Los conceptos de tiempo y muerte parecen estar estrechamente ligados. La escritora Rosa Montero dice que lo segundo es el lo que nos define en el sentido en que nos apura a hacer cosas, y sobre todo a terminarlas, debido al miedo que tenemos de llegar a ese estado, sin haber sembrado un árbol, tenido un hijo, o escrito un libro, por decir cualquier cosa.
Los Amondawa, una tribu indígena no cuenta con una idea abstracta del tiempo, pues no tienen estructuras lingüísticas que relacionen el tiempo y el espacio; gente pila que no se enreda con el pasado ni el futuro, y pues supongo que el presente, que quién sabe cómo lo entienden, no les debe parecer lo último en guarachas como a todos esos místicos de hoy en día, que no paran de decir lo importante que es estar inmersos en el ahora. No sabe uno entonces como referirse a ellos, la trobu indígena, sin utilizar los verbos ser y estar, dejémoslo en que viven.
Einstein, vea usted, compartía parte de la sabiduría de los Amondawa, pues no creía en el tiempo, sino más bien en la atemporalidad, es decir, que todo: pasado, presente y futuro están presentes en un mismo instante. En otras palabras, no reconocía el concepto del “ahora”; un concepto bien extraño, porque afirmarlo es como decir que Sócrates y los dinosaurios están entre nosotros.
A la larga creo que nunca dejamos de tener fragmentos del pasado, pues querámoslo o no, lo que hayamos hecho o dejado de hacer, es lo que nos ha llevado a ser lo que somos hoy, y ocurre lo mismo con el futuro, pues el conjunto de decisiones y caminos que hemos tomado el hasta el momento, y lo que vamos a hacer justo después de terminar de leer esta frase, determinarán cómo vamos a ser, queda entonces la duda de si somos más pasado que futuro o viceversa.
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