Una mujer ser acerca a la barra en la que estoy leyendo y comienza a hablarme. Saca unas bolsas plásticas de su maleta y me cuenta que las está vendiendo para pagar sus estudios.
Le dijo que no gracias, que no estoy interesado, ¿para qué hacerle perder su tiempo? Responde algo que no entiendo, pues habla muy de afán, y le vuelvo a repetir que no gracias. ´La sonrisa con la que inició su discurso se esfuma y ahora me mira con, creo yo, algo de rabia.
Decide abordar al hombre que está sentado a mi izquierda, que tiene varios papeles en desorden sobre la barra, maneja una calculadora como si su vida dependiera de oprimir los botones, y hace anotaciones con un esfero rojo; ¡Rojo!
Ls mujer le echa el mismo discurso de hace un momento, y el hombre, un sesentón con gafas y aspecto bonachón, sonríe como si estuviera escuchando a una nieta que le cuenta algo.
“¿Qué estudias?”, le pregunta el hombre esbozando una sonrisa pícara
“Relaciones internacionales”
“¿En dónde?”. La mujer, algo incomoda ante la cercanía verbal de su nuevo interlocutor, le contesta algo que no logro entender
“Ahh ya, ¿y de dónde eres?”
“De acá de Bogotá”
“¿Rolita como yo?”—!Rolita!—, contraataca el hombre, en su juego de pregunta-respuesta
“La mujer sonríe pero con desgano, y no responde nada.
“¿Y cómo te va con eso, si has vendido?”
“Hay días buenos y días malos”, responde de forma seca.
“Pero es que yo no utilizo de esas cosas, dice el hombre refiriéndose a las bolsas, como si fueran una prenda de vestir.
“Sirven para todo: para canecas de basura grandes y papeleras”
El hombre se mete la mano al bolsillo para sacar unas cuantas monedas que luego deja caer en la palma de la mano de ella cuando estira el brazo, acción acompañada con la frase: “Estás muy linda”, que parece subrayar en un rojo pasión.
“Gracias”, responde ella de forma escueta, da media vuelta y abandona el lugar rápidamente.
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