viernes, 30 de noviembre de 2018

Lenguaje corporal

Salgo de una reunión y decido que debo comprarme un libro. No es un pensamiento muy racional, pues no sé en qué baso la decisión, pero una vez tomada no le doy marcha atrás: hágale que no viene carro

Visito ArteLetra, con su sugestivo aviso rojo de neón, “Abierto”, en letra cursiva. El hecho de que sea necesario timbrar para poder entrar, hace que asocie el lugar con un escondite secreto. Ya adentro, me gusta que parece no haber espacio para ubicar más libros. 

Como finalmente no pude conseguir el artículo “Bienestar” de Pedro Mairal, algo me dice que debo leer al autor pronto, así que pregunto por sus libros. La librera me dice que un momento mientras teclea el nombre en el sistema. “No, lo siento, no tenemos ningún libro de él”. Para no perder el impulso, pregunto que si tienen novelas de Millás, pero tampoco tienen libros de ese autor. Le doy las gracias y me despido. 

Recuerdo que Prólogo está cerca y decido visitarla, no sin antes llamar para verificar si tienen alguna novela de Mairal. Mauricio Lleras, su fundador, es quién contesta. Después de preguntarle por los libros, me pide un momento y al rato me dice que tiene dos de sus novelas: La Uruguaya y una noche con Sabrina. Love “ ¿Cuánto Cuestan?”
“La Uruguaya 42.”
“ ¿Y la de Sabrina?”
Mmmm tengo que mirar bien, porque me sale en el sistema que no cuesta nada”. Le doy las gracias y le digo que paso en un rato. 

Cuando llego le digo que fui el que llamo hace un momento. Me muestra las novelas y me dice que la de Sabrina Love, la primera novela de Mairal con la que recibió el premio Clarín, cuesta $8000. Con ese precio es imposible no llevarla. La Uruguaya me llama la atención pero la considero muy corta para su precio.

Le pregunto a Lleras qué es lo último que ha llegado y que él considere que uno debe leer, me nombra un par de novelas y menciona con entusiasmo una colección de cuentos de Rubem Fonseca. Le digo que ya leí una, me pregunta cuál y le digo que es una que trae todos los cuentos. “Pero por la cara que hizo parece que no le gustó mucho”, concluye Lleras.

No sé qué cara hice, pero el lenguaje corporal me delató; Lleras tiene razón. Le tenía mucha expectativa a los cuentos de Fonseca por lo que había escuchado acerca de El Cobrador, uno de sus cuentos estrella, pero, a la larga, sus cuentos no me engancharon mucho. Siento algo de pena, pena de no tener una capacidad de apreciación literaria aguda como la que, supongo,   tiene Lleras, pero cada quién con en su derecho de calificar los libros como mejor le parezca, ¿acaso no?

Al final, gracias a otro impulso, decido llevar Memoria por Correspondencia de Emma Reyes.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Bienestar

Hace un par de años tuve una cita con un oftalmólogo. La sala de espera, que no era más que el hall al que daba el ascensor de un frio edificio, estaba compuesta por una hilera de sillas acomodadas contra la pared, que terminaba en una mesa con algunas revistas encima. 

Ese día no llevaba ningún libro conmigo, error garrafal si uno va a una consulta médica, así que aburrido de, en o con la espera, decidí hojearlas. Todas eran revistas médicas, pero una de ellas, aparte de noticias de cirugías de vanguardia y recomendaciones para cuidar la salud tenía un par de artículos. 

Uno de ellos se titulaba Bienestar y su autor era el escritor Pedro Mairal. Un pequeño párrafo, previo al artículo, decía algo como: “Le encargamos al escritor argentino un artículo sobre Bienestar…”. 

Comencé a leerlo y el texto captó toda mi intención solo con sus primeras líneas. Trataba sobre unas vacaciones que había tomado con su familia en una casa de campo y partía el concepto de Bienestar en dos: Bien-Estar y lo relacionaba con la escritura. Escribir es estar bien o bien estar, estar presentes, algo así planteaba el autor. Además tenía unas imágenes bellísimas como la manera en que la luz del sol se filtra a través de las ramas y hojas de los árboles. 

Antes de mi cita leí el artículo varias veces, deteniéndome a saborear las frases que más me habían gustado. Ese día pensé en llevarme la revista o por los menos arrancarle las páginas, pero al final no lo hice, ¿Por qué no lo hice? 

El texto me quedo dando vueltas en la cabeza, lo busqué e internet y di con la versión digital; lo volví a leer e incluso se lo envié a un grupo de amigos para que leyeran mi gran descubrimiento. Estaba aturdido por esa descarga de buena escritura. 

En estos días, no sé por qué, me entró una gran urgencia de leerlo de nuevo, pero ahora no lo encuentro por ningún lado. Todas Mis búsquedas en internet con todo tipo de combinaciones: Bienestar Pedro Mairal, Pedro Mairal Bienestar, artículo sobre bienestar Pedro Mairal, han sido fallidas, y tampoco he podido dar con el mail que contiene el link del artículo. 

De pronto ya desaparecio de internet, creo que eso a veces ocurre, ¿no? al parecer los enlaces caducan y pasado cierto tiempo mueren, por decirlo de alguna manera. 

Le envié un tweet a Mairal preguntándole por su artículo y dónde lo puedo conseguir, ojalá me responda.

martes, 27 de noviembre de 2018

Sensación apocalíptica

El mundo va a arder y nosotros con él. 

