martes, 30 de agosto de 2016

Cul-de-sac

Sueño. Pocas veces lo hago o más bien pocas son las veces que recuerdo qué soñé.  En el sueño el día está a punto de convertirse en noche.  Estoy con alguien y queremos tomar un taxi, miro la placa de una casa, la dirección es: “Carrera 1 Este: cierre.”  Meto la mano al bolsillo para sacar el celular y en ese momento suena la alarma del despertador.  

Casi siempre eso es lo que recuerdo de mis sueños, pequeños fragmentos o escenas inconclusas que siempre quedan en suspenso.  ¿Con quién estaba?  ¿Qué hacía en ese lugar?  ¿Existe esa dirección? Mientras me hago estas y otras preguntas oprimo, de manera torpe, un botón del radio-despertador para que la chicharra deje de soñar sonar.

Lo que más me impacto de ese fragmento de sueño, que bien podría ser el inicio, nudo o desenlace de un cuento, fue la palabra cierre que acompañaba la dirección en la placa.  Inmediatamente trajo a mí cabeza el término: Cul-de-sac; esa expresión de origen francés que de forma literal traduce Culo de botella, y que una de sus traducciones al español podría ser callejón sin salida o, de forma aún más escueta, vía cerrada.

Fonéticamente, Cul-de-sac, me parece una palabra hermosa. Creo que se podrían escribir libros, sagas o tratados enteros a partir de esa expresión.  Si algún día me llego a encontrar una novela con ese título, la compraré a la ciega. Pero más allá de eso, lo realmente increíble son las miles de metáforas que encierra.

La más obvia salta a la vista y es lo que hacemos al ingresar a un laberinto¿Qué hacer ante un callejón sin salida? Dar reversa y buscar otro camino.  Si es algo tan obvio, no sé por qué no lo aplicamos más a diario.    

 Una amiga vivió en Bosque Izquierdo, y la entrada de su casa daba al Cul-de-sac más acogedor que he visto en toda mi vida.  Esa es tal vez otra de las tantas paradojas de los cul-de-sacs, que en medio de lo determinantes que son, nunca logramos admirar toda su belleza.