Si la llegan a ver, pídanle disculpas de mi parte. Quién sabe cuántas veces no hemos podido coincidir, o si lo hemos hecho en algún lugar, pasamos el uno por el lado del otro, como si nada, como si fuéramos unos perfectos desconocidos.
Hoy creí que por fin iba a ser el día en el que la iba a conocer en un concierto. Esperé este día con ansías durante toda la semana y ¿para qué?, para que un dolor de cabeza me tumbara en la cama y me quitara las ganas de todo, incluso de conocerla.
Apenas desperté, aún tenia tiempo de llegar al lugar. La pastilla que tomé, había surtido efecto y ya no sentía ningún martilleo al costado izquierdo de la bóveda craneal, pero quizá tenía algo de bobada, pues me encontraba en uno de esos estados groguis en los que no se diferencia con claridad el sueño de la vigilia, la realidad de lo fantástico, el gris de un cielo de madrugada de uno del caer de una tarde cualquiera.
Decidí dar media vuelta y cerrar en los ojos hasta caer en un duermevela frenético que no descansa sino todo lo contrario.
Imagino que ahora está sentada en la barra del lugar, y que miles de ojos lujuriosos están posados sobre ella, sobre sus piernas torneadas pues lleva una falda cortica. La desnudan mentalmente y fantasean con ella un rato imaginando todo tipo de fantasías torcidas; retorcidas.
Están en su derecho. Es culpa mía por haber incumplido la cita.
Díganle, por favor, a la futura madre de mis hijos, que lo siento mucho, que fue algo que se me salió de las manos, un dolor que se me salió de la cabeza. Pero que si eso del destino funciona y es cierto, algún día hemos de coincidir, sin ninguna dolencia emocional o física, para dar rienda suelta a nuestra historia.