. ¿Entonces por qué hablo de ella? Stick around, como dirían los gringos, para saberlo.
Una vez, parece que fue hace siglos, hice parte de un ensamble musical. Éramos personas de diferentes carreras y tocábamos covers de rock.
Uno de los estudiantes, el encargado de ensamblarnos, tenía conocimientos musicales y era el que dirigía la vaina. La metodología era sencilla: una persona proponía una canción y se miraba que tan complicado sería montarla.
Daniela, una mujer de pinta gótica, propuso My immortal porque le encantaba Evanescence. En un principio el cover iba a ser de la versión original que es solo con piano, pero en el grupo había un metalero de pura cepa: chaqueta de cuero negra con taches y botas punteras, que no estuvo de acuerdo.
Ese hombre, que se creía de una raza superior porque le gustaba el metal, quería hacer parte de todo, así que protestó y dijo que era mejor la versión que tiene guitarra eléctrica y batería.
¿Quién toca la batería?, preguntó alguien y yo levanté la mano y me aventé sin pensarlo, sin tener muy claro el ritmo de la canción.
Comenzamos a ensayar y Daniela, muy mamasita ella con su maquillaje oscuro, tuvo la paciencia de cantarla ene veces para enseñarme en qué compás debía entrar, con un corte sencillo que comenzaba en el redoblante y luego se paseaba por dos toms de aire.
La noche antes de nuestra presentación, la ensayé practicando batería aérea hasta el cansancio. Hasta que los tiempos se fusionaran conmigo y no fuera necesario tener que contarlos en mi cabeza.
Al final lo logré, pero ahora me preocupaba que mis brazos se enredaran con el corte que debía hacer. En apariencia era sencillo, pero si lo iniciaba con la mano que no era, todo se iría al carajo.
La noche de la presentación, que era al aire libre, hacía mucho frío, pero me lo tuve que chupar porque era muy incomodo tocar con la chaqueta puesta. Por fin llego el momento de inmortalizarme.
Comenzó la canción con el piano y Daniela cantando:
I'm so tired of being here
Suppressed by all my childish fears…
Fear era el que yo tenía ahí detrás, esperando el momento para entrar en acción.
I've tried so hard to tell myself that you're gone
But though you're still with me, I've been alone, Im alone...
Racatacapum! Entró la batería junto con la guitarra. Ya una vez montado en la canción, el resto fue pura carpintería.
martes, 14 de noviembre de 2023
John Wick y las ganas de escribir algo
Hace un momento pensé en sentarme a ver la última película de la saga John Wick. Cuando estaba a punto de prender el televisor se apoderó de mí un cansancio infinito, milenario podría decirse, que seguro me iba a hacer dormir la película.
Además también me dieron ganas de escribir algo y por eso heme aquí juntando estas palabras, ese algo que no tengo muy claro qué es. Además recordé que la película es un larguero de más de dos horas y hace unos días que también me propuse verla, desistí del plan porque me dio pereza.
Imagino que es una cuestión de paciencia, y que a medida que uno envejece esta disminuye. Por eso ciertos planes que se hacían antes ya no tienen la misma acogida.
Hablando del John Wick, porque la verdad no se me ocurre qué más contarles (a veces las ganas de escribir aparecen sin tema alguno), recuerdo que vi una de esas películas en cine. Desde el minuto uno es pura patazera: bala y puño a lo desgualetao’ y el personaje, sabrán ustedes, no es el más delicado del mundo. En la escena John Wick repartía pata y puño a quien se le atravesara y el que no se llevaba un golpe tenía la fortuna de que lo llenaran de plomo.
Ante tal escena violenta ,una señora que estaba en la fila de atrás con el hijo, dijo de forma involuntaria y en voz alta lo siguiente: ¡Uish que tipo tan brusco!, y ya no recuerdo si dejo la sala o se aguantó toda la película.
Yo le di la razón mentalmente, y sonreí porque me causó gracia la forma en que dijo brusco, pero me pareció que quienes intentaban atacar a Wick, merecían que los atendiera de tal manera.
A veces, por más malo que nos parezca una situación, lo mejor es dejar que el curso de la vida siga, porque uno no sabe con que Wick se puede estar atravesando, ¿no creen?
Además también me dieron ganas de escribir algo y por eso heme aquí juntando estas palabras, ese algo que no tengo muy claro qué es. Además recordé que la película es un larguero de más de dos horas y hace unos días que también me propuse verla, desistí del plan porque me dio pereza.
Imagino que es una cuestión de paciencia, y que a medida que uno envejece esta disminuye. Por eso ciertos planes que se hacían antes ya no tienen la misma acogida.