Acabo de ver una publicación de Twitter que mostraba videos de manifestaciones contra la cumbre G20 en Argentina. En el hilo, me refiero a la conversación, o bien, gritería virtual, participaban muchas personas disparando opiniones en todas direcciones, unos a favor de las protestas exigiendo sangre y muerte sin importar a que bando pertenezcan las personas, es decir, las que protestan, las que no, las que están mal parqueadas, etc. Otros estaban a favor de manifestaciones pacíficas, pues alegan que ser violentos no tiene sentido. Con respecto a esto último, los primeros afirman que nada de pacifismo, que en las manifestaciones tienen que haber piedras, motines, gases, heridos, etc. de lo contrario ¿qué sentido tienen? Aparte de esto, la conversación también estaba salpicada por videos e imágenes de otras protestas actuales en Francia y Suiza. 

Llegar a un acuerdo en estos temas que generan tantas pasiones es difícil, pero a lo que voy, lo que quiero decirles, es que hay veces, con noticias como esa, en las que siento que el mundo está a punto de arder, que se encuentra inmerso en una tensa y falsa calma, como la cuerda de una guitarra recién afinada que está a punto de vibrar. 

Un economista, si no estoy mal (y ya había escrito sobre esto, pero me repito, porque uno se repite con los temas y muchas veces se es como un viejo que siempre cuenta las mismas historias) hablaba sobre esto, y decía que el mundo en la actualidad es como una bomba de tiempo, y pues que no tiene sentido alguno renegar del estado de los eventos actuales; que lo que en verdad nos debería preocupar, lo realmente crítico e importante, es preocuparnos por identificar nuestro momento Franz Ferdinandezco, haciendo referencia al evento que desató la primera guerra mundial, es decir, mirar que es lo que va a quebrar esa falsa calma del mundo y lo va a hacer arder.

lunes, 26 de noviembre de 2018

Las señales del tiempo

La palabra tiempo es muy compleja  debido a todo lo que connota. Es grave en todo sentido, y quizás hagan falta miles de páginas para intentar describirla y poder tener un atisbo de lo que realmente significa. 

Pasa así con muchas otras palabras; para no ir tan lejos ahí están, todos los días en frente de nuestras narices, las que determinan nuestra existencia, junto con tiempo, las palabras muerte y amor, pero, en fin, hoy no les vengo a hablar sobre eso. Disculpen que me haya descarrilado un poco, pero ya ven, los escritos son así: cree uno tener el dominio sobre ellos, pero resulta que es al contrario. 

En la noche del sábado pasado se fue la luz y los números del reloj despertador quedaron titilando. El domingo, cuando caía la tarde y en una de mis sesiones de dormir Netflix, cerré los ojos un rato y creo que me quedé dormido por un tiempo no muy largo. 

Cuando los abrí, mi mente estaba a toda máquina y repasaba todo tipo de temas, algunos, en apariencia, trascendentales y otros triviales. En medio de ese ejercicio contemplativo abrí y cerré los ojos varias veces, hasta que caí en cuenta de que siempre que los abría, me quedaba mirando fijamente los números del radio despertador, como hipnotizado por su imitación de direccionales de carro. 

No sé cuál tornillo tengo desajustado en la cabeza, pero si existen algunas personas que no aguantan que los objetos estén dispuestos simétricamente mal, como una mesa con su individuales y cubiertos no todos a la misma distancia los unos de otros; a mí me molesta ver esas luces parpadear. 

Con algo de pereza estiré la mano para espichar cualquier botón y hacer que el frenético parpadeo de números se detuviera, y la hora que quedó marcando el reloj fueron las 8:13. “Que pereza, ahora tengo que mirar otro reloj, para ver qué horas son y ajustar la hora”, pensé en medio de la modorra. 

Unos minutos después mire la pantalla de mi celular y la hora que estaba marcando, la real digamos, era 8:10. Me sorprendió, solo un poco a decir verdad, la extraña coincidencia, porque no soy un tipo dado a las “señales” que supuestamente nos envía el universo, pero si me alegré de no tener que ajustar la hora. 

Lo que si está claro es que no sé que ocurrió con los 3 minutos de diferencia, si los perdí, los gané, en fin,  si me van a hacer falta o  a sobrar en la vida, pues va uno a ver y 3 minutos, aunque no parezca, es mucho tiempo, valga la redundancia.

jueves, 22 de noviembre de 2018

Sabiduría urbana

Me gusta cuando voy por la calle o estoy en algún lugar y sin proponérmelo escucho frases sueltas de conversaciones; son pura sabiduría urbana. 


“¡Yo no lo debo plata a nadie!” Dijo un hombre que iba caminando y hablando por celular; otro en una esquina, desde el puesto de un vendedor ambulante que vende minutos, le decía también por celular, al parecer, a su pareja: “Lo que pasa es que tu grupo de amigos es diferente a mí grupo de amigos”, y en una droguería una mujer le decía a otra: “Son sueños que parecen reales. Te quedas dormida unos segundos, te despiertas y crees que lo que soñaste pasó en realidad”. 

Todas son frases que en apariencia no tienen nada que ver una con la otra, ni tampoco con nuestras vidas, aunque, como ya lo he dicho, creo que todos los eventos que ocurren en el mundo se relacionan con cualquier otro de extrañas maneras. 

Está por fuera de nuestra comprensión, que más bien es poca, saber que la taza de café que levante hace unos segundos parar llevármela a la boca, cómo ese simple acto, va a repercutir en los ciudadanos de Guangzhou, China; eso que unos llaman el efecto mariposa. Digamos que mi acción podría desencadenar un tifón que va a azotar esa región del mundo. 

