El motivo de mi ausencia ha sido una mezcla de aburrimiento y malestar general. Apenas pienso en escribir me da una pereza infinita de hacerlo.
Mientras estoy echado en la cama, mirando pal techo, se me han ocurrido muchas ideas. Hay quienes dicen que también se escribe cuando no se escribe. Que el simple hecho de tejer fantasías en la cabeza vale como escritura. No sé, a mi me parece una idea romántica y pienso que escritura solo hay una: poner una palabra delante de la otra.
También me ha pasado que he preferido leer antes que escribir. Eso me recuerda lo que cuenta Rosa Montero en su libro La loca de la casa, sobre el ensayo Letra Herida de Nuria Amat.
Amat le propone a los escritores una pregunta cruel: "¿Si tuvieras que elegir entre no volver a escribir o no volver a leer nunca jamás, ¿qué escogerías?" Yo lo tengo claro. Escogería la primera opción. Montero también, y a modo de juego le ha planteado la misma pregunta a los escritores con los que se encuentra. Cuenta que por lo menos el noventa por ciento, o incluso más, escogen la lectura sobre la escritura.
“Dejar de escribir puede ser la locura, el caos, el sufrimiento; pero dejar de leer es la muerte instantánea.”, concluye la escritora española y estoy completamente de acuerdo. Antes de ser escritor uno es lector, y un lector que quiere ser escritor, debe ser un lector voraz, "desbordado por la ansiosa hambruna de palabras", anota Montero.
Como la lectura es tan importante en nuestras vidas, Montero concluye que la muerte también es lectora. De ahí la importancia de andar siempre con un libro en la mano, porque si te topas con ella en el transporte público, por ejemplo, y ve el libro, se interesa más por él, se distrae y te deja en paz.