sábado, 31 de marzo de 2018

Un hombre sin nombre

Ayer, en un centro comercial, un hombre de unos cuarenta años que iba adelante en la fila del café, ordeno un capuchino mediano y una porción de torta. Después de que la cajera le dijo cuanto debía cancelar por el pedido, y de que el hombre sacara la billetera de su pantalón para pagar, la mujer le preguntó por su nombre.

Noté el gesto tranquilo del hombre, previo a abrir su boca para pronunciarlo y, justo luego, como su cara, en una fracción de segundo, adopto una expresión de confusión. “Mi nombre?” Preguntó, con una de esas sonrisas al borde de la desesperación. “Si por favor, para llamarlo cuando su pedido esté listo”, le respondió la cajera.

“Claro mi nombre”, dijo, pero su cara se puso como un queso, y se llevó ambas manos a la cabeza. No sabía cuál era su nombre, se le había borrado de la cabeza, e iba derechito hacía un ataque de pánico. 

Un hombre de la fila, que dijo ser médico y, sin que nadie hubiera pronunciado la frase de película “¡Un médico!”, se acercó al hombre y le dijo que tratara de respirar hondo y profundo, pues había comenzado a respirar de forma agitada. El médico le dijo: “Respire como le digo señor, o va a hiperventilar. El hombre le hizo caso. Al rato, un poco más calmado y tal vez sintiéndose como un bulto al no tener nombre, recostó su espalda contra una pared, se dejo deslizar hasta el piso, para luego esconder la cabeza entre las rodillas y comenzar a llorar.

Al rato llegaron unos empleados del centro comercial, con una camilla y uno de ellos iba con un botiquín, como si al hombre sin nombre le hubieran metido un patadón en un partido de fútbol. 

Apenas vio todo el alboroto que había causado su nombre, no-nombre o, más bien, la pérdida de este, se puso de pie y dijo que ya estaba bien. “¿Cómo se llama?” le preguntó el médico, “Jairo Meneses”, respondió al instante, pero a mí, que veía la escena desde lejos, por si acaso su condición era contagiosa, me pareció que se lo inventó en ese momento.

miércoles, 28 de marzo de 2018

Ringletes tristes

El día está oscuro. Fuertes ventarrones son los heraldos de un aguacero de proporciones  bíblicas. 

En el parque, un vendedor de unos 50 años, que lleva pantalones de drill y un sombrero, digamos, detectivesco sostiene en sus manos un palo del que cuelgan varios ringletes que, con sus diferentes colores, le hacen frente al día gris. 

El hombre está sentado en una banca y con la mirada perdida en algún punto. Es una escena triste, pues en el momento  en que lo observo el viento ha dejado de soplar y los ringletes, con sus colores, pero sin movimiento, como vivos pero muertos, pierden gran parte de su atractivo. 

A pocos metros del vendedor, dos mujeres adolescentes, ambas con camisas ombligueras (¡Con semejante clima!) se toman fotos. No es una simple selfie, sino que una de ellas posa, en una posición que considera sexy, con una mano apoyada en un árbol, mientras su amiga captura su imagen repetidas veces. Luego, la del árbol abandona su pose de modelo y corre a ver cómo quedó la foto. 

Ríen y alguna de las dos, difícil precisar si la fotógrafa o la que hace de modelo, considera que pueden hacerlo mejor, y la primera corre de nuevo hacia el árbol para adoptar su última postura, mientras bate su pelo y se lo echa hacia atrás. Imagino un séquito invisible de maquilladores y técnicos con luces que intentan mejorar su postura e imagen. 

Tal vez su foto se vería mejor si se la tomaran con uno de los tristes ringletes en sus manos.

lunes, 26 de marzo de 2018

Andar ligero

El hombre cuenta que ayer a las 4:00 a.m, cuando se dirigía hacia el trabajo, lo asaltaron y que por eso le tocó estrenar celular. También dice que nunca en su vida había sentido tanto pánico y terror. 

“El consejo que te puedo dar,—dice mientras parece recordar el amargo incidente y suspira para continuar—lo mejor es que cada vez que salgas de tu casa lo hagas lo más ligero posible, llevando la menor cantidad de cosas en tus bolsillos, porque no te imaginas, te lo revisan todo, hasta los calzoncillos.” 

El hombre dice que trató de ponerle la mejor cara a lo que le ocurrió, a no repasar el asunto en su cabeza una y otra vez, a dejarlo pasar. 

Me gusto eso de salir de la casa con la menor cantidad de cosas encima, algo que uno debería extrapolar a la forma de llevar la vida, pues tratar de andar ligeritos, en cualquier contexto, es un arte que a todos, creo yo, nos hace falta perfeccionar. 

