martes, 31 de enero de 2017

Saber cosas

Tranquilino García intentó vivir de sus oídos.  Desde pequeño había desarrollado una habilidad excepcional para escuchar sonidos casi imperceptibles.  A veces se asombraba cuando él y un perro eran los únicos que volteaban la cabeza cuando la vibración de algún cuerpo llegaba a sus oídos.

Duro 2 años sin un trabajo estable hasta que un día leyó, en la sección de clasificados del periódico, el aviso de un detective privado que hacía trabajo de seguimiento para estudios de comportamiento.

Ese día algo le hizo clic en su cerebro, en realidad no, pero a veces le gustaba aferrarse a ese tipo de clichés.  "Una de las habilidades principales de un detective privado es saber escuchar", pensó y para eso no existía nadie mejor que él, así que decidió ofrecer su servicio:

¿Quiere saber que es lo que dicen acerca de usted las personas que trata a 
diario? Llámeme.  Tranquilino García, teléfono 9565348752.  
Detective privado experto en escucha

Era un anuncio ambiguo , ni el mismo tenía claro el título que se había dado, pero le gustaba como sonaba eso de "experto en escucha", y pues, a la larga, todos se denominan expertos hoy en día.

Publicó el anuncio y luego de dos semanas, cuando estaba a punto de olvidar el asunto, le entró una llamada a su celular.  Una mujer quería contratar sus servicios.

Ella, Carolina se hacía llamar, atravesaba una situación complicada en la empresa donde trabajaba y quería saber que rumores corrían, en su lugar de trabajo, que la involucraban.

La función de Tranquilino era sencilla.  Carolina debía decirle a quien investigar y Tranquilino debía seguir a esas personas durante el tiempo que considerara prudente; ubicarse a la distancia necesaria de ellos y mirar, escuchar claro está, si la persona mencionaba a la mujer en alguna de sus conversaciones.

Comenzó su primera misión como detective experto en escucha con una lista de 10 personas.  Tranquilino veía su nuevo trabajo como una forma fácil de ganar dinero.  Eso fue lo que pensó en un principio, pero apenas supo detalles íntimos de la vida de Carolina entró en pánico. 

Un  día, en medio de un ataque de paranoia, abanonó la ciudad.  Ahora busca un especialista para reducir su capacidad auditiva.  Esta harto de saber cosas que no le incumben , de enfrentarse a dosis de realidad que, en ocasiones, lo desequilibran.

lunes, 30 de enero de 2017

Turbulencias

El avión se prepara para despegar.  Me gusta sentir la velocidad que alcanza en tierra antes de que se separe del suelo. Es de noche. Prendo la luz de mi silla, saco un libro y comienzo a leer. Lo llevé al viaje, solo de paseo, y no tuve tiempo para continuar con la lectura, así que espero dedicar todo el tiempo del vuelo a eso.

Ya en el aire, el avión se mueve más de lo normal, como si estuviera sobre una vía repleta de baches.  A los 20 minutos de haber despegado, el piloto anuncia que todo el mundo debe tener los cinturones amarrados, pues estamos a punto de entrar a una zona de turbulencias.  Reviso que el mio lo esté y lo ajusto aún más, para no salir volando en caso de que un hueco se abra en el techo o  algún costado del avión.  " ¿Como fueron las instrucciones de la mascarilla de oxigeno?" me pregunto.  Recuerdo que primero toca ponérsela a los niños, miro a mis lados y siento alivio de que ninguno se encuentre en mi fila.

Por la ventana solo se ve oscuridad, me pregunto si el piloto sabe hacia dónde se dirige o en que posición se encuentra el avión.  Una vez leí que, minutos antes de una catástrofe aérea, ninguno de los tripulantes en la cabina sabía si si el avión volaba boca arriba o al contrario. 

Intento concentrarme en la lectura pero no puedo.  No me gusta la sensación de no saber dónde estoy, además el cuento que leo no colabora para distraerme, lo encuentro aburridor,  o de pronto soy yo el que ocupa a mi mente con turbulencias imaginarias que no me permiten sumergirme del todo en la lectura.

El Piloto anuncia algo nuevo, pero solo para la tripulación, dice: "Tripulación , tomar posición de Xhfyh".  ¿Por qué no habló claro?  ¿Sabe su tripulación lo que significa ese comando indescifrable?   Intento recordar el nombre del piloto para mentarle la madre en el momento en que el avión comience a descender en picada,  ¿dónde vamos a caer? ni idea, que incertidumbre tan berraca.

Termino el cuento sonso, y comienzo uno de un hombre que juega bingo con su pareja.  Es entretenido y lo acabo rápido.  El avión ya no se mueve tanto, me pegunto si la tripulación todavía esta en posición Xhfyh. Los visualizo arrodillados con algún objeto de carácter religioso entre sus manos, enviando una plegaria hacia el cielo.

