La compulsión con la que anoto libros que me llaman la atención supera exponencialmente la velocidad a la que los leo.
Vuelve y juega: no hay vida que alcance para tanto libro.
Hace unas semanas me suscribí a un par de newsletters que hablan sobre libros y la lista de los que quiero leer aumenta día tras día.
Hoy, por ejemplo, me enteré de la existencia de Gato encerrado, un libro de crónicas, entrevistas y diversos escritos que publicó el escritor peruano Fernando Ampuero en distintos medios.
Me gustan ese tipo de libros que recopilan escritos de diferentes épocas. De pronto es porque guardan cierta similitud con los diarios y porque leer la cotidianidad de la vida de alguien me llama la atención.
La persona que escribió el correo contaba que en un momento de su vida trabajó en un periódico en el turno de la noche, de 5 de la tarde a la 1 de la madrugada. Decía que después de las 8 de la noche le quedaba mucho tiempo para leer. Cuenta que cuando Gato Encerrado cayó en sus manos, pensó que había dado con el santo grial del periodismo; pues era un estilo con el que no se había encontrado antes.
Luego el texto vuelve al presente y comenta que vivimos en una época en la que los jóvenes no leen y que cuando lo hacen no leen lo que deben. Dice que ese libro debería estar de primero en su lista de lecturas pendientes u obligatorias.
Dizque lecturas obligatorias, hágame el berraco favor.
No puedo con esa superioridad moral de algunos lectores empedernidos. Que cada quien lea lo que se le dé la gana y ya está, ¿acaso no? A mí me gustaría que muchas personas leyeran los Articuentos Completos de Millás, pero si no quieren hacerlo y prefieren leer Condorito o las saga de Crepúsculo pues que lo hagan. ¿Quién soy yo para decirles qué deben leer?
Para mí, e imagino que para muchos, no leer sería la muerte en vida, pero leer tampoco tiene nada de especial, es un placer y ya está. Dejen de considerarse especiales porque les gusta hacerlo.