¿Y es que acaso quién puede negar que la fuerza que contiene un simple gesto, no es similar a la de un cataclismo?, he ahí una palabra para saborear: cataclismo (por favor, estimado lector, repítala mentalmente varias veces hasta empalagarse verbalmente) 

Algo así, me imagino ocurre con las frases urbanas, esos pequeños fragmentos de historias o balazos narrativos que nos impactan en la calle; de cierta manera, nos incumben y si miramos bien, hablan acerca de nosotros.

martes, 20 de noviembre de 2018

Ich wiederhole

Ayer, en Cali, un avión de Lufthansa y otro de Avianca, casi se estrellan en pleno vuelo. 

El piloto alemán le anunció a la torre de control que su vuelo no podía mantenerse sobre “Manga”, y justo después el piloto colombiano irrumpió en la conversación, para repetirle lo mismo a la controladora aérea, y al final le preguntó que si estaba entendiendo al piloto Alemán. 

“Afirmativo, correcto. Muchas gracias”, respondió la mujer como para salir del paso. Imaginémosla mirando las pantallas fijamente, con una gota de sudor en la frente que lentamente se escurre por su cara. 

Después el piloto de Avianca le dice que bueno, que ok, pero que el vuelo 024, el suyo, tuvo un avión a la misma altura, que, supongo, es como el mismo carril aéreo, y que ahora están en el outbond, y por último le pregunta que si vuelan a la derecha directo hacia el VOR. 

La mujer le da la razón, que siga derechito hacia el VOR y que las instrucciones para el piloto alemán fueron proceder a esperar en Manga. 

“Señorita, pero entienda; él no le está entendiendo lo que usted le está diciendo y estuvimos muy cerca—contesta de inmediato el piloto colombiano, y luego concluyó —por favor sea más clara con lo que está diciendo porque estamos muy mal con eso”, y cuando termina la frase hay interferencia en la comunicación; no se entiende lo que dice y resulta imposible saber si eso último es un insulto o qué más le dice. Al final como un papá que regaña a su hijo(a), le dice que si no entiende ponga a otra persona a que le ayude. 

“Comandante, correcto. Sí se le copió a la aeronave, pero desafortunadamente varias aeronaves hablaron al tiempo, y no se le pudo copiar la información al piloto”, responde la mujer; podríamos decir que fue una comunicación-Nocomunicación. 

Resulta difícil imaginarse toda la situación junto con la angustia que habrá sentido la culpable de ese accidente-Noaccidente (últimamente fantaseo mucho con el no de las cosas, es decir, ese otro lado que, digamos, las complementa, pero que nunca ocurre), la controladora aérea del aeropuerto de Cali. 

Ich Wiederhole es una frase en alemán que más o menos suena Ig vidajole, y que significa: “repito”. 

No me imagino lo estresante que debe el trabajo de esa mujer que claramente no sabe alemán y, supongo, pedalea el inglés. Es fácil irnos lanza en ristre en contra de ella con toda clase de acusaciones, pero a veces uno simplemente no entiende lo que le dicen, y resulta necesario preguntar que repitan lo que nos acaban de decir: Kannst du wiederhole, bitte? (¿puedes repetir por favor?), por si acaso la controladora aérea lee estas palabras. 

Además, no sé cómo hacen esas personas para entender lo que los pilotos dicen con toda la estática de la comunicación. 

Las estaciones de tren alemanas cuentan con una mujer que recita por los parlantes la información de los trenes: horas de llegada y salida, destinos y, supongo, algo más. De toda la retahíla, lo único que se le entiende de forma clara es cuándo la mujer hace una pausa, una vez termina su parlamento, toma aire y dice: “Ich wiederhole”, y comienza de nuevo a repetir toda la información a toda velocidad, como si el orden del mundo dependiera de eso.

lunes, 19 de noviembre de 2018

Milo y capuchino

Él llega al lugar solo. Se sienta en una mesa y una mujer se acerca a preguntarle qué quiere. “Estoy esperando a una amiga”, responde el hombre, frase con la que espanta a la mesera. 

El hombre revisa de vez en cuando su celular y le da una mirada rápida a la carta. Al rato llega su amiga, su subalterna, su amante, su alumna, no sabemos quién es y lo saluda: “Hola Dr. ¿cómo está?”. 

Luego del saludo y como si se hubieran puesto de acuerdo desde antes, comienzan a hablar sobre política; es una conversación vertiginosa, repleta de apellidos, en apariencia importantes, digamos, prominentes: Navarro, Mejía, López, Pardo”, hasta que la mujer lo increpa: “pero cuéntame, no me has dicho nada”. 

El Dr. que tampoco sabemos si lo es de profesión, porque lleva a cuestas un PhD, porque es el título que le dieron sus subalternos o porque ella lo trata así por respeto o un extraño cariño; parece tener muchas noticias, chismes calientes imposibles de contener, en la punta de la lengua, que va soltando de manera dosificada, en gotero, como si quisiera tenerla en vilo el mayor tiempo posible; un tire y afloje hasta aburridor. 

Podrían estar hablando de muchísimas cosas: de la vida, el amor, la novela o película del momento, el último libro que leyeron o el que están leyendo; de lo mucho que les apasiona o les aburre la lectura, de que se tienen ganas, de sus respectivas parejas, pero no; escogieron la política como tema de conversación, y no podemos hacer nada al respecto, pues hay personas a las que les apasiona ese tema, como a otros, por ejemplo, les apasiona el fútbol, la cocina, la literatura rusa del siglo XIX o la religión, en fin. 

La mujer en son de ultimátum amistoso le dice: “Dr. si mañana le dan algo, me lo tiene que contar antes del miércoles”, a lo que el hombre responde: “Mi general Martínez arrancó para allá, los detalles no los conocía, me los dieron ayer.” 

