Vicente Jiménez, siempre se había creído inmortal, que nada le iba a pasar. Como muchos veía a la muerte con un episodio lejano, una palabra que conocía pero que estaba fuera de su vida o lejos de atravesarse en ella. Tomaba, parrandeaba y comía como si no hubiera un mañana, pero como todo exceso viene con una cuenta de cobro incluida, finalmente le llegó el momento de pagar la suya.
Vicente lleva 3 semanas en la clínica, los médicos le dicen que es una simple recaída y que no tiene nada de que preocuparse, pero algo le dice que no, prefiere pensar que es un pálpito en vez de una posible manifestación de un sexto sentido que, de saber que lo tenía, lo haría sentir como un bicho raro.
Su premonición fue acertada. Después de una ronda de exámenes. en la que parece que ningún centimetro de su cuerpo quedó sin un chuzón, los médicos que lo atendían le dijeron que era lo que andaba mal.
La premisa era sencilla o adoptaba un estilo de vida sin tantos excesos o pronto iba a conocer la muerte. Al principio Vicente renegó y cuando estuvo completamente solo le dio fuertes golpes a la cama y tiró algunos objetos al suelo. De todas maneras como entre sus rasgos de personalidad sobresalían la obediencia y el respeto, aceptó todas las indicaciones que le dieron sin chistar palabra.
Hoy, después de varios años, en su lecho de muerte, está convencido del terrible enfoque que le damos a cualquier enfermedad. Desde su recaída, Jiménez decidió mirarla más bien como una invitación, un banderazo para revisar que parte de su vida y relación con los demás y el medio en el que vivía debía recalibrar.
Su último deseo fue un vaso de shiskey puro, como siempre le gusto tomarlo.
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