La actitud del hombre, la forma en que reflexionó acerca de su robo, me recordó a Platon Karataev, un personaje que aparece en los últimos capítulos de Guerra y Paz. 

Karataev es tomado prisionero por los franceses cuando estos se toman Moscú. Es un hombre con pinta ordinaria al que llamaban “Pequeño Halcón”; la personificación eterna del espíritu de la simplicidad.  Para él, su vida no tenía sentido alguno como algo aparte y separado, sino como parte de un todo del que siempre estaba consciente. 

His words and actions flowed from him as evenly, inevitably, 
and spontaneously as fragrance exhales from a flower. 
He could not understand the value or significance of 
any word or deed taken separately.”

sábado, 24 de marzo de 2018

Pailander.com

Hace unas horas estaba rabón con el universo. El por qué es lo de menos, pues lo último que quiero hacer es jugar a ser mártir. Mástique el sentimiento por un rato, intentando diseccionarlo, y mientras estaba en esas se me paso. 

Para esos momentos en que no nos sentimos bien, debería existir Pailander.com, una red social solo apta para publicar la tristeza, nuestros desaciertos, etc. 

Que el mundo ya es lo suficientemente triste y no hay necesidad de recalcarlo es cierto, pero sería bueno que de vez en cuando dejáramos tanta felicidad pendejada de lado, tantas selfies, tantos platos de comida condimentados con filtros; pues lo que nos hace falta es mostrarnos tal cual cómo somos y nos sentimos. 

A la larga uno le abre puertas a otras personas, cuando deja ver las imperfecciones, Cuando eso ocurre, cuando otra persona muestra su versión con defectos, pensamos: “Ve, este(a) no es tan perfecto, como yo creía y sufre por asuntos iguales o similares a los míos.” 

Entre otras noticias, también les cuento que, desde ayer, estoy buscando el control remoto de mi televisor. Si alguien lo ha visto, por favor ponerse en contacto, gracias. 

El anterior párrafo ocurrió, solo para sumarle otras cuantas palabras a este post pues apenas llevaba 194 y desviarlo hacia cualquier otro tema. 

Me llega a la mente que mínimo cada entrada debería tener 300 palabras. Ese número imagino tiene que ver con lo que dice Stephen King es su autobiografía “Mientras Escribo”. El escritor dice que ese es el número mínimo de palabras que uno debería escribir a diario. Y pues si uno se fija sería bueno, pues al mes serían 9000 y al año más o menos 108.000, y entonces uno, sin mayor esfuerzo, tendría una novela completa, que si buena o mala, eso es otro cuento, pero del primer borrador en adelante todo es ganancia. 

Termino el párrafo anterior con 312 palabras. Ya puedo sentirme tranquilo, no sin antes recordarle, estimado lector, que está bien sentirse mal y que por favor tenga presente lo mí control remoto.

jueves, 22 de marzo de 2018

Estar

El verbo cuenta con la medio pendejadita de 28 definiciones de todos los sabores: pronominal, transitivo, copulativo, entre otros. 

Si nos fijamos bien estar está, valga la redundancia, en todo lado, y abarca nuestra vida de punta a punta, pues somos producto y emprendemos este extraño viaje porque alguien “estuvo” con alguien, de ahí, supongo, su carácter copulativo. También, cuando se acerca nuestro final podemos recurrir a la expresión: “estarse muriendo”. 

Va de la mano con el dinero, esa otra variable que se nos cruza hasta en la sopa, ¿cómo?, pongamos el mismo ejemplo que nos da la RAE: “A cuánto están las patatas?”, ahora bien, cambie la palabra patatas por la que usted desee, estimado lector. 

También para lo que somos o no somos, o al oficio al que nos dedicamos: Estar de ingeniero, de doctor, de escritor, de vendedor de patatas, o bien, estar de vago. 

Se encuentra uno entonces con lugares extraños como la “Sala de estar”, pues su nombre de cierta forma indica que, si no nos encontramos en ese espacio, no podríamos estar, pues es la sala quién nos otorga ese privilegio, y ¿si no estamos en una sala de estar en dónde carajos estamos o, más bien, ¿qué somos?, dilemas de la existencia que uno se encuentra por ahí. 

Lo bueno es que todos estamos de algo o en algún lugar. Me gusta eso, que no es un verbo excluyente, sino que nos deja en igualdad de condiciones, una de esas escasas pruebas que evidencia que, a pesar de las diferencias de raza, cultura, billete, estudio, etc. que nos empeñamos en resaltar, nos parecemos a cualquier persona más de lo que creemos duélale a quien le duela. 

