A Celia la conocí en un curso de crónica que tomé hace 6 años. Es una española espigada, de nariz respingada, pómulos ligeramente salidos, pelo negro corto y, si mi memoria no me falla, ojos color claro. En ese entonces trabajaba como editora y correctora de estilo, y estaba metida de lleno en la publicación de un libro junto con el distrito de Bogotá.
Me encantaba cuando en la clase tocaba leer algún texto en voz alta y ella era la que lo hacía, con su acento de eses marcadas. Desde la primera vez que leí uno de sus textos que nos tocaba escribir para las sesiones, supe que ella era la mejor escritora del grupo; era muy precisa con el lenguaje y su gramática era casi perfecta.
Al final del curso cada uno tenía que presentar una crónica. La mía la escribí sobre el Indio Amazónico y Celia escribió sobre un travesti que vivía en una pensión en el centro de la ciudad. Lo más impactante de “Al otro lado del espejo”, su entrega final, no fue el texto en sí, que era de mejor calidad que sus entregas previas, sino la forma en que lo abordó, pues por más de dos semanas se convirtió en la sombra de Claudia Tatiana, la protagonista de su crónica, y la acompañó a todo lado para empaparse de todos los detalles de su vida.
La reunión de despedida del curso la hicimos en el apartamento de Celia, que quedaba en chapinero. Era muy pequeño, pero lo que le faltaba de tamaño lo tenía de acogedor. Ese día nos acomodamos como pudimos en el piso y charlamos, entre vino, pan y jamones; acerca de nuestros escritos, la vida, los libros y la escritura.
Recuerdo que Celia estaba a punto de abandonar el país, porque se acababa de divorciar y, por lo que pude leer entre líneas, no le quedaba ningún tipo de vínculo con Colombia.
Ayer mientras recordaba esto, decidí editar la última versión de mi crónica y comprobé lo saludable que es alejarse de los textos por un periodo, ya sea corto o no. Me debatí entre qué tiempo verbal utilizar: presente o pasado y, aunque el templo ya no existe, al final ganó el primero, pues como dice Margarita García Robayo: “Hay cosas que solo se pueden contar en presente, pero no porque sigan latentes o frescas, sino porque el idioma es pobre”.
También agregué una que otra palabra, eliminé restos de opiniones personales que se asomaban en el texto como puntas amenazantes, y organicé los tres segmentos del escrito: El Templo, Fe en lo oculto y La consulta, de forma diferente, una con la que, creo, logré darle un mejor ritmo al texto.
Cuando terminé le escribí a Celia, para preguntarle cómo la tratan estos tiempos locos y para saber si podía y quería revisar mi crónica. A las pocas horas me respondió: “Sí, por favor, ¡mándamela!”.