La mujer sonríe de forma nerviosa, al tiempo que la mesera llega con el pedido: un Milo caliente para él y un capuchino para ella.

sábado, 17 de noviembre de 2018

Cabrón

De link en link termino, como sin querer, en el perfil de una mujer con amplios conocimientos en marketing digital quien, al parecer, está en búsqueda de trabajo. 

Ella, llamémosla Carlota, comentó una publicación que hizo un hombre que, modestamente, tiene como tercer apellido MBA. En esta, el Sr. MBA menciona que tiene una persona con énfasis en comercio electrónico y una alta orientación a resultados que, creo, es como decir que uno tiene un tío que hace cucharas. 

El hombre finaliza su publicación preguntando si alguno tiene una posición disponible para ese perfil, orientado a resultados, que, seguramente, también tiene buenas relaciones interpersonales; lo que sea que ambas cosas signifiquen. 

Carlota lleva ya un buen tiempo sin trabajo y todos los días entra a Internet a ver si encuentra algo, una luz que le quite esa angustia de andar corta de dinero y sentirse improductiva, de creer haber echado su vida a perder; se encuentra con esa publicación, la lee de afán y la comenta con una frase sencilla: “Me interesa!!”, así con doble signo de admiración, sin importarle si los usa mal o no, pues en verdad le interesa. 

El hombre que tiene a esa persona—¿En dónde? ¿Metida en un bolsillo? — le dice que solo está apoyando la búsqueda y que no tiene vacantes para ofrecer, y que de todas maneras lo siente mucho :(, así, con carita triste y todo. 

Todo va bien hasta el momento, un intercambio de mensajes, al parecer sensato, entre dos personas que hacen parte de una red social; hasta que un tercero, un hombre que tiene el nombre de su cargo en inglés: “Yonoséqué Marketer” se mete en la conversación, con la siguiente joya: “Da la impresión que las personas comentan sin tener una buena comprensión de lectura”. ¿De dónde salió ese cabrón? Fijo es de los que se la pasan explicando la diferencias entre ahí, hay y ay. Lo más insólito es que luego de ese comentario, otras personas que comentan la publicación  le dan la razón. 

Dan ganas de participar en la conversación para peguntarles cuál es su jodido problema. No lo hago, pues me da una pereza infinita enfrascarme en peleas con desconocidos en internet.

jueves, 15 de noviembre de 2018

Mi musa

No quiero escribir nada acá. La anterior frase es falsa, pues si fuera cierta, estaría haciendo cualquier otra cosa en vez de esto. Me refiero a que quiero escribir sobre otro tema, uno que pensé hace unos días y que si no lo trabajo rápido se va a pudrir, razón por la cual alrededor de él, es decir, de ese pensamiento inicial que tuve, o bien tema, están revoloteando, como las moscas alrededor de un pedazo de carne putrefacto, otros pensamientos que ayudan a soportarlo. Tal vez no sea la mejor analogía para describir la situación, pues podría asumirse que esos pensamientos tipo mosca, junto con el de carne no tienen futuro alguno, pero la imagen de esos insectos fue la primera que me llegó a la cabeza. 

Le cuento esto, estimado lector, en pro del otro tema pues al no escribirlo, pero seguir pensando en él, es como ir escribiéndolo en la cabeza. Esperaría uno tener una musa bella, que dictara los textos frase a frase, de forma cariñosa, y con un ritmo hermoso, pero no, la mía es más bien díscola, aunque eso no le quita lo bella, sumado a que en ocasiones soy muy disperso: En medio de este y el primer párrafo, me dio por buscar algo en internet, que no tiene nada que ver con lo que tengo en mente. 

La ansiedad de escribir el otro tema se debe a que la musa, la mía para ser precisos, a menos que sea como una diosa a la que todos acudimos, se ha portado bien con él, pues desde que lo pensé me ha susurrado ideas que parecen tener conexión unas con las otras. No solo contenta con eso también sugirió el punto de vista para narrar, y me propuso una estructura para el texto. ¿Habrase visto tanta bondad con el que escribe? 

Me pregunto qué querrá, pues no nos digamos mentiras, nada es gratis en esta vida y todas nuestras interacciones, comerciales o emocionales, buscan algún tipo de beneficio propio, sin importar si somos el que da o el que recibe. 

De pronto es que se va de viaje, pues quiere descansar de mí, que tanto la molesto, pero a pesar de que la tengo cansada me guarda cierto afecto y por eso se ha portado bien conmigo, o de pronto es que espero un gesto "amable" de su parte; algo similar a esas veces en las que uno termina una relación y le exige a su nueva expareja un último beso que selle la despedida, sin importar lo mucho que nos vaya a rayar la cabeza semejante gesto tan mecánico y desprovisto de todo, en fin. 

Mejor me voy a escribir sobre el otro tema, antes de que mi musa me abandone del todo.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Vondifrto

La palabra que quiero escribir es “Considero”, pero la que aparece en la pantalla es Vondifrto, producto de ubicar mal los dedos en el teclado, de no reposar el anular, el medio y el índice sobre las teclas a, s y d respectivamente, sino una tecla hacia la derecha. 

De inmediato el corrector de ortografía la subraya en rojo, y cuando busco qué palabras me indica para corregir mi error, me dice que no hay sugerencias, hecho acertado pues en el diccionario tampoco  hay ninguna palabra que se le asemeje. Entonces, podemos decir, nos encontramos ante una palabra no-palabra. 