Para estar solo hay que llegar, y a veces uno llega a lugares o se encuentra inmerso en diferentes situaciones sin ni siquiera desplazarse. Entonces, ¿para qué enredarnos la cabeza pensando si estamos en el lugar indicado, o si estamos haciendo o no lo que “deberíamos” hacer? ¿Qué tal si, como me dijo una mujer hace poco, uno está dónde tiene que estar y ya, así, sin más ni más; sin necesidad de reventarnos la cabeza al intentar encontrar una razón para justificar nuestro estar en el mundo?

miércoles, 21 de marzo de 2018

Atemporalidad

Los conceptos de tiempo y  muerte parecen estar estrechamente ligados. La escritora Rosa Montero dice que lo segundo es el lo que nos define en el sentido en que nos apura a hacer cosas, y sobre todo a terminarlas, debido al miedo que tenemos de llegar a ese estado, sin haber sembrado un árbol, tenido un hijo, o escrito un libro, por decir cualquier cosa.

Los Amondawa, una tribu indígena no cuenta con una idea abstracta del tiempo, pues no tienen estructuras lingüísticas que relacionen el tiempo y el espacio; gente pila que no se enreda con el pasado ni el futuro, y pues supongo que el presente, que quién sabe cómo lo entienden, no les debe parecer lo último en guarachas como a todos esos místicos de hoy en día, que no paran de decir lo importante que es estar inmersos en el ahora. No sabe uno entonces como referirse a ellos, la trobu indígena, sin utilizar los verbos ser y estar, dejémoslo en que viven. 

Einstein, vea usted, compartía parte de la sabiduría de los Amondawa, pues no creía en el tiempo, sino más bien en la atemporalidad, es decir, que todo: pasado, presente y futuro están presentes en un mismo instante. En otras palabras, no reconocía el concepto del “ahora”; un concepto bien extraño, porque afirmarlo es como decir que Sócrates y los dinosaurios están entre nosotros. 

A la larga creo que nunca dejamos de tener fragmentos del pasado, pues querámoslo o no, lo que hayamos hecho o dejado de hacer, es lo que nos ha llevado a ser lo que somos hoy, y ocurre lo mismo con el futuro, pues el conjunto de decisiones y caminos que hemos tomado el hasta el momento, y lo que vamos a hacer justo después de terminar de leer esta frase, determinarán cómo vamos a ser, queda entonces la duda de si somos más pasado que futuro o viceversa.

martes, 20 de marzo de 2018

Carta

Entro al edificio y luego de saludar al portero, este estira la mano para entregarme unos recibos. “Cuentas y más cuentas”, pienso, parece que a veces la vida se reduce sólo a eso. 

Ya en el ascensor, reviso rápidamente los papeles y caigo en cuenta que hay una carta sin remitente entre ellos. “¿Quién me habrá escrito?”, me pregunto, pues en esta era tecnológica es muy raro recibirlas. Imagino que está escrita a mano y con una letra cursiva, con miles de curvas y recovecos, elegante. “¿Quizás Una admiradora secreta?”, me aventuro a fantasear. 

Al entrar al apartamento boto los recibos encima del comedor y abro el sobre que contiene la carta con ansiedad, como si supiera que su contenido  me va a cambiar la vida. 

Apenas la comienzo a sacar veo que en la esquina superior izquierda tiene un gancho de grapadora, lo que indica que tiene más de una hoja y que el mensaje, declaratoria, lo que sea, es largo. 

Son 2 hojas, pero contrario a lo que pensé, están en blanco. ¡Qué broma tan tarada! Pienso. Pero ¿qué tal que sea un mensaje cifrado?, que alguien no tenga palabras para decirme algo que le molesta, ¿por ejemplo?, o como dice un dicho de mi padre: “Yo no le digo nada y con eso le digo todo”. 

¿Quién será esa persona que, no digamos escribió, sino simplemente envió la carta?, ¿puede llamársele carta a las hojas en blanco que recibí? 

Que extraño es todo.

lunes, 19 de marzo de 2018

Bouquet

Veo en mi biblioteca un libro pequeño, bueno, no es un libro, presumo que es una guía turística. ¿Qué hace ahí? Recuerdo que hace muchos años, para un viaje a Francia con mi hermana compramos un libro pequeño que tenía varias frases para comunicarse en francés, pues no teníamos ni la más mínima idea del idioma, más allá de: Bonjour o Excusez-moi, Je ne sais pas y, gracias a Cristina Aguilera, Voulez-vous coucher avec moi. Imagínese usted entonces, estimado lector, cómo pregunta uno donde quedan los baños, sólo con esas y otro par de frases que nada tienen que ver con el tema, jodidos ¿no? 

