Una vez leí una cita de Millás que se me quedó grabada: “Nos la pasamos buscando genes por dentro y galaxias por fuera”. Si no estoy mal el artículo se refería a esas ínfulas que tenemos de grandeza, a esa creencia errónea de ser los dueños y amos del universo, cuando todavía nos falta tanto por aprender como especie e individuos.
Supongo que nos gusta la grandeza y por eso nos convertimos en presa fácil de la opulencia. Entonces lo pequeño nos complica la existencia, es como si se nos escapara de las manos cuando tratamos de entenderlo. Por eso es que en Nat-geo hay un programa que se llama Mega estructuras y, que yo sepa, ninguno dedicado a las construcciones pequeñas o a eso que nuestros ojos no pueden ver. Creo que eso tiene mucho que ver con nuestras ganas de querer sentirnos poderosos.
¿De qué hablo? Todavía no lo sé muy bien, tengo un puñado de ideas arrugadas en mi cabeza e intento alisarlas para darles algún tipo de orden; veamos si lo logro de alguna manera.
Hablaba de lo pequeño, ¿cierto?, entonces hablemos del átomo, uno de los protagonistas de la catástrofe de Chernóbil. El hombre, en ese entonces, creyó que lo entendía, pero el átomo, tan pequeño, tan insignificante a primera vista demostró lo contrario. Uno de los entrevistados del libro Voces de Chernóbil dijo: “No hemos olvidado Chernóbil; sencillamente no lo hemos comprendido. ¿Qué podían entender los salvajes de los relámpagos?”
Entonces ahí vamos, como dando tumbos en búsqueda de la grandeza, lo que eso signifique para cada uno, hasta que algo pequeño, un virus desconocido, por ejemplo, nos demuestra lo contrario, que todavía nos falta mucho por aprender, y ojalá por vivir.