martes, 22 de mayo de 2018

Narrar

En un curso de crónica, el escritor que lo dictaba nos decía que el punto de vista en primera persona, para una crónica, no es agradable para el lector, pues a veces se torna tedioso tanto Yo, y que sólo se debe usar cuando hemos experimentado de primera mano la situación que queremos narrar. 

Hoy, debido a una seguidilla de clics, que pretendían encontrar un libro, misión en la que fracasé, di con otro que hablaba sobre narrativas personales y en el resumen decía que la mayoría de veces el Yo narrador, de un cuento o una novela, es poco confiable, pero que en la no ficción el lector siempre debe ser persuadido en el sentido de que quien narra siempre dice la verdad. 

Por eso la tercera persona es chévere, pues nos aleja de las opiniones personales y fomenta la creatividad, pues obliga a ponernos en los zapatos de los personajes, de jugar con escritos ajenos, que son tan nuestros como de otros que existen o no. 

En ese curso de crónica del que les hablaba estaba Celia, una española editora y correctora de estilo, y siempre me gustaba cuando le tocaba leer algún texto en clase, por su acento cargado de eses pronunciadas. 

Celia tituló su trabajo final “Al otro lado del espejo”, una crónica bellísima, para mí la mejor de todas, sobre Claudia Tatiana, un travesti que había recibido un disparo en 2009 y había logrado recuperarse. 

Celia nos contó que había visitado un centro de rehabilitación, y que había pasado muchas horas con Claudia Tatiana, entrevistándola, desenmarañando su historia, que incluso la acompaño a algunas de sus clases y comió algo con ella en el pequeño cuarto de la pensión en la que vivía. 

Celia utilizó en su crónica un punto de vista en tercera persona, pero lo trato tan bien, que produjo uno de esos escritos donde la narración lo arrulla a uno, por lo ameno que resulta leer un texto, que lleva la dosis adecuada de descripción. Les compart0 un aparte de la crónica: 

“La pieza es diminuta y, para aprovechar el espacio, de las paredes sucias cuelgan 
algunos ganchos que sostienen prendas anodinas: un sombrero de corte masculino 
que alivia un instante lo lúgubre que es todo, un par de bolsas de plástico negras llenas
de cosas varias, dos bolsos cómodos y sencillos, uno rojo y otro negro, y un morral
con forma de perro de peluche, que no llega a apaciguar la sordidez del entorno.” 
— Al otro lado del espejo —