Tomo el librito, pero no es esa guía, sino un directorio cultural de Bogotá. La introducción cuenta: “Usted tiene en sus manos uno de los 20.000 ejemplares de la primera edición del directorio cultural Bogotá 2017-2018”. Intento sentirme importante debido a ese dato, pero no lo logro y me quedo oliendo un rato las páginas. Huele a nuevo, a tinta, pegante y quién sabe qué otra cantidad de químicos. 

Hay personas que dicen que les encanta oler las páginas de los libros, como si fueran unos catadores de libros que disfrutan del bouquet (he ahí otra palabra en francés, pero que no tiene nada que ver con libros, pues literalmente traduce “Ramo”, aunque, según el contexto, también significa aroma) de sus páginas. Algunas de esas personas hablan acerca de ese tema con superioridad moral, como si esa práctica los hiciera más inteligentes o interesantes, en fin cada cuál con sus tumbao, su caminao, en definitiva, cada quien con sus aromas o bouquets

En ese viaje, el “manual de francés para salir de apuros” nunca abandonó la maleta y nos las arreglamos para comunicarnos por señas o en inglés. Para hacerlo desarrollamos el siguiente método: Al momento de necesitar algo, más complicado que pedir algo de comer or ir al baño, preguntábamos con toda la propiedad del caso: Excusez-moi parlez-vous anglais?, y si el franchute hacía el que nos dirigíamos no hacía mala cara o evadía la pregunta, incluso no solo si respondía Yes, sino que sonreía amablemente, nos soltábamos en inglés, como si el orden mundial dependiera de lo que teníamos por decir. 

Ese librito para dummies en francés podría haberse quedado en mí casa, haciéndole compañía a esa chaqueta cortavientos que compré para el viaje y que olvidé empacar.

viernes, 16 de marzo de 2018

Hilo rojo

No sé sobre qué escribir, uno de los dilemas frecuentes de las personas a las que les gusta hacerlo; ¿cómo es posible que no pueda narrar algo, cualquier cosa que me haya ocurrido el día de hoy, con los miles de eventos de los que hice parte o presencie?, o ¿que sea tan perezoso de no ser capaz de hurgar en mi mente, para sacarle unas cuantas palabras a un recuerdo? 

Hoy en la calle vi una viejita diminuta caminando con un bastón. Llevaba un saco de color gris desgastado y una falda de color negro. Su cara tenía millones de arrugas y dos ojos negros, que me sostuvieron la mirada un par de segundos. Caminaba despacio, como si cada paso le produjera mucho dolor. La miré por un rato, pero luego cualquier pensamiento ocupó mi mente y perdí el interés por ella. 

¿Cuántas verdades encierra esa viejita que vi hoy? Imposible saberlo. Este texto podría haber tratado una de ellas, una que encierra la solución de algún asunto que nos aqueja. ¿Cómo es esto posible?, ¿cómo carajos una viejita, que no tenemos idea quién es, tiene algo que ver con nosotros? 

Hay una leyenda japonesa que dice que todos estamos unidos por un hilo rojo invisible que está atado a nuestro dedo meñique. La función de ese lazo que nos une y no vemos, y que fue atado por los dioses, consiste en conducirnos hacia otra persona con la que debemos interactuar para que algo ocurra. 

Hoy lo único que hice fue dirigir la vista hacia la viejita, sin esforzarme en observar más allá de ese cascarón de ropa, piel y huesos en movimiento. Tal vez si nos esforzamos en observarcon más detenimiento todo lo que ocurre a nuestro alrededor, vamos a percibir ese hilo rojo de alguna manera, y así vamos a lograr descifrar un poco esta extraña vida.

jueves, 15 de marzo de 2018

Conector

En su libro “The Tipping Point”, el sociólogo y periodista Malcom Gladwell habla sobre las características o rasgos de personalidad, de “conector”, que presentan algunas personas. 

Según él, esas personas son aquellas que cualquiera puede contactar de forma sencilla pues, por alguna razón, logran estar presentes en diferentes escenarios, subculturas y nichos. Esa habilidad de estar presentes en diferentes mundos, por decirlo de alguna manera, es algo intrínseco a su personalidad, que es una sopa de curiosidad, confianza, sociabilidad y energía, cuenta Gladwell en su libro. Al contar con esos rasgos de personalidad, son personas que ven posibilidades donde otros no las ven. 

Creo que muchas veces hemos actuado como conectores, casi siempre de forma deliberada, pues para lograrlo, un propósito debe estar de por medio. 

Hace unos días puse en contacto a un par de personas que conozco, y que creo pueden llegar a entenderse, ¿para qué? para lo que sea desde una amistad hasta un proyecto de trabajo. 