Hablemos de la palabra por sí sola, esa “unidad lingüística, dotada generalmente de significado, que se separa de las demás mediante pausas potenciales en la pronunciación y blancos en la escritura”, una de las definiciones dadas por los eruditos de la RAE, a quienes imagino como unos viejitos con túnicas y barbas largas, que pasan varias horas del día sentados en frente de escritorios repletos de papeles, mientras los revisan y escriben en ellos, con una pluma de tinta de las antiguas, semejantes definiciones tan intrincadas.  No entendamos la palabra como el no tenerla, la facultad de hablar o la palabra de Dios.  Me gusta eso de que la palabra generalmente está dotada de significado, lo que abre la posibilidad de que existan las no-palabras, las que inventamos o se nos aparecen y que no tienen significado.

En un aparte de el Hombre que no fue Jueves, Constaín afirma que iba a escribir “Nada de relatos vagos y resúmenes agotados”, pero que hundió mal la teclas y la palabra con la que cerro la frase fue ahotados , un adjetivo arcaico que significa “osado y atrevido”. 

No tengo la misma suerte con vondifrto, de difícil pronunciación con esas tres consonantes seguidas, y que no se me ocurre que pueda ser o significar: ¿un verbo, un adjetivo?, decidan ustedes.

martes, 13 de noviembre de 2018

Cliché

Busco con qué frase cerrar el primer párrafo de un artículo, eso que llaman el lead. Pruebo con una, lo leo de nuevo y la borro. Hago lo mismo varias veces, hasta que doy con una que considero apropiada, incluso ingeniosa, o por lo menos, así me parece. 

Reviso todo el texto de nuevo, busco que no se me escape ninguna tilde de un verbo agudo, que siempre me maman gallo, y lo envío, orgulloso de esa frase que incluso considero mejor que todo el artículo; pendejadas que uno piensa. 

Al día siguiente la editora me lo envía corregido. Casi todo el texto está igual, menos el primer párrafo, y lo que le hace falta es precisamente mi frase, esa frase que yo pensaba que podía ganarse un premio Nobel, si existiera la categoría: Frases Ingeniosas. 

Supongo que es un cliché, vuelvo a leer el texto original y aunque la defiendo ya no me suena tan armoniosa como antes. Ese es el problema con los clichés, es decir, que si uno, sin querer, utiliza alguno, cree que suenan maravilloso, una mini-poesía preciosa, pero ante otros ojos lectores, como dice Antonio García Ángel, hacen chirriar el violín. 

Lo leo y lo releo, y ahora,  aparte de cliché, me parece que tiene tintes de opinión, una de esas viscerales que uno considera verdad absoluta, como casi todas las opiniones. 

Con ella, intento arremeter en contra de algo con lo que no estoy de acuerdo y olvidé, creo yo, lo más importante: contar algo para que cada lector tome lo que considere apropiado del escrito. 

Pienso en cómo han ido apareciendo los clichés a lo largo de la historia, como alguien creyó escribir una frase brillante, pero que en realidad es basura, y como otra persona la utilizó, luego otra y así sucesivamente hasta institucionalizarlos en los lenguajes.

lunes, 12 de noviembre de 2018

El guion de diálogo de Chéjov

La opción para escribir diálogos entre personajes, como para muchas otras cosas en nuestras vidas, se termina convirtiendo en la elección entre una dicotomía: las comillas o los guiones largos, escuetamente conocidos como rayas. 

Al escritor que dictó un diplomado de escritura creativa que tomé hace mucho tiempo le gusta utilizar guiones, mientras que en un curso de crónica, el periodista que lo dio prefiere las comillas.

Lo que me gusta de estas dos opciones es que, a mi parecer, ninguna es mejor que la otra, y quien escribe selecciona la que quiera por mero gusto, porque se le dio la gana y ya, porque sí, por una afinidad especial y difícil de precisar, hacia cada signo tipográfico; aunque no sé si existe una regla para utilizar el uno o el otro.

Personalmente prefiero las comillas, solo porque no se bien cuál es la forma correcta de utilizar el guion, aunque me gusta más el uso de ese signo, cuando se utiliza para que el narrador de una acotación en medio de un parlamento entre dos personajes. Creo que, bien utilizado, ese artilugio narrativo hace maravillas y le aporta muchísimo a una narración.

¿Por qué lo de Chéjov? Simplemente porque cuando quiero utilizar el guion largo, que, recordemos, no es el guion normal, es decir, el signo menos(-), que de largo no tiene nada; suelo abrir un documento de notas de un libro de cuentos de Chéjov, en el que sé que está ese guion de diálogo. Seguramente aparece en varios de los documentos que tengo guardados, pero por alguna razón se me quedó grabado que está en ese.

Me tomo siempre el trabajo de abrir ese documento, porque no sé cuál es el comando para generarlo con el teclado. Recuerdo que el escritor del diplomado, ese al que le gusta utilizar guiones para abrir diálogos, nos enseño como hacerlo, pero lo olvide debido, supongo, a mi gusto por las comillas.

viernes, 9 de noviembre de 2018

Cartuchos narrativos

Imaginemos a un conjunto de palabras como un cartucho, una munición narrativa que disparamos bien sea hablando, escribiendo o mediante cualquier otra forma de comunicación que las involucre, como el lenguaje de señas, por ejemplo. Este cartucho (párrafo) fue de 103 palabras, y hablo de que fue, aunque no le he puesto el punto que lo finaliza, que vendría a ser el seguro, porque una vez disparadas, las palabras dejan de ser o, más bien, dejan de tener el significado que les queríamos dar y cada quien las recibe, interpreta o se impacta con ellas como mejor le parezca; de ahí los malentendidos. 

