lunes, 16 de noviembre de 2020

Abismos

Estoy tranquilo, digamos desayunando, mirando por la ventana mientras viajo en un bus, cortando un pedazo de carne con un cuchillo y un tenedor, o bajo el chorro del agua de la ducha; cuando de repente mi cabeza se llena de dudas, muchas, porque estas son cobardes y les gusta atacar en manada. Entonces aparecen cuestionamientos de todo tipo, acantilados de interrogantes, porque estar tranquilo, al parecer, es algo complicado, y siempre, sin ser consciente, camino por los filos del abismo de la locura. 

A veces, cuando eso ocurre, pienso que soy un bueno para nada, que todo lo que hago o dejo de hacer, porque lo que  elijo no hacer también repercute en mi vida, es en vano, no funciona ni cumple con ningún propósito. 

Son momentos llenos de tristeza, melancolía, nostalgia, en fin, momentos en los que la vida deja de ser y pierde todo el sentido, dado el caso de que llegue a tener alguno. 

Cuando esos momentos me embisten, cuando ese coctel de sentimientos y hormonas explota dentro de mí, procuro entregarme a la situación con los brazos detrás de la espalda. Esa, creo, es la mejor forma de actuar ante tanta incertidumbre, tanta muerte que llevo por dentro. 


Hablando de muerte, una médica experta en cuidados paliativos dice que ser capaces de sentarnos con nuestras angustias más profundas, sirve para explorar los pensamientos que más nos preocupan, procesarlos y llegar a encontrar formas más útiles de lidiar con ellos. 

El escritor español Manuel Vilas, dice que el cerebro humano tiene abismos, y que debemos abonarlos con nuestra sangre. 

Supongo que, de vez en cuando, hay que caer a propósito en ellos, para que la sensación de vacío no sea una constante en la vida.