La gracia de actuar como conector, creo yo, es hacerlo sin esperar nada a cambio. Puede que algunas veces, según la energía de la conexión, uno obtenga algún beneficio, pero ese nunca debe ser el fin último para querer desempeñar ese papel. 

Cuando el conector busca desde el principio un beneficio propio, las conexiones que logra, si llegan a darse, no son sinceras y resultan muy frágiles.

miércoles, 14 de marzo de 2018

Miedo

Ha tenido miedo desde pequeño. Primero fueron miedos sencillos, rutinarios, que experimenta cualquier persona. A los cinco años, el perro Dóberman de un vecino le daba pavor, pues cada vez que lo veía comenzaba a ladrarle e intentaba abalanzarse sobre él, pero el dueño siempre lo tenía agarrado de la correa. Él veía como se tensaban los músculos del cuello del animal que gruñía fuerte, y como los ojos, rellenos de furia, se le encendían. 

A medida que crecía, los miedos fueron cambiando según las etapas de su vida. Ahora de adulto, casi viejo, ha llegado a desarrollar uno completamente irracional: Tiene miedo de que algún día la tierra, el planeta, el globo terráqueo, esa es la expresión que más le gusta, porque cree se ajusta a su miedo; deje de estar suspendido en el espacio. 

No sabe cuál es el origen de ese miedo, pero varias noches se despierta empapado en sudor, luego de tener pesadillas en las que la tierra comienza a caer en caída libre, mientras se dirige hacia un vacío inexplicable; un agujero negro quizás que, como alguna vez leyó, consume y acaba con todo, incluso hasta con la luz. Piensa que ese lugar se asemeja a la sensación de quitarse las gafas, y todo lo que observa se vuelve borroso y pierde sus límites. 

Pensar que su miedo se convierta en realidad le produce ansiedad. Piensa cómo la tierra comenzará a batirse, en una especie de terremoto mundial y todo lo que esta contiene se mezclara indefinidamente, como los granos depositados dentro de una maraca, que no paran de moverse. Las personas terminarán en otro continente en un abrir y cerrar de ojos, mientras el planeta se aproxima a ese gran agujero negro, a esa nada.

martes, 13 de marzo de 2018

Brownie

Hoy en la calle vi un puesto donde vendían café, un carrito negro con unas mesas alrededor y un cartel que exponía una extensa carta de diferentes bebidas, calientes y frías, a base de café. 

Me decidí por el capuchino pequeño, porque no tenían tapa para el mediano y el grande me parecía demasiado para las ganas de café que tenía en ese momento, aunque sé que eso puede sonar a sacrilegio para aquellos quienes creen que, “mucho café” es inconcebible. 

Mientras me lo preparaban, me di cuenta de que también vendían unos brownies de cheesecake que no veía desde épocas universitarias. En el edificio de la facultad había una vending machine, y ese producto era una especie de mito universitario, pues era dificilísimo encontrarlo. Hoy, cuando le di el primer mordisco, los recuerdos comenzaron a llegar: 

Muchas veces hice una alianza estratégica con B para comprarlo.  Entre los dos  reuníamos monedas y lo compartíamos. B es una buena amiga, una de esas de las que uno se traga apenas la conoce, pero después de un tiempo la ventisca del amor pasa. 

En otra ocasión una mujer que estudiaba contaduría me puso ese sobrenombre, luego de haber perdido una apuesta con Carolina, otra amiga muy tranquila, que vivía como una pluma que mece el viento. 

Un día enfrente de la biblioteca, mientras yo hablaba con la contadora, Carolina se apareció y en vez de saludarme, lo primero que me dijo fue: “¡Mi brownie!”; "¿Cómo le dijiste?", pregunto la primera, que nunca pudo superar ese supuesto apodo.

lunes, 12 de marzo de 2018

Tantrum

Palabra en inglés que me agrada y se traduce como: rabieta, pataleta o berrinche. Me acuerdo de ella porque en una sala de espera una adolescente con una maleta de arabescos rosados, vestida con una sudadera azul y tenis blancos, habla, o mejor alega con una señora. 

La adolescente está muy alterada y llora, gime, hace pucheros, pero la mujer que la acompaña no repara en ella y mantiene una actitud fría, como desprovista de sentimientos maternales, con la mirada fija en algún punto enfrente de ella. 