El piloto vuelve a hablar, e indica que el avión está próximo a aterrizar,  ¿qué fue lo qué realmente pasó durante el vuelo?  ¿estuvimos en algún momento en peligro? suficientes turbulencias por hoy.

jueves, 26 de enero de 2017

Nada

 ¿Podríamos, como personas, pretender ser objetos inanimados?. Si fuera posible creería que lo mejor sería ser como las plantas; estar ahí como observadores del mundo, pero sin reaccionar a ninguno de sus acontecimientos.  Esperar pacientemente a que nos caiga el sol y la lluvia para continuar con vida.

En ese estado imagino que no tendríamos tantas angustias porque todo nos resbalaría, pero estaríamos a merced de quien quisiera jodernos la vida, pues no  todos van a querer adquirir esa condición o ser como cualquier otro objeto inerte, qué se yo, una mesita de noche, por ejemplo.  Usted sabe, estimado lector, esas personas  que ya están tan habituadas a ser lo que son y que no hay manera de que cambien.

Uno de nuestros mayores problemas, creo yo, es que somos como un compuesto químico que reacciona con  todo, sin importar si es bueno o malo.  A cada rato bullimos, pues nos hace falta práctica para ser nada.

Bien lo dijo el papá de la narrativa:

Sólo hay una manera de evitar la crítica:
No haga nada, no diga nada y sea nada
- Aristóteles -




miércoles, 25 de enero de 2017

Carmen escribe

Mi nombre es Carmen Cruz y trabajo para un periodico mexicano que se llama "El Día". No sé si alguien va a leer esto, porque es un proyecto de escritura personal que no tiene nada que ver con mi trabajo, algo no del todo cierto porque involucra la escritura. Más bien no me importa si alguien lo lee o no, pues escribo para liberarme. ¿De quién o qué? no estoy segura, pero me agrada pensar que lo hago para eso.

Tal vez algún día publicaré un libro con todos mis reportajes y crónicas. Por el momento voy a compartir la siguiente historia conmigo, la pantalla, una copa de vino rojo y mi gato que descansa placidamente sobre el sofá.



El mundo es un lugar aterrador: guerras, hambruna, líderes políticos, el presidente número 45 de Estados Unidos, que de líder tiene poco, más bien una lista de nunca acabar. Aparte de todos esos factores externos que lo queramos o no nos afectan en cierta medida, usted tiene que lidiar con sus asuntos diarios: pagar la renta, tratar de no ser despedido o mantenerse empleable, comportarse como un ciudadano "normal", si es que eso existe, tener  todo tipo de relaciones con otras personas, etc. A veces parece que todo eso es demasiado y que  la vida simplemente se nos escapa de las manos, ¿no es cierto?



Pero, ¿qué tal si, de vez en cuando, pudiéramos obtener una visión detallada de la vida de otra persona, si fuéramos capaces de poner una lupa sobre alguien más, para así dejar de quejarnos tanto y comenzar a valorar lo que tenemos?


Eso es algo que trato de hacer. Seguir de cerca a una persona, y tratar de poner en palabras su historia-vida,  un par de palabras que considero son sinónimos una de la otra. Todos  somos iguales y las aspectos que creemos nos diferencian: Dinero, estatus, estudios, títulos, etc. son sólo imaginarios colectivos que hemos inventado. Por eso siempre nos podremos relacionar e identificar con aspectos de la vida de cualquier persona, por más que los creamos diferentes.



Suficiente soliloquio por hoy, porque apuesto que usted, al igual que yo, está cansado de las diferentes narrativas que hoy en día pretenden decirle cómo es y debería ser la vida.


martes, 24 de enero de 2017

Festival de bandas

Una vez con un grupo de amigos en la universidad, organicé un Festival de bandas. En un principio la idea era hacer un desconectado pero, si no estoy mal, cuando comenzamos las audiciones sólo  un grupo se presentó bajo ese formato, por lo que decidimos cambiar el enfoque del evento y dejar que las bandas tocaran como quisieran.

Cuando hicimos el cambio muchas más bandas se inscribieron y comencé a audicionarlas todos los sábados junto a dos músicos, que elaboraron un formato en el que se evaluaba su ensamble (afinque),  afinación,ritmo-tempo, originalidad y  arreglos.  Todo el trabajo fue de ellos pues mi único criterio de calificación, muy sesgado, era considerar si la banda sonaba bueno o no. A veces coincidía con ellos.

Al final clasificaron 5 bandas: Murdock, Un Clavo en la Pared, Los Poetas Ácidos, Zero Izquierdo y Pilatos y la la banda invitada fue The Black Cat Bone.  Con mi único criterio de calificación yo habría descalificado a Murdock, una banda de pop, pero los jurados le dieron un buen puntaje.