A veces somos como metralletas, con un cargador de palabras muy amplio, que parecen no recalentarse, y no se nos dificulta dispararlas; mientras que, otras veces, el arma narrativa se atora y a las palabras les cuesta abandonarnos. 

Estas municiones, estos cartuchos, estas palabras iban a tratar sobre algo diferente, pero ya ven, hay ocasiones, como está, en las que las empezamos a disparar y adoptan vida propia, y por este motivo, a veces, se disparan cartuchos narrativos equivocados, que terminan haciendo daño. Espero que este no sea uno de esos casos. 

A veces, cuando escribo, me gusta guardar algunos cartuchos de los cuales pienso que, a futuro, pueden servir mejor en otro escrito, pues también creo que la manera en que las palabras salen disparadas, dependen de factores que están fuera de nuestras manos, qué sé yo, el tiempo, el lugar, agrupémoslos mejor en algo que llamaremos momento; un momento para el que las palabras fueron hechas y que si las logramos disparar en él, ocurren cosas maravillosas. 

Que bueno sería poder llegar a buenos términos con las palabras. Saber cuándo dispararlas y cuándo ahorrarlas; poder descifrar ambos momentos con facilidad, para complicarnos menos y hacer la vida más llevadera.

jueves, 8 de noviembre de 2018

Cuchilla y dos canciones

Salgo a comprar una de esas cuchillas con las que uno se corta la cara afeitándose, de esas que con el más mínimo corte que hacen y por más pequeño que sea, a veces parece que uno se fuera a desangrar. Recuerdo, cuando era pequeño, que mi padre, tenía en su kit de baño una piedrita, no sé de qué material era ni cual es su nombre, que servía para esas cortadas. Solo bastaba pasarla por el lugar del corte, y ya; eso sí, ardía como un condenado, pero era mejor aguantarse eso, que pasar varios minutos haciendo presión con un pedazo de papel higiénico. 

Les decía que salí. Ya es casi de noche y me dirijo hacia una droguería que queda cerca y que supongo, todavía está abierta, pues caso contrario me tocaría caminar más hasta un supermercado. La verdad es que hago fuerza para que este cerrada; aunque hace frio, me entraron ganas de caminar, hecho potencializado por Bloodsucker, la primera canción que me ofreció el dios de la aleatoriedad en mi mp3. Me pierdo en la letra y me pongo a cantarla: “…got a long Story that I wanna tell, to a rythm that I know so well…”. Esa formación de Gillan, Glover, Blackmore, Lord y Paice es, en mi humilde opinión, es la mejor que ha tenido Deep Purple. 

La canción acaba y mi mente cae en un tema que toqué con una amiga en la mañana. Hablamos sobre esos momentos en los que uno se siente desubicado, esos en los que, a primera vista, nos vemos bien, pero estamos mal, como si fuéramos una paradoja andante que vaya a saber quién la puede descifrar; ustedes saben a que me refiero, eso de andar por ahí bien mal o mal bien, de ser un oxímoron viviente. 

Me cuenta que últimamente se ha sentido así, que a veces siente que no tiene ni idea de qué hacer. Le digo que no se estrese que, si de saber qué es lo que tenemos que hacer se trata la vida, la verdad es que todos estamos improvisando, pero también recalco que no se fíe mucho de mis consejos, pues a veces siento que soy la voz de la inexperiencia. 

Ya que estoy hablando del tema de nuevo, pasa y ocurre, estimado lector, que a veces nos cortan o nos cortamos las emociones y estas comienzan a arder y entonces uno, por más chacho que se crea, se quiebra, pero también recuerde estimado lector y tenga siempre presente lo que dijo Leonard Cohen: “En todo hay una fisura, es así como entra la luz.” 

La droguería estaba abierta, pero no tenían cuchillas sueltas y me tocó comprar una más cara, a la que se le pueden comprar hojas nuevas, hojas listas para cortarse. En resumidas cuentas fue un gasto que no quería efectuar, pero necesario, en fin. 

De vuelta a la casa el dios del random nuevamente me trata bien y esta vez me ofrece Once, canción que abre el Ten y que me encanta. La voz del Vedder en ese entonces estaba perfecta. 


“Once upon a time I could control myself 

Once upon a time I could lose myself”

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Chat con el más allá

Deja para mañana lo que puedas hacer hoy, a veces parece ser una de las máximas que rigen mi vida. Hoy se me acabo el liquido para mis lentes de contacto, algo que vi venir desde hace días, pero siempre pensaba: “mañana miro si lo compro”, hasta que hoy fue ese mañana en el que finalmente me tocó buscar donde comprarlo. 

No sé que ocurre con los líquidos para lentes duros como los míos, pues parece que todos están agotados. La marca que  utilicé desde que me los recetaron, la descontinuaron de un momento a otro y conseguí algunos de los últimos frascos que parecían rondar en el mercado, hasta que finalmente desapareció por completo. 

Ahí me tocó comenzar a ensayar diferentes marcas, muchas coquito la verdad, hasta que por fin di con una que me funcionó. Hoy me metí a la página web para ordenar un frasco y la foto del producto tenía un sello al lado, que decía “agotado” en letras mayúsculas.  "Otra vez no", pensé.

Maldije por unos segundos, no muchos, y me puse a buscar otro distribuidor, hasta que di con una óptica que lo tenía. En su página web había un botón que decía “chatee con nosotros”. Desconfiado abrí la ventana del chat y pregunté que si tenían el líquido. Al rato me contesto una muerta, Adriana Cuellar para ser precisos, nombre que utiliza ahora en su nueva vida como bot conversacional ¿Cómo saber que uno está chateando con un humano y no con un robot o un muerto? 