No solo me acuerdo de la palabra en inglés porque la adolescente tiene un berrinche, sino porque también está hablando en ese idioma. ¿Qué por qué lo hace?, imposible saberlo. Su acento no es extranjero, pero entre sus sollozos predomina la pregunta “Why not?” y luego dice algo sobre una Verónica a la que si la dejaron.  Sus frases no sirve de nada porque su interlocutora, que supongo es su mamá, no entra en la dinámica de la pataleta. De vez en cuando le responde algo en voz baja, sin dejar de mirar hacia el frente,  y resulta difícil saber si lo hace en español o inglés. 

En medio de todo me alcanzo a identificar en algo con la adolescente, pues ¿cuantas veces la vida no nos ha dado la espalda en diferentes situaciones, y nos devanamos la cabeza preguntándonos “Por qué no?”, ¿por qué carajos las cosas tienen que ser de una manera que va tan en contra de lo que nosotros queremos? 

A punto de abandonar el lugar, veo que la adolescente saca su celular y comienza, a chatear. Teclea algo y luego sonríe. Su acompañante, como ya sabemos, sigue como una roca, incluso parece no pestañear.

sábado, 10 de marzo de 2018

Neurosis bancaria

“¡Así no debería ser el trato, esto el colmo!” Dice una mujer en voz alta y luego abandona furiosa la oficina de la subgerente de un banco que, para el pesar de ella, tiene los vidrios transparentes y todos los que hacemos fila vemos, en primera fila, valga la redundancia, el escándalo. 

La funcionaria, apenada, sale a hablar con algunos colegas; lo hace en voz baja y con expresión de: “¿Qué tal esa vieja loca? Recibe respuestas, también en voz baja, acompañadas con movimientos afirmativos de cabeza que le dan la razón. Con pasos tímidos se dirige nuevamente a su pecera y se sienta en una silla grande de cuero negro, clava su mirada en la pantalla y comienza a teclear como si nada hubiera ocurrido. 

¿Qué le paso a la cliente?, ¿Por qué estaba alegando?, imposible saberlo. Debe ser que el dinero nos produce ataques neuróticos a todos, y si sentimos que algo malo ocurre con él, que se nos agota, lo invertimos mal, o nos lo están manejado mal, como supongo era el caso de la señora, se nos ponen los nervios de punta. 

Neurosis, dice la RAE, es “una enfermedad funcional del sistema nervioso caracterizada principalmente por una inestabilidad emocional. Inestabilidad no es más que falta de estabilidad. y estabilidad se traduce en cualidad de estable, como la estabilidad económica, por ejemplo. 

Al rato del incidente de la señora, una mujer dos puestos adelante del mío en la fila, se puso a alegar con los cajeros en voz alta, tal vez envalentonada por la actitud de la otra mujer, y exclamo su inconformidad con la demora en la atención, por culpa, según ella, de la fila preferencial: “¿pero al fin cómo es la atención?”, preguntó batiendo unos papeles en una mano, “¿2,2 1 o 2,1,2?”. Imagino que la señora, aburrida en la fila, intentó descifrar la secuencia de atención y fue así como llegó a esa combinación de números. 

viernes, 9 de marzo de 2018

Tarkovski

Tarkovski el apellido, Andréi su nombre. Sin saber nada acerca del personaje, me lo imagino deslizándose a toda velocidad sobre una pista de hielo en Moscú, terminando su carrera en un salto pulcro, mientras unos jueces con caras serias esperan a que termine su rutina de patinaje, para darle un puntaje. 

En mi fantasía solo le atiné al país de procedencia de Tarkovski, que fue un escritor, actor y director de cine soviético. ¿Por qué me lo encuentro en este momento de mi vida? 

Desde hace algunos años con dos buenas amigas que conocí en un trabajo, de un momento a otro y sin proponérnoslo, iniciamos una tradición de regalarnos libros en navidad. El año pasado una de ellas, me regalo el libro: “Atrapad la vida: lecciones de cine para escultores del tiempo”, ¿Qué por qué me lo regalo?, no lo sé, pues me gusta el cine, pero sin llegar a ser un apasionado, gran conocedor o crítico del séptimo arte; es decir, creo que hay dos tipos de películas las buenas y las malas (las que me gustan y las que no), sin necesidad de hablar sobre planos, espacios, encuadre y otros conceptos técnicos de los que tengo muy poca idea.

Hoy que lo comencé a leer pensé que, de pronto, disfrutaría más de la lectura de una novela, por ejemplo, pero creo que el acto de regalar un libro encierra una actitud bondadosa y que cuando somos quién lo recibimos, debemos darle una oportunidad a su lectura, por respeto a la persona que nos lo regalo, al autor, a los libros, a la escritura, y porque seguro vamos a aprender algo que no sabemos. Además, es bueno salir de la zona de confort y leer textos a los que no estamos acostumbrados, y también siempre queda ese factor místico, al pensar que el libro cayó en nuestras manos justo en el momento en que debía hacerlo, por alguna razón que está fuera de nuestra comprensión. 