El día del festival, la primera banda concursante en subir al escenario fue Un Clavo en la Pared, un duo de guitarra y vocalista femenina, que me parecía muy linda. La idea fue empezar suave para ir calentando el ambiente.  Ya no recuerdo cual fue el orden de las demás bandas, creo que Murdock fue la que siguió; luego continuaron los Poetas Ácidos, un grupo de punk con canciones de letras repletas de significado; luego Zero Izquierdo, una banda de Heavy Metal, y el cierre estuvo a cargo de Pilatos, la banda ganadora, que, a lo largo de su presentación, tocó un cover de Shine  muy acertado.

El festival tuvo muchos contratiempos y en varias ocasiones pensamos cancelarlo; afortunadamente conseguimos  los patrocinios a tiempo y una semana antes del festival, en una mañana muy fría, estaba firmando el contrato  con el dueño de  un estudio de grabación que le iba a regalar la producción de 2 temas a la banda ganadora, sentado sobre una caja de herramientas en un una sala de grabación, una carpeta sobre mis piernas  y un tinto en mi mano derecha.

lunes, 23 de enero de 2017

Maldita actitud

¿Qué nos pasa? ¿Por qué no podemos ser más tolerantes? Hoy mientras esperaba que me dieran un café, el barista llamó a otro cliente para entregarle su pedido. Pregunto varias veces por un tal Yemin. Yo y otro par de personas que estábamos esperando, le indicamos que ninguno de nosotros se llamaba así. De repente un señor, al parecer un extranjero. dijo fuerte y en un tono muy agresivo “Es JEMIN, ¿pero qué es lo que hablan ustedes, acaso no es español?” 

 A mí me dio mucho mal genio y estuve a punto de contestarle algo, pero si discutir no es agradable; mucho menos debe ser hacerlo con un desconocido, así que le regale una de mis mejores miradas de "¿Qué putas le pasa?", reclame mi café y lo deje sólo con su neurosis. 

Ok, entiendo que el señor Jemin pueda ofenderse un poco porque la gente pronuncie mal su nombre, En la universidad había una mujer que se llamaba Michelle Rodnik , y muchos profesores cuando llamaban a lista le decían Michael Rolnik, varias veces corrigió su nombre en voz alta con algo de rabia.

¿Qué le vamos a hacer si en Colombia e Jemin no  es un nombre  común? Si fuera Jaime, de seguro nadie lo llamaría Yaime, Yemin o inserte aquí un nombre de su preferencia que empiece con Y

El punto es ¿por qué casi siempre andamos tan a la defensiva? Creo que todo es cuestión de actitud, de intentar ver que el otro no piensa igual que nosotros, que tiene más o menos conocimiento que nosotros y de exponer nuestro  punto de vista de manera  cordial.

De ahora en adelante a todo Jemin que me encuentre le diré Yemin, para mirar cómo reacciona.

domingo, 22 de enero de 2017

Colecciones

Imagino que todos en algún momento intentamos coleccionar algo.  En mi época de colegio  me dio por coleccionar latas de gaseosas y llaveros.  De las primeras se suponía que debían ser latas extrañas de lo que fuera, qué se yo, una cerveza de Timor del este o una gaseosa de Praga, por ejemplo.  Llegué a tener unas 50 latas que ocuparon, durante mucho tiempo, una repisa en mi cuarto, hasta que un día no le vi sentido alguno a la colección y las boté.

No sé en qué momento me dio por tener una colección de llaveros, pero lentamente comencé a arrumarlos en un cajón, pero nunca utilicé más de uno y por más diseño novedoso que tuvieran algunos, todos cumplían a la perfección su función de cargar las llaves.  Una vez una amiga que visitó Madrid me regalo uno muy bonito; inmediatamente lo cambié por el que tenía y me sentía bien cuando lo sacaba para abrir la puerta de la casa, hasta que un día lo boté en una fiesta, creo que desde ahí le perdi la emoción a esa colección.

Quizá cuando intentamos atesorar objetos de la misma clase y les damos el estatus de colección pierden toda su gracia. Lo mejor son las colecciones inconscientes, como la de los libros o las de música, pues los objetos se adquieren por un deseo mucho más profundo que el simple hecho de tener montones de cosas parecidas solo por querer tener una colección de algo. 

Una vez en la universidad le pregunte a une mujer que si había coleccionado algo en algún momento de su vida y me respondió que coleccionaba recuerdos.  Recuerdo, valga la redundancia,  que  en esa ocasión, aparte del cliché, me molesto el aire místico en el que intentó envolver la respuesta, además que esa es una colección que todos tenemos por defecto.

sábado, 21 de enero de 2017

Montar a caballo

Dos hombres hablan sobre inversiones y negocios.  Uno de ellos le dice al otro que se acaba de comprar un apartamento  con vista al mar.  Luego comienzan a hablar sobre arriendos de locales en centros comerciales.  

Al parecer son propietarios  de varios locales en diferentes centros comerciales y hablan sobre arriendos y negocios que pueden hacer a futuro con estos.  El primer hombre, el del apartamento con vista al mar, llama por su celular y le dice a la persona con la que habla: "Acá estoy con fulanito el dueño del local X, quiere saber si estás dispuesto a arrendárselo.  "Tranquilo, con él no hay problema en los negocios, yo puedo meter las manos al fuego por él." concluye. 