Hablando del John Wick, porque la verdad no se me ocurre qué más contarles (a veces las ganas de escribir aparecen sin tema alguno), recuerdo que vi una de esas películas en cine. Desde el minuto uno es pura patazera: bala y puño a lo desgualetao’ y el personaje, sabrán ustedes, no es el más delicado del mundo. En la escena John Wick repartía pata y puño a quien se le atravesara y el que no se llevaba un golpe tenía la fortuna de que lo llenaran de plomo.
Ante tal escena violenta ,una señora que estaba en la fila de atrás con el hijo, dijo de forma involuntaria y en voz alta lo siguiente: ¡Uish que tipo tan brusco!, y ya no recuerdo si dejo la sala o se aguantó toda la película.
Yo le di la razón mentalmente, y sonreí porque me causó gracia la forma en que dijo brusco, pero me pareció que quienes intentaban atacar a Wick, merecían que los atendiera de tal manera.
A veces, por más malo que nos parezca una situación, lo mejor es dejar que el curso de la vida siga, porque uno no sabe con que Wick se puede estar atravesando, ¿no creen?
sábado, 11 de noviembre de 2023
Carlos, tu tío el agente secreto
Espero a mi hermana en un café.
en una mesa enfrente de la mía una mujer y un hombre trabajan concentrados en sus máquinas portátiles, y muy de vez en cuando cruzan alguna palabra. Al fondo una mujer corta trozos grandes de una pedazo de torta, se los lleva a la boca y luego le da un sorbo a su bebida.
En otra mesa una mujer sienta a su hija con su perro Shih Tzu, le da dinero de su billetera y abandona el lugar. Al rato la adolescente se levanta y compra un granizado repleto de crema chantilly en la parte superior y vuelve con su perro a la misma mesa a, supongo, esperar a su madre.
Todas las personas de las que hablo, al parecer, son normales, iran por la vida con trabajos y ocupaciones comunes y corrientes, qué se yo: Hacer mercado, pagar facturas, atender un negocio, lo que sea.
Todas menos el hombre que se encuentra a mis espaldas sentado en una barra. Lleva una chaqueta azul y una camisa a cuadros. Me doy cuenta de su presencia porque no deja de golpear su vaso de café sobre una barra, quién sabe llevando qué ritmo de una melodía que tararea mentalmente.
Volteo a mirarlo y luce tan normal como el resto de personas del lugar. Se me ocurre pensar que podría ser el tío de alguien, por ejemplo, de la adolescente que bebe granizado y acaricia a su perro.
El hombre ya acabó su bebida y cree que eso le da derecho a hacer ruido con el vaso de cartón. Tiene su mirada fija en un punto, al tiempo que está perdido quién sabe en qué pensamiento. De repente otro hombre se sienta en la otra silla que está disponible en la barra y le dice algo. Intento agudizar el oído, pero no logro descifrar sobre qué hablan. Lo más probable es que sean mensajes en clave.
El Tío Carlos no voltea a mirarlo, y dice algo sin dejar de mirar el mismo punto. Intercambian un par de frases y el hombre que llegó se pone de pie y deja del lugar.
No queda duda que el hombre de chaqueta azul, con pinta del tío Carlos, es un agente secreto.
en una mesa enfrente de la mía una mujer y un hombre trabajan concentrados en sus máquinas portátiles, y muy de vez en cuando cruzan alguna palabra. Al fondo una mujer corta trozos grandes de una pedazo de torta, se los lleva a la boca y luego le da un sorbo a su bebida.
En otra mesa una mujer sienta a su hija con su perro Shih Tzu, le da dinero de su billetera y abandona el lugar. Al rato la adolescente se levanta y compra un granizado repleto de crema chantilly en la parte superior y vuelve con su perro a la misma mesa a, supongo, esperar a su madre.
Todas las personas de las que hablo, al parecer, son normales, iran por la vida con trabajos y ocupaciones comunes y corrientes, qué se yo: Hacer mercado, pagar facturas, atender un negocio, lo que sea.
Todas menos el hombre que se encuentra a mis espaldas sentado en una barra. Lleva una chaqueta azul y una camisa a cuadros. Me doy cuenta de su presencia porque no deja de golpear su vaso de café sobre una barra, quién sabe llevando qué ritmo de una melodía que tararea mentalmente.
Volteo a mirarlo y luce tan normal como el resto de personas del lugar. Se me ocurre pensar que podría ser el tío de alguien, por ejemplo, de la adolescente que bebe granizado y acaricia a su perro.
El hombre ya acabó su bebida y cree que eso le da derecho a hacer ruido con el vaso de cartón. Tiene su mirada fija en un punto, al tiempo que está perdido quién sabe en qué pensamiento. De repente otro hombre se sienta en la otra silla que está disponible en la barra y le dice algo. Intento agudizar el oído, pero no logro descifrar sobre qué hablan. Lo más probable es que sean mensajes en clave.