"Escultores del tiempo” es una frase que evoca muchas cosas. Al parecer, Tarkovski tenía grandes inquietudes sobre ese concepto y trataba de apaciguarlas con su trabajo. 

“Creo que lo empuja a una persona cualquiera a ir a cine Es la posibilidad 
de tener un encuentro con el tiempo: El tiempo perdido, el tiempo fugado 
o aún no alcanzado. Vamos al cine en busca de una experiencia vital, 
pues el cine, como ninguna otra forma de arte, amplía, enriquece y 
concentra la experiencia material del hombre”
- Andréi Tarkovski -

jueves, 8 de marzo de 2018

15 minutos

“No me alcanza el tiempo”, “no tengo tiempo”, solemos decir y, a veces, parece verdad que ese intangible tan ligado a la muerte y que nos enreda tanto la existencia, se nos escapa por entre los dedos en aquellas ocasiones en que lo intentamos atesorar. El tiempo debe ser como el agua, de ahí, supongo, la expresión “el “río de la vida.” 

Ayer quería escribir y cuando me senté a hacerlo eran las 11:45 p.m. Finalmente no lo hice. Tal vez si habría podido redactar algo en esos quince minutos que le quedaban al día; además es chévere cuando uno se pone esas limitaciones al momento de escribir pues, ante la premura, la mente comienza a hacer conexiones extrañas y, en ocasiones, resultan buenos textos. 

Si en un segundo el corazón de una musaraña etrusca, o lo que eso sea, late 20 veces; las alas de un colibrí baten sesenta veces, nacen cuatro bebes, se envían 2.8 millones de E-mails y 4000 estrellas aparecen en el universo, 15 minutos, viéndolo bien, son una eternidad, en la que pueden ocurrir millones de cosas. 

“¿Y a mí que me importa el aleteo de un colibrí?” puede quizá preguntarse usted, estimado lector, pero en esos detalles, en apariencia insignificantes, de la vida tal vez se encuentra la razón de ser de la misma, solo que estamos muy ocupados con nuestros delirios de grandeza que los descartamos al instante, y no nos tomamos el tiempo de prestarles la atención que merecen. 

Durante esa aparición de más de 4000 estrellas en el universo, mientras me debatía entre escribir algo e irme a dormir, me acorde de la frase de Warhol: “En el futuro, todos serán famosos mundialmente por 15 minutos” 

¿Es ahora ese futuro del que hablaba el artista plástico? ¿renuncié a mi momento de fama al dejar escapar esos últimos quince minutos del día de ayer? 

No lo sé, pero hace más de quince minutos comencé a escribir esto y no me siento famoso.

martes, 6 de marzo de 2018

Mérito literario

Recuerda que el plazo de la convocatoria a los talleres de escritura vence mañana, pero es de noche y está cansado. Decide escribir el texto el siguiente día. 

Cuando se acuesta a dormir piensa sobre qué tipo de texto va a presentar, pero no tiene ni idea. Cierra los ojos y mastica algunos temas que al final considera flojos y el sueño lo termina de atrapar. 

Por la mañana, un cielo azul despejado augura un buen día “¿por qué no, un buen escrito?” piensa. Cuando enciende el computador, y luego de abrir el procesador de palabras, una leve angustia lo invade; nada llega a su mente, ninguna idea, ningún recuerdo del que pueda rasguñar algunas palabras. 

Para empeorarlo todo, lo que si recuerda es que en el formulario de inscripción leyó que el texto a enviar debía reflejar su “mérito literario”. “¿Qué carajos es eso?, ¿Quién lo otorga? ¿Los lectores, escritores de renombre, la academia sueca encargada de dictaminar año a año quién es el nobel de literatura?” se pregunta ahora. Es la primera vez que escucha al término, y cree que ya tiene suficiente con dar con algún tema sobre el cual escribir. 

Un taladro que suena en una obra aledaña y ahuyenta sus pensamientos. Después, un perro gime. No sabe si ese último sonido está anclado al caos urbano de su ciudad o es producto de su imaginación, una extraña manera en que su cerebro deja en evidencia su corto circuito creativo, o bien, ausencia de mérito literario.

lunes, 5 de marzo de 2018

Olvidar

¿Qué tal que en vez de tener la capacidad de recordar tuviéramos la capacidad de olvidar?, ¿que si algo que nos ocurrió en nuestras vidas nos molesta, perturba o lo consideráramos innecesario en nuestro bagaje de recuerdos, lo pudiéramos eliminar de nuestra mente como si nada? 