Cuando cuelga, cambia rápido de tema y le pregunta  a su amigo " ¿Vos crees que puedo vender ese lote que te comenté? yo creo que me pueden dar 1000 millones.

Hablan  acerca de dinero e inversiones, como las personas hablan sobre el clima o fútbol.  En ese incomodo momento, de todas las conversaciones,  en el que se acaba el tema, ambos sacan sus teléfonos y comienzan a teclearlos frenéticamente, quizás en busca de nuevos temas.

El otro hombre, le dice al primero.  "Mira mi colección de carros" y comienza a pasar varias fotos en su celular.  "¿Todavía tienes ese BM?" le pregunta el primero. "Si, pero me compré este otro" y sigue pasando fotos hasta que llega a una que no hace parte de su colección de carros.

"¿Esos son tus hijos? como están de grandes"
"Si, ven te muestro más fotos"

En un momento deja de deslizar el dedo sobre la pantalla del celular, levanta la cara, mira a su amigo con orgullo y le dice "Y el pequeñito ya me monta a caballo", como si la actividad fuera, más bien, uno de los niveles de la pirámide Maslow. 

jueves, 19 de enero de 2017

Olores

Cuando era pequeño, cerca de mi casa estaban construyendo un edificio.  Justo al lado del lugar en donde lo estaban levantando, se encontraba esa típica estructura en madera, de dos pisos, que acompaña a las obras.  Imagino que debe tener un nombre específico pero no tengo idea cual será.

Cuando caminábamos con mi madre por el sector, a veces  pasábamos por debajo de esa estructura de madera y me gustaba mucho el olor que emanaba. No era uno dulce o totalmente agradable, sino más bien tenía algo de viejo y húmedo, sin llegar a ser asqueroso.   Al pasar por debajo de esa estructura  inspiraba fuertemente ese olor que nunca pude  asociar con nada.  La experiencia no duraba más de 10 segundos.

Nunca le conté a mi madre acerca de mi fijación con ese olor, pues pensaba que algo andaba mal conmigo.  No me parecía correcto  que uno andara por ahí oliendo lugares de la calle y mucho menos llegar a sentir gusto con un olor urbano.

A veces me obligo a pasar por debajo de esas construcciones, buscando ese olor que tanto me cautivaba,  pero nunca lo he vuelto a encontrar. 

martes, 17 de enero de 2017

Enfermedad

Vicente Jiménez, siempre se había creído inmortal, que nada le iba a pasar.  Como muchos veía a la muerte con un episodio lejano, una palabra que conocía pero que estaba fuera de su vida o lejos de atravesarse en ella. Tomaba, parrandeaba y comía como si no hubiera un mañana, pero como todo exceso viene con una cuenta de cobro incluida, finalmente le llegó el momento de pagar la suya.

Vicente lleva 3 semanas en la clínica, los médicos le dicen que es una simple recaída y que no tiene nada de que preocuparse, pero algo le dice que no, prefiere pensar que es un pálpito en vez de una  posible manifestación de un  sexto sentido que, de saber que lo tenía, lo haría sentir como un bicho raro.

Su premonición fue acertada. Después de una ronda de exámenes. en la que parece que ningún centimetro de su cuerpo quedó sin un chuzón, los médicos que lo atendían le dijeron que era lo que andaba mal.

La premisa era sencilla o adoptaba un estilo de vida sin tantos excesos  o pronto iba a conocer la muerte.  Al principio Vicente renegó y cuando estuvo completamente solo le dio fuertes golpes a la cama y tiró algunos objetos al suelo.  De todas maneras como entre sus rasgos de personalidad sobresalían la obediencia y el respeto, aceptó todas las indicaciones que le dieron sin chistar palabra.

Hoy, después de varios años, en su lecho de muerte, está convencido del terrible enfoque que le damos a cualquier enfermedad. Desde su recaída, Jiménez decidió mirarla más bien como una invitación, un banderazo para revisar que parte de su vida y relación con los demás y el medio en el que vivía debía recalibrar.  

Su último deseo fue un vaso de shiskey puro, como siempre le gusto tomarlo.

lunes, 16 de enero de 2017

Mirar pal techo

Uno de los inquilinos del edificio en el que vivo, es un hombre que debe tener unos 35 años; hace tiempo decidí llamarlo Rick. En el día e incluso en ocasiones que he llegado en la madrugada, a veces me lo encuentro en las escaleras que dan a la calle. En los días que hace buen clima, Rick se acompaña con una pequeña planta que ubica a su lado  para que le de el sol. 