Debo aclarar lo del muerto. Una vez vi un mini-documental de una mujer que había fundado una empresa de tecnología con su mejor amigo. De repente el hombre murió y su amiga quedó desolada, pues era más o menos su todo, incluso creo que era el amor de su vida, pero la mujer nunca lo confirmó ante cámaras, en fin, el hecho es que como la mujer se quedó sola de la noche a la mañana; días después del fallecimiento de su amigo, decidió pedirle a todas las personas que lo conocían, las conversaciones que habían tenido con él a lo largo de sus vidas: chats, E-mails, mensajes de voz, etc. Cuando reunió toda la información, la mujer configuro un bot con ella, con el fin de poder charlar con su amigo por WhatsApp. La mujer afirmaba que seguía ingresándole información al bot conversacional y que era increíble porque a veces si sentía que estuviera chateando con su mejor amigo, y que lo mejor era que podía hacerlo a cualquier hora del día. 

Por eso dudé mucho si en abrir o no la ventana de chat, la verdad pocas son las ganas que tengo de chatear con un muerto, así sea uno lejano.

martes, 6 de noviembre de 2018

Sola

Luego de unos exámenes de sangre, en ayunas, voy a desayunar a un café. El lugar está casi solo; únicamente hay un par de personas en la terraza, y adentro una mujer ocupa el puesto de una mesa que da hacia una ventanal.

La mujer toma café de forma espaciada. Cada vez que levanta la taza, la lleva muy despacio hasta la boca, le da un sorbo y la vuelve a poner, con delicadezasobre la mesa; parece ser  un ejercicio que realiza a plena conciencia. 

Mira fijamente un punto fijo más allá de la ventana, que da a la terraza del lugar. Supongo que posa su mirada sobre algo del entorno, cualquier cosa: una silla, la rama del único árbol del lugar, de la que cuelgan unas luces; las mismas luces, en fin; pero eso que mira tan fijamente, es muy probable que no coincida o tenga nada que ver con el lugar en el que se encuentra su mente, pues a todos nos pasa, nos enredamos con un recuerdo, una fantasía, una angustia y habitamos un espacio diferente al físico.

Me parece que la mujer esta sola, y cuando digo sola, me refiero a que está y no está, además de no tener nada a la mano que la distraiga, como su celular por ejemplo, que contrario a ella si está en el lugar y sobre la mesa. En medio de su estado contemplativo, el objeto le importa en lo más mínimo pues la mujer, creo yo, disfruta estar sola en ese otro lugar que comparte con sus pensamientos.

únicamente le da sorbos a la taza de café, sin mover nada más que su brazo izquierdo. Me pregunto en qué pensará, qué decisiones ha tomado en lo que lleva ahí sentada, mientras el resto de los mortales nos anestesiamos con nuestras rutinas.

Un hombre entra en la escena, la saluda y la saca de su estado contemplativo; luego pone un maletín sobre la mesa, hace ruido con la silla en la que se va sentar y se inclina para darle un beso en la mejilla. 

¿Seguirá sola la mujer?

lunes, 5 de noviembre de 2018

Pasos en la madrugada

Salimos del sitio en la madrugada y caminamos por un tiempo. Varios tratan de que Jay, un mexicano, no se tropiece con las personas que ocupan las acera, ni que se entretenga conversando con alguna mujer que no conocemos. No hay rastro de Miguel, su wingman, otro mexicano. 

Me alejo de mi esquina; quiero decir que me alejo de la esquina desde la cual siempre pido transporte cuando me encuentro en ese sector. Nos detenemos y estoy algo desorientado. Pienso que me excedí, y que más tarde me va a doler la cabeza. 

De repente ya todos saben para donde se dirigen, con quién y cómo se van a ir, mientras a mí, se me confunde el sur con el norte, las calles con las carreras. A mi lado está Andrea, una mujer que solo conozco desde hace un par de horas y que luce angustiada. Como nos dirigimos hacia el mismo lado, le digo que si quiere yo me voy con ella. Al resto de personas les parece bien mi propuesta y, ahora sí, se dispersan. 

Andrea me pregunta que si vamos a coger el carro juntos. “¿Pero primero vamos a pasar por tu casa?”. “Sí, ponemos dos direcciones, primero la mía y luego la tuya”. Parece no gustarle mi propuesta y se estresa. “¿Ahora qué hago?”, pregunta al aire, mientras yo cancelo un carro que reserva la carrera, pero que está muy lejos. 

Le digo que no, que tranquila, y la invito a que caminemos a la esquina. Andrea hace un puchero y me dice que no, que no quiere caminar más, y me da a entender que tiene un cansancio similar al de haber corrido una maratón. “¿Qué le pasa a esta cosa?”, pregunta ahora refiriéndose a su celular al que, al parecer, no le funciona el gps, pues no la deja escribir la dirección completa. Le digo que me deje intentarlo. Con el celular en mis manos,  pero mi gps interno fallando,un modelo que no conozco, no encuentro la tecla #, hasta que por fin lo logro, pero es verdad, la aplicación no deja poner la dirección completa. 

“Ay! Mira, ahí salieron ellos”- me dice, refiriéndose a una segunda tanda del grupo de personas con las que estábamos, que, de repente,aparece cerca de nosotros. “Yo mejor me voy con ellos. Le dijo que bueno, que lo siento por no haberle podido ayudarla a llegar a su destino, y me dice que tranquilo, que no hay problema. Se ve un poco más calmada. 

comienzo a caminar hacia mí esquina, y luego de unos pasos por fin me ubico. Ahora pienso en “El Sereno”, ese enemigo invisible, que nos acecha en las madrugadas. 