El Tío Carlos no voltea a mirarlo, y dice algo sin dejar de mirar el mismo punto. Intercambian un par de frases y el hombre que llegó se pone de pie y deja del lugar.
No queda duda que el hombre de chaqueta azul, con pinta del tío Carlos, es un agente secreto.
jueves, 9 de noviembre de 2023
De los puntos de vista
En la reunión tocamos el tema del punto de vista porque una de las historias que discutimos tiene un cambio de primera a tercera persona. Para algunos resultó casi imperceptible y en cambio otros notaron esa disonancia narrativa.
Se supone que lo normal, lo sano, por decirlo de alguna manera, es mantener la misma voz a lo largo de un relato, aunque hay veces que la palanca narrativa se salta de forma inconsciente y se hace un cambio sin querer.
P. pregunta qué tan válido es hacer esos cambios. Le digo que si se pueden lograr, pero que hay que tratarlos con cuidado, y le pongo como ejemplo la Casa de los Espíritus de isabel Allende, cuya narración cambia de primera a tercera persona en la mayoría de capítulos.
V. dice que en novela es más fácil hacerlo y creo que tiene razón, pues como dice Rosa Montero, las novelas ofrecen más lugar para la aventura y son un viaje más largo en el que casi cabe o se permite todo.
“No recuerdo ningún cuento con cambio en el punto de vista” comentó, pero V. dice que ella sí ha leído algunos, que le demos un momento para recordar cuáles habían sido.
Saltamos a otro tema y no recuerdo cómo llegamos a hablar sobre The Ghosts of Gloria Lara, el último cuento de Junot Díaz para The new Yorker, y la cancelación que sufrió el escritor por unas acusaciones que recibió por parte de un grupo de mujeres.
Estábamos en esas cuando V dice: “Ya me acordé cuáles cuentos tienen cambios en su punto de vista, y luego de una pausa dramática que duró un par de segundos los mencionó: A Romantic Weekend de Mary Gaitskill y The Resplendent Quetzal de Margaret Atwood.
Se supone que lo normal, lo sano, por decirlo de alguna manera, es mantener la misma voz a lo largo de un relato, aunque hay veces que la palanca narrativa se salta de forma inconsciente y se hace un cambio sin querer.
P. pregunta qué tan válido es hacer esos cambios. Le digo que si se pueden lograr, pero que hay que tratarlos con cuidado, y le pongo como ejemplo la Casa de los Espíritus de isabel Allende, cuya narración cambia de primera a tercera persona en la mayoría de capítulos.
V. dice que en novela es más fácil hacerlo y creo que tiene razón, pues como dice Rosa Montero, las novelas ofrecen más lugar para la aventura y son un viaje más largo en el que casi cabe o se permite todo.
“No recuerdo ningún cuento con cambio en el punto de vista” comentó, pero V. dice que ella sí ha leído algunos, que le demos un momento para recordar cuáles habían sido.
Saltamos a otro tema y no recuerdo cómo llegamos a hablar sobre The Ghosts of Gloria Lara, el último cuento de Junot Díaz para The new Yorker, y la cancelación que sufrió el escritor por unas acusaciones que recibió por parte de un grupo de mujeres.
Estábamos en esas cuando V dice: “Ya me acordé cuáles cuentos tienen cambios en su punto de vista, y luego de una pausa dramática que duró un par de segundos los mencionó: A Romantic Weekend de Mary Gaitskill y The Resplendent Quetzal de Margaret Atwood.
martes, 7 de noviembre de 2023
Una pared blanca
La pared está blanca casi en su totalidad, si no fuera por dos tomacorrientes, uno para conectar quién sabe qué y otro para la conexión del televisor. Bien podría quitarlos porque no pienso poner televisión en este cuarto y tampoco pienso conectar ningún aparato, lámpara o lo que sea, pues el computador lo tengo conectado a otro tomacorriente.
La pared podría ser una buena metáfora de una página en blanco, de comenzar a escribir un nuevo capítulo en mi vida, una nueva historia, de algo así bien cursi como esas personas que apenas va a comenzar un año dicen que tienen 365 páginas para escribir una nueva historia o algo así es lo que dicen, ¿cierto? En fin, el caso es que solo es una pared blanca.
A veces lo mejor es no dejar que las figuras narrativas nos tomen por sorpresa y solo contar lo que se tiene enfrente de las narices sin nada de adornos. En mi caso, ya les dije, una pared blanca.
Si no pongo televisor no es por dármelas de que no necesito tal distracción y que me basta con leer novelas. La verdad es que la pared queda lejos de la cabecera de la cama y como tengo mala visión tendría que tener los lentes de contacto puestos todo el tiempo, y no me los aguanto por más de 11 horas.