Siempre lleva puestos unos audífonos grandes y la mayoría de veces fuma un cigarrillo; también teclea su teléfono inteligente frenéticamente y, en ocasiones, lleva el ritmo de lo que sea que escucha con pies y manos. Siempre tiene la mirada perdida en un punto fijo en el horizonte, y no se inmuta con nada de lo que pasa a su alrededor. Existen diferentes maneras de mirar pal techo y, como Rick, cada quien selecciona la que mejor le parezca. 

Mirar pal techo es una expresión que frecuentemente confundimos con “hacer nada.” 

Dedicarnos a actividades o tareas “no productivas” es algo que nos remuerde la conciencia, pues entregarnos deliberadamente al ocio y la contemplación relajada de la vida es fácil, pero en estos tiempos donde glorificamos a la eficiencia, eficacia y productividad (no me pregunten en que se diferencian), es algo que resulta muy difícil y perfeccionar tales conductas está completamente satanizado. 

Así son las cosas, se nos metió en la cabeza que debemos ser productivos a toda costa, al mismo tiempo que es un deber hacerles frente a todas las exigencias del mundo moderno. 

Cada vez que veo a Rick me pregunto ¿A qué se dedicará? Supongo que trabaja desde su casa y que su labor implica la generación de muchas ideas frescas, alejadas de lugares comunes y empalagosos clichés. 

Debo confesar que, en ocasiones, me da envidia verlo tan tranquilo en medio de su acto contemplativo, como si poco o nada le importara lo que pasa en el mundo. 

Tal vez mirar pal techo es precisamente lo que nos hace falta para bajarle la velocidad a todos esos asuntos que aceleran nuestra vida; sentarnos a contemplarla con cualquier ritual similar al del Rick, o algún otro que nos permita rumiar, bien despacio, nuestros pensamientos.

viernes, 13 de enero de 2017

Dedos en la boca

El cursor titila impaciente, como si   quisiera  saber que letras va a ir regando a su izquierda. Martínez lo mira con desconfianza mientras se lleva su indice derecho a la boca y juega con la lengua sobre su uña.   

Lleva un semana redactando Mejor darte prisa Lisboa.  Va en el quinto borrador y todavía esta lejos del último. Incluso no sabe si va enviar la columna al periódico.  Trata un tema que produce diferentes sentimientos en las personas:  Los que están de acuerdo con su punto de vista seguro se alegrarán y lo llenarán de comentarios afectuosos, elogiando sus cualidades como escritor.  El otro bando, el de los no conformes, que siempre parece más grande que el primero, estará listo para apedrearlo con insultos, comentarios pesados, y una que otra tímida amenaza de muerte.

Esos comentarios siempre le han hecho pensar si escogió la profesión correcta o más bien si se encuentra en el terreno indicado.  A veces le gustaría abandonar las columnas de opinión y dedicarse a escribir cosas sencillas, ligth como el horóscopo, por ejemplo.  Había leído el suyo hoy y decía: Asegúrese de que nada ni nadie se adueñe de usted. O de pronto aventurarse a escribir libros de autoayuda, repletos de lugares comunes y bálsamos motivacionales que tanto le gustan a las personas.

El cursor continúa titilando.  No sabe si abandonar el artículo, relegarlo a esa carpeta de escritos inconclusos para luego utilizar las ideas o algún par de párrafos en un escrito futuro.  ¡A la mierda!, yo no escribo para agradarle a las personas  piensa Martínez.

Va a la cocina, prepara tinto y lo mete en un termo.  Sus noches de edición siempre son largas.  Por nada del mundo permitirá que le metan los dedos en la boca...... que nada ni nadie se adueñe de usted. USu horóscopo tenía razón. 

jueves, 12 de enero de 2017

La secta de la abuela

Tomo café con mi hermana en un centro comercial.  De repente una señora canosa, con pinta de abuelita y  que lleva un fajo de fotocopias debajo de su brazo izquierdo y una carterita negra con pinta, más bien, de monedero gigante en el otro brazo, se nos acerca, balbucea un saludo ininteligible y deja una copia encima de nuestra mesa.

Pienso que es la mujer es uno de esos  militantes religiosos que pretende evangelizar a todos los que se encuentre en su camino.  Estoy dispuesto a escuchar su discurso sin refutarle nada; dejar que gaste sus energías y siga su camino, pero luego de dejar otro par de fotocopias en otras mesas, la abuela se retira sin decir nada.

La curiosidad no me permite botar la hoja y me pongo a leerla.  Es una fotocopia de un escrito hecho a mano y de afán, lo que hace difícil su lectura.  En la mitad de la hoja está la imagen de una mujer rubia que sonríe y lleva una bata blanca.

El texto tiene el nombre  completo de muchas personas y algunos vienen con direcciones.  no solo de Bogotá sino de otras ciudades como Oregon, Michigan.  Algunos nombres vienen acompañados con ordenes: visiten a fulanito en esta dirección y conózcanlo o entablen amistad fingiendo necesitar X cosa.