El cuerpo, con sus miles de mecanismos de defensa, cuenta con algo parecido que ese llama amnesia postraumática; “un fallo en el registro continuo de las actividades diarias” (gracias página de Internet), que ocurre cuando el cerebro bloquea los recuerdos de un suceso, como dice su nombre, traumático. 

Tal vez la definición no sea exacta y esté hablando, o bien, escribiendo basura, pero ¿qué más da? Creo estar en derecho de hablar sobre eso, pues lo experimenté o experimento, no sé cuál tiempo verbal sea el adecuado, de primera mano, luego de que a la vida le dio por dejarme el amable recordatorio

Volviendo al tema del súper poder de olvidar, puede que tenga un inconveniente. De estar en capacidad de hacerlo, tal vez intentaríamos quedarnos solo con buenos recuerdos, entonces nuestra cabeza sería una sopa de amor, paz y buenas cosas, que no digo que sea malo, pero si una especie de fantasía o ficción, porque sabemos que gran parte de nuestras vidas está llena de conflicto y que, paradójicamente, es lo que la mueve hacia adelante; porque "si no existiera el sufrimiento, el hombre no conocería sus limitaciones, no se conocería a sí mismo”; frase brillante que no se me ocurrió a mí sino a Tolstói, que berraco para tenerla clara. 

“Su madre había sobrevivido a décadas de matrimonio con 
su padre alcohólico, iracundo y decepcionado desarrollando 
lo que ella llamaba “olvidoria” en lugar de memoria. 
Cada día al despertar, olvidaba el día anterior” 
- Joseph Anton -

viernes, 2 de marzo de 2018

La vida

Hay muchos árboles y cada cierto tiempo una brisa repentina, al estrellarse con ellos, provoca una lluvia de hojas secas, y ese ruido de murmullos que todos conocemos, como si el viento, las hojas o ambos quisieran decirnos algo. 

Un hombre saca de un morral una coca de plástico transparente. Luego, uno a uno, va trinchando trozos de fruta con un tenedor de plástico y los mastica lentamente mientras mira un punto fijo en la distancia, al tiempo que, parece, mastica sus pensamientos. 

Un paseador de perros camina con 5 de ellos, tres pequeños y dos grandes que, a manera de guardaespaldas, cuidan la retaguardia. 

2 mensajeros de Rappi están sentados en una banca. Otro llega montado en una bicicleta y los saluda antes de desmontarla hábilmente, para luego ocupar el puesto que queda disponible. Sostienen un fuego cruzado de palabras breve y ríen. Al rato los tres tienen sus miradas clavadas en las pantallas de sus celulares. 

El hombre de la ensalada de frutas ya terminó de comérsela, y sigue inmerso quién sabe en qué tipo de pensamientos. Parece que no hace nada, pero hace mucho al intentar bajarle las revoluciones al trajín de la vida. 

Un jardinero que lleva botas pantaneras hasta la rodilla y un overol verde, junto con un sombrero del mismo color conversa con un guardia de seguridad, que lleva un uniforme azul pulcro y un bolillo que cuelga de su cintura y que se mece a medida que camina. Mientras hablan, el primero mira hacia distintos lugares del parque; parece que estudia que prados, arbustos o árboles necesitan de su cuidado. 

El sol sale y sus rayos se filtran por entre las ramas de los arboles y el efecto crea un tapete con manchas de luz, salpicado con hojas que no paran de caer. 

En el borde del parque un hombre habla animadamente con un lustrabotas y este no se cansa de sacarle brillo a sus zapatos cafés. 

Los tres mensajeros se montan en sus bicicletas y emprenden su camino. La vida continúa.

jueves, 1 de marzo de 2018

Home

Home es una canción de Sheryl Crow. Hace muchos años, en esos tiempos en los que todavía compraba CD’s, compré uno de sus grandes éxitos, sólo porque me encantaba y me encanta la canción All I wanna do. Existen canciones que uno siempre escucha, como esa, en mi caso, y otras que adelanta. Home, hasta hoy, perteneció a estas últimas. 
  
Hoy la escuché toda, y caí en cuenta de eso casi al final de la canción, cuando Crow canta la palabra, a especie de mantra. Posiblemente, en lo que duró la canción, experimenté uno de esos episodios de Flujo o zona, de los que  hablan en psicología y por eso, inmerso en la actividad, no reparé cuál canción sonaba, pero también es posible que al escucharla, esa  melodía arrulladora hubiera colaborado con mi estado de presencia total. 

Todo lo anterior para contarles que, considero, estar en la zona, es como estar en casa, suponiendo que es ese lugar donde nos sentimos bien y al cual siempre queremos llegar; ese refugio donde nos sentimos a salvo.