La pared está blanca casi en su totalidad, si no fuera por dos tomacorrientes, uno para conectar quién sabe qué y otro para la conexión del televisor. Bien podría quitarlos porque no pienso poner televisión en este cuarto y tampoco pienso conectar ningún aparato, lámpara o lo que sea, pues el computador lo tengo conectado a otro tomacorriente.
La pared podría ser una buena metáfora de una página en blanco, de comenzar a escribir un nuevo capítulo en mi vida, una nueva historia, de algo así bien cursi como esas personas que apenas va a comenzar un año dicen que tienen 365 páginas para escribir una nueva historia o algo así es lo que dicen, ¿cierto? En fin, el caso es que solo es una pared blanca.
A veces lo mejor es no dejar que las figuras narrativas nos tomen por sorpresa y solo contar lo que se tiene enfrente de las narices sin nada de adornos. En mi caso, ya les dije, una pared blanca.
Si no pongo televisor no es por dármelas de que no necesito tal distracción y que me basta con leer novelas. La verdad es que la pared queda lejos de la cabecera de la cama y como tengo mala visión tendría que tener los lentes de contacto puestos todo el tiempo, y no me los aguanto por más de 11 horas.
Aparte de su color, no hay mucho que les pueda contar sobre la pared. Lo único que a veces contrasta con su blancura son polillas o moscos que vienen a parquearse en ella. A los segundos los dejo ser, pero las primeras me dan asco entonces las molesto hasta que quedan a una distancia prudente para darles un periodicazo.
De pronto la pared blanca tiene que ver con mi ausencia de estos lares, con no tener nada por decir, o simplemente con la importancia de callar y escuchar, pero esta solo es una teoría chimba que se me acaba de ocurrir, así que lo mejor es ponerle punto final a estas palabras antes de que comience a hacer asociaciones que no vienen al caso.
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