Más abajo en un párrafo que presenta algo más de coherencia dice: "detrás de cada buena mujer siempre habrá un hombre horroroso".  Luego aconseja buscar ciertos temas, de carácter esotérico, en internet.

La abuela debe hacer parte de una secta,  ¿de qué? imposible saberlo, pues su estrategia de volanteo desprovista de una narrativa clara y concisa, falla al momento de conseguir adeptos.

Luego de una ultima hojeada a la fotocopia, la arrugo y boto en una caneca. Esta ciudad tiene mucho loco suelto.

miércoles, 11 de enero de 2017

La Metamorfosis

Creo que no hace falta decir que todo cambia, que  todo se mueve y nada es igual; que del segundo de vida anterior a este, millones de cosas se han modificado, incluso nosotros, pues quién sabe, a nivel celular, cuantos cambios hemos experimentado.

Quizá por eso es que nos da tan duro el cambio, porque no lo vemos venir y de un momento a otro ya nada es igual.  Por eso sería mejor que a todos, a cualquier nivel, nos ocurriera un cambio tan drástico como el de Gregor Samsa, el mítico personaje de Kafka, que nos saque de ese estupor en el que a veces se convierte la vida.

"Embracing or resisting are optional, and metamorphosis inevitable."

- The Faraway nearby -

Como uno cambia constántemente, la lectura de un libro en diferentes momentos de la vida nunca es la misma. Recuerdo que leí el libro de Kafka hace muchos años en el colegio.  Quizá me llego a interesar o lo tome como otra más de las obligaciones de ese entonces; ya no lo recuerdo.

Hace poco escuché un conversatorio que tuvo Constaín con Millás en el que el segundo habló acerca de dos grupos de novelas: Mamífero e insecto.  Su diferencia radica en que biológicamente, los mamíferos siempre intentan mutar o mejorar, mientras que los insectos como las cucarachas, por ejemplo, hoy son las mismas que poblaban la tierra hace millones de años.

Según el escritor español una novela mamífero y a la vez complicada es Ulises de James Joyce y una novela insecto es La de Kafka, sencilla y opuesta a la primera.  

Después de escuchar la charla, quedé con ganas de volver a leer la Metamorfosis.  Hoy me llegó un correo con un listado  de libros gratis para Kindle, en el que se encontraba la novela del escritor Checo.

Siempre he creído que, a veces, los libros los llaman y en ocasiones es bueno atender esos 
llamados.  

martes, 10 de enero de 2017

El ajedrez y su alto riesgo

¿Cómo va a ser peligroso el ajedrez, si jugarlo no requiere ningún tipo de contacto físico y el único “músculo” que se debe ejercitar es el intelecto? Tal vez en muchos casos solo se trata de eso, pero en contadas excepciones, como en el caso de mi padre, resulta ser cierto. 

Aunque siempre le gustó mucho ese juego, su relación con el ajedrez nunca fue la mejor. Él tenía unos 10 años cuando el juego lo cautivó y aprendió rápido como se movían las fichas; luego profundizó un poco más en el tema hasta que llegó a tener un muy buen nivel de juego.

En la época de su afición, en el internado donde cursaba bachillerato, había un estudiante con rasgos occidentales al que le decían “El Japonés” y que afirmaba saber mucho sobre ajedrez. En los descansos se paseaba con un tablero debajo de su brazo en busca de contrincantes. 

Una día el japonés se cruzó con mi papá y le preguntó que si sabía jugar, “Pues sé mover las fichas” fue la respuesta que obtuvo, así que el Japonés  no dudó ni un segundo en desafiarlo.

Después de los primeros movimientos, mi padre percató algo: El Japonés hablaba más de lo que en realidad sabia.

Después de unos 20 minutos de juego, el japonés comenzó a mover una torre, hasta que mi papá le dijo “un momentico, su jefe está en Jaque”. El japonés indignado se levantó y lo tachó de mentiroso, y de repente le lanzó un puño a la cara que, mi padre, con sus buenos reflejos de ajedrecista, alcanzó a esquivar y terminó impactando su hombro. Ese fue el único duelo que sostuvo el japonés con mi papá, después nunca más lo volvió a desafiar.

Ya en la universidad, un día mi padre llegó a la casa y uno de sus hermanos menores, que también se había aficionado al juego, decidió retarlo. Cuando la partida ya estaba avanzada llegó mi abuelo a observar la contienda. En uno de sus turnos, mi padre hizo un movimiento con el que mi abuelo no estuvo de acuerdo, y expuso fuerte y claro sus razones. Mi padre también hizo lo mismo y ese simple incidente fue motivo suficiente para que se dejaran de hablar por un buen tiempo.

En mí caso, cuando era pequeño, mi entusiasmo por el ajedrez sólo llego hasta aprender cómo se debían mover las fichas. 

Lo que menos me gusta de ese juego es tener que pensar en jugadas futuras, pues es algo que asocio con ansiedad e incertidumbre. 