Aparte de su color, no hay mucho que les pueda contar sobre la pared. Lo único que a veces contrasta con su blancura son polillas o moscos que vienen a parquearse en ella. A los segundos los dejo ser, pero las primeras me dan asco entonces las molesto hasta que quedan a una distancia prudente para darles un periodicazo.
De pronto la pared blanca tiene que ver con mi ausencia de estos lares, con no tener nada por decir, o simplemente con la importancia de callar y escuchar, pero esta solo es una teoría chimba que se me acaba de ocurrir, así que lo mejor es ponerle punto final a estas palabras antes de que comience a hacer asociaciones que no vienen al caso.
La pared podría ser una buena metáfora de una página en blanco, de comenzar a escribir un nuevo capítulo en mi vida, una nueva historia, de algo así bien cursi como esas personas que apenas va a comenzar un año dicen que tienen 365 páginas para escribir una nueva historia o algo así es lo que dicen, ¿cierto? En fin, el caso es que solo es una pared blanca.
A veces lo mejor es no dejar que las figuras narrativas nos tomen por sorpresa y solo contar lo que se tiene enfrente de las narices sin nada de adornos. En mi caso, ya les dije, una pared blanca.
Si no pongo televisor no es por dármelas de que no necesito tal distracción y que me basta con leer novelas. La verdad es que la pared queda lejos de la cabecera de la cama y como tengo mala visión tendría que tener los lentes de contacto puestos todo el tiempo, y no me los aguanto por más de 11 horas.
Aparte de su color, no hay mucho que les pueda contar sobre la pared. Lo único que a veces contrasta con su blancura son polillas o moscos que vienen a parquearse en ella. A los segundos los dejo ser, pero las primeras me dan asco entonces las molesto hasta que quedan a una distancia prudente para darles un periodicazo.
De pronto la pared blanca tiene que ver con mi ausencia de estos lares, con no tener nada por decir, o simplemente con la importancia de callar y escuchar, pero esta solo es una teoría chimba que se me acaba de ocurrir, así que lo mejor es ponerle punto final a estas palabras antes de que comience a hacer asociaciones que no vienen al caso.
sábado, 4 de noviembre de 2023
Dejar de leer
Una vez una mujer me contó que cuando termina de leer una novela, se toma muy en serio cuál es la siguiente que va a leer. “Para no perder el tiempo”, eso fue lo que me dijo. Entonces cuando llega ese momento, que considero crucial, de seleccionar la siguiente lectura, esta mujer lee varias reseñas para asegurarse de que le va a gustar la novela que tiene entre ojos.
Yo soy todo lo contrario. A cada rato me voy antojando de libros y apenas los veo o anoto pienso: “este será el próximo que voy a leer”, pero apenas terminó una novela, parece que se me borran de la cabeza esos libros que anoté y para escoger mi próxima lectura, leo un par de páginas de una novela que se me cruce en ese momento, y si me producen buen feeling me embarco en ella como si nada, sin leer reseñas ni nada de eso.
Supongo que cualquier método para escoger una nueva lectura es válido, bien sea el primero por medio de una investigación minuciosa o el segundo a punta de lo que le transmita a uno la obra de primerazo.
A la larga creo que lo importante no es eso, sino abandonar la lectura si no nos sentimos a gusto con ella. Hace poco terminé una novela y al momento de seleccionar la siguiente di con una autora británica que nunca había leído. Leí un par de páginas de una de sus novelas y me gustó el estilo, así que decidí empezar a leerla, pero cuando comencé a hacerlo en la noche, el encantó que me había producido desapareció, así que dejé esa lectura tan rápido como la comencé.
No sé antes cómo podía ser tan masoquista y terminaba de leer libros por el simple hecho de terminarlos.
Yo soy todo lo contrario. A cada rato me voy antojando de libros y apenas los veo o anoto pienso: “este será el próximo que voy a leer”, pero apenas terminó una novela, parece que se me borran de la cabeza esos libros que anoté y para escoger mi próxima lectura, leo un par de páginas de una novela que se me cruce en ese momento, y si me producen buen feeling me embarco en ella como si nada, sin leer reseñas ni nada de eso.
Supongo que cualquier método para escoger una nueva lectura es válido, bien sea el primero por medio de una investigación minuciosa o el segundo a punta de lo que le transmita a uno la obra de primerazo.
A la larga creo que lo importante no es eso, sino abandonar la lectura si no nos sentimos a gusto con ella. Hace poco terminé una novela y al momento de seleccionar la siguiente di con una autora británica que nunca había leído. Leí un par de páginas de una de sus novelas y me gustó el estilo, así que decidí empezar a leerla, pero cuando comencé a hacerlo en la noche, el encantó que me había producido desapareció, así que dejé esa lectura tan rápido como la comencé.
No sé antes cómo podía ser tan masoquista y terminaba de leer libros por el simple hecho de terminarlos.
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