Por fin llego a la esquina de siempre, mí esquina, y me siento en un murito. Pido el carro y está a 8 minutos. Guardo el celular en el bolsillo y me dedicó a ver las personas que caminan a esa hora, un par de ellos van disfrazados, veo a una chilindrina y a una diabla. De repente un hombre con una guitarra se para enfrente mío y comienza a tocar una canción. Evito el contacto visual porque no tengo dinero para darle, pero el hombre no se mueve y sigue tocando: “Es ligero equipaje para tan largo viaje, las penas pesan en el corazón…”, típica canción de un Guitarrita

Otro hombre, que viene caminando de norte a sur por la misma acera en la que se encuentra este concertista de madrugada, lo empuja. No sabemos si no le gustan los “guitarritas”, la canción o qué es lo que le ocurre. El empujón hace que el hombre termine su canción antes de tiempo. “¿Qué le pasa a la gente?”, alega. Tiene razón, “¿Qué nos pasa?”, me pregunto. Por fin lo miro, le levanto un pulgar, y me pide una moneda; hago un gesto indicándole que no tengo, sonríe y sigue su camino. Luego un grupo compuesto por dos hombres y una mujer pasan por el lugar. Discuten lo bien que la pasaron. Uno de ellos lleva una botella de Tres Esquinas, en sus manos, y los otros dos vasos plásticos. 

El carro por fin llega.

sábado, 3 de noviembre de 2018

Bolsas plásticas

Una mujer ser acerca a  la barra en la que estoy leyendo y comienza a hablarme. Saca unas bolsas plásticas de su maleta y me cuenta que las está vendiendo para pagar sus estudios. 

Le dijo que no gracias, que no estoy interesado, ¿para qué hacerle perder su tiempo? Responde algo que no entiendo, pues habla muy de afán, y le vuelvo a repetir que no gracias. ´La sonrisa con la que inició su discurso se esfuma y ahora me mira con, creo yo, algo de rabia. 

Decide abordar al hombre que está sentado a mi izquierda, que tiene varios papeles en desorden sobre la barra, maneja una calculadora como si su vida dependiera de oprimir los botones, y hace anotaciones con un esfero rojo; ¡Rojo! 

Ls mujer le echa el mismo discurso de hace un momento, y el hombre, un sesentón con gafas y aspecto bonachón, sonríe como si estuviera escuchando a una nieta que le cuenta algo. 

“¿Qué estudias?”, le pregunta el hombre esbozando una sonrisa pícara 
“Relaciones internacionales” 
“¿En dónde?”. La mujer, algo incomoda ante la cercanía verbal de su nuevo interlocutor, le contesta algo que no logro entender 
“Ahh ya, ¿y de dónde eres?” 
“De acá de Bogotá” 
“¿Rolita como yo?”—!Rolita!, contraataca  el hombre, en su juego de pregunta-respuesta 
“La mujer sonríe pero con desgano, y no responde nada. 
“¿Y cómo te va con eso, si has vendido?” 
“Hay días buenos y días malos”, responde de forma seca. 
“Pero es que yo no utilizo de esas cosas, dice el hombre refiriéndose a las bolsas, como si fueran una prenda de vestir. 
“Sirven para todo: para canecas de basura grandes y papeleras” 

El hombre se mete la mano al bolsillo para sacar unas cuantas monedas que luego deja caer en la palma de la mano de ella cuando  estira el brazo, acción acompañada con la frase: “Estás muy linda”, que parece subrayar en un rojo pasión. 

“Gracias”, responde ella de forma escueta, da media vuelta y abandona el lugar rápidamente.

jueves, 1 de noviembre de 2018

La distancia

La distancia corroe los afectos, especialmente el amor y el cariño. Es difícil precisar a quién afecta primero, si al que se va o el que se queda, pero algo quiebra en las relaciones, y no solo me refiero a las amorosas, aunque parece que son las que más perjudica. Muchas veces he escuchado historias acerca de parejas de novios que deciden terminar, cómo no queriendo dejarse joder por ella, justo antes de que alguno de los dos tenga que realizar un viaje prolongado. 

Otras veces, como le pasó a una amiga, la pareja decide desafiarla y continúan la relación uno acá, el acá que le aplique a cada quien, y el otro allá, ese allá motivo de estudio, trabajo o la razón que sea, y a veces lo logran, pero cuando la separación termina y se supone que la relación vuelve a su cauce habitual, que todo vuelve la normalidad, vuelvo e insisto, parece que algo se hubiera quebrado; al final la relación de mi amiga no aguantó la embestida que la distancia le había dado y todo se fue al traste, que vaya a saber uno dónde queda, pero que definitivamente no es un lugar para los noviazgos. 

También está el caso de los parientes que dejaron su país, y se fueron a buscar suerte en otro lugar, solos o con toda su familia. Parientes que, aunque llevan varias décadas por fuera, la nostalgia de estar lejos de los suyos todavía les pega duro, y cada vez que llaman a hablar con esos "suyos", que ya son otros, quieren hacerlo por horas enteras; hablar sobre todo, lo que sea: el clima, la política, los deportes y cualquier otro lugar común que esté a la mano, y también sobre temas trascendentales, de esos que evitamos mientras la rutina del día a día nos envuelve. ¿Y qué pasa?, que al que llaman no se siente igual, no le pesa la nostalgia, y en cambio está preocupado por sus cosas: la casa, el trabajo, el dinero, las deudas, los hijos, en fin, lo que sea que ocupe su mente y prefiere evitar esas conversaciones pues le molesta ese dejo sentimental. 

Pero igual ahí vamos, tratando de ganarle el juego a la distancia.