"En ajedrez no se permite la ayuda
Esa es la belleza del juego.  Estás encerrado
en una serie de movimientos, determinados por tus opciones anteriores"
- Mr. Robot -

lunes, 9 de enero de 2017

Hojas

Julio Ordaz está sentado en una silla de parque incrustada en medio de una calle peatonal de adoquines. Se pregunta si la silla perdió al parque o viceversa.  Al rato olvida el asunto y  se ensimisma viendo pasar a las personas, una de sus actividades favoritas.

Hace unos momentos, una mujer, que le daba pequeños sorbos a un vaso de café, estaba sentada a su lado.  Julio pensó en preguntarle si era su alma gemela.  Hace poco le contaron la historia de un hombre que, aburrido, fue solo a cine y la mujer que quedo a su lado, también sola, se convirtió en su esposa.  Desde que escucho ese relato, le guarda cierto respeto a esas coincidencias que lo ubican con un desconocido en cierto momento espacio-temporal. La mujer parece leer sus pensamientos y antes de comenzar una conversación sin sentido con un desconocido, se pone de pie, ajusta su cartera y abandona el lugar.

A los pocos segundos, un hombre ocupa el lugar de esa ex alma gemela que se perdió en la calle.  Llega un lustrabotas y por medio de un lenguaje de señas, le pregunta si quiere limpiar sus zapatos.  Julio se desconoce cuando le contesta "no" también por señas.

El lustrabotas le ofrece el servicio a su nuevo compañero de silla de parque.  El hombre acepta y el olor del betún fresco transporta a julio a otro lugar, un estudio con una gran biblioteca.  Le parece fascinante estar en ambos lugares al mismo tiempo,  en ese estudio producto de algún recuerdo o anhelo,  y también sentado en la silla viendo la gente pasar.

Ahora las personas que observa, parecen hojas que acaban de caer de un árbol y se las lleva el viento.  Le gusta que sean hojas muertas, pues al perder toda propiedad humana, no tiene manera de juzgarlos. 

jueves, 5 de enero de 2017

Chiringuito

Primavera.  Hace sol y el contraste de las nubes con el cielo es agradable,  ¿para quién? por lo menos para él.  Hace unas horas, mientras caminaba por el Barrio Gótico, sintió que necesitaba un cambió de ambiente.  Siguió caminando para ver hacia donde lo jalaban sus los pasos, la vida.

Ahora contempla el oceano sentado en una silla de un chiringuito del mar  pequeño, quizás el más rústico de todo el sector, que tiene  mesas de madera con acabados burdos y una mesera hermosa de ojos azules.  Le gusta el lugar, le gusta su nombre y como suena Chi-rin-gui-to.  Podría adoptarlo como un mantra para el resto de su vida y, cada vez que se sienta mal, repetir la palabreja indefinidamente. También le gusta la mesera. Se llama Celia, Zelia, para él, que es más española que Cervantes.

El lugar no tiene cabida para la uniformidad ni la simetría,  ¿Quién las necesita? se pregunta.  No sabe que va hacer mañana, ni dentro de una semana, mes o año, solo sabe que no quería permanecer en el lugar del que partió hace 2 meses.

Lleva todas sus pertenencias: 7 prendas de vestir,su portátil y un pocillo de la suerte, en una mochila de color azul similar al del cielo, sube la mirada y  se baja las gafas negras hasta la punta de la nariz para confirmarlo.  La brisa le golpea la cara.  Sonríe.  Celia llega con el segundo mojito de la tarde.

Su mente lo traslada al futuro  y lo distrae con diferentes angustias.  Antes de llevarse la mano derecha a la cabeza, para adoptar una postura adulta de preocupación, recuerda su nuevo mantra: Chi-rin-gui-to, Chi-rin-gui-to, Chi-rin-gui-to...Lo repite hasta que la palabra ocupa toda su mente.

Le da el primer sorbo a su nuevo mojito.  Sabe perfecto, como una historia redondita sin cabos sueltos.  En ese momento todo cobra sentido. La eternidad debería ser como un chiringuito. 

miércoles, 4 de enero de 2017

La lámpara

Intenta prenderla, una, dos, tres. hasta cinco veces pero la lámpara no funciona.  Lleva 10 años utilizándola y no entiende que ocurre.  Ayer  funcionó de manera normal, como hace rato lo venía haciendo, pero justo hoy parece que se cansó de prestar su función que se jodan y se queden a oscuras.  pensó que pensaba la lámpara.  Cambia el bombillo y revisa que esté conectada.  Todo está en orden, pero se niega a funcionar.

Utiliza, o utilizaba más bien, la lampara para todo.  Todo en su mundo se resume a dos actividades: leer y escribir. y en medio de estas, para no  desentonar mucho, se alimenta y relaciona con otros seres humanos.  Le gustaba la luz que emitía y la cargaba a todo lado para alumbrar sus lecturas; no descansaba hasta encontrar un lugar que tuviera un enchufe donde conectarla.

Aparte de su función básica, la lámpara también le prestaba compañía.  No había enloquecido. Sabía que no era más que un  objeto, pero le había cogido cariño. Su apartamento no tiene bombillos en ninguna de las habitaciones y  cuando llevaba mujeres, producto de sus encuentros y  reuniones sociales con, en su mayoría, desconocidos, le gustaba el ambiente romántico que se creaba al prenderla. 

Prende su portátil y la luz blancuzca de la pantalla le encandelilla los ojos. alumbra algo, por lo menos parte del teclado, pero es una luz que califica de insipida, no entiende bien por qué, pero le genera mucha rabia.

Decide no escribir ni leer y quedarse a oscuras. Sabe que en las tinieblas su punto de vista se ve obligado a cambiar. 

martes, 3 de enero de 2017

¿Una buena idea?

Lunes 2 de enero. El año, como siempre, comienza lento.  Las calles están vacías.  A las 5 y media de la tarde Lucia y Camilo llegan a un café que parece el único establecimiento, de ese tipo, abierto a esa hora.  En la entrada hay un letrero que dice Coffee is always a good idea.

Lucia entra de afán al lugar.  Antes de sentarse mira a la cajera que irradia ese tedio laboral, propio de la primera semana del año.  Antes de sentarse le dice: "quiero un capuchino por favor".  Es esbelta, de pelo rubio que le llega por debajo de la cintura  y lleva un vestido largo de color verde zapote, que resalta su figura y termina en una faldita que deja ver unas piernas templadas. Su figura se acopla al imaginario colectivo de: "esta buena".

Apenas se sientan continúan con una conversación que llevaban en la calle.  Si tengo dos, uno de 11 y otro menor, le dice Camilo.  Lucia se sorprende al saber que tiene hijos; se sorprende y por alguna razón,  él le atrae aun más. No sabe si esta casado, si vive con su pareja o esta soltero,  pero no importa, el  gusto por alguien, siempre barre cualquier rezago de moralidad.

Les sirven sus bebidas, el capuchino que pidió Lucia y una cerveza para Camilo.   Él le cuenta que ha hecho muchos videos para artistas y novelas, que incluso viajó a México y le grabó uno a una actriz famosa de la que no recuerda el nombre.  A mi no me gustan las novelas, nunca he mirado una, le dice Lucia, mientras Camilo mira disimuladamente su escote, que esconde unos senos redonditos, que desconciertan a la gravedad . Ella se da cuenta, siempre se dan cuenta, y se inclina hacia adelante.

No le prestan importancia a ninguno de los temas que tocan.  Camilo piensa en Claudia, su esposa, una gordita peli negra, graciosa.  ¿Solo graciosa? se pregunta, concluye, para no sentirse mal que es gordita, graciosa y linda.  No tanto como Lucia, mejor dicho es bella pero a su manera.

Ahora Camila habla de grupos de rock de la escena local.  Pronuncia de manera muy sexy la palabra Funky.  Cada vez que termina una frase, deja la boca ligeramente entreabierta, como invitando a que le den un beso.  Luego dice que los bares la estresan y que todos los días va al gimnasio, mi entrenamiento se convirtió en mi estilo de vida.  Juega con su pelo mientras habla, y limpia con su lengua algo de espuma que le dejó el último sorbo de su bebida.

Camilo paga la cuenta.  Cuando se paran, él la agarra  de la cintura.  no aprieta mucho, lo suficiente para que su movimiento no traspase las fronteras de la amistad. Camila le sonríe, y ahí si decide agarrarla más fuerte.  Cuando salen del café, Camilo vuelve a ver el aviso de la entrada, pero solo lee las tres ultima palabras en forma de pregunta, a good idea?.

lunes, 2 de enero de 2017

Deseos

"Solo quiero una puta taza de café, un cigarrillo y sentarme en un escalón, al que le de el sol, en la mañana, antes que la ciudad se ponga ruidosa", dice un hombre  que se encuentra en cautiverio.  Comparte su encierro con otras personas, que comienzan a mencionar otros deseos; actividades sencillas que quién sabe hace cuanto tiempo no realizan, desde que un loco decidió secuestrarlos y encerrarlos.

Una taza de café no es mucho. Me gustaría entender el placer que produce alternar sorbos de esa bebida con caladas de cigarrillo, pero no fumo.  Si comparto el gusto por el café y entiendo eso de sentarse en un lugar en el que cae el sol.   ¿Cuántas veces no nos hemos calentado de esa manera y/o experimentado ese pequeño placer?

Nuestras rutinas, esas que a veces aborrecemos tanto, están plagadas de actividades, eventos, cosas sencillas que pasan desapercibidas, pero que seguro otras personas  desean con ansías. Uno de los trucos, creo yo, para no rayarse tanto con la vida y sus constantes cachetadas, consiste en identificar esos micromomentos, fundirnos en ellos y sacarles el mayor provecho posible.