Me inscribo a una charla sobre storytelling que promueve una entidad de la india. Me llega un mail de Shruti. Como siempre trato de ponerle una cara a las personas, me inclino a pensar que es una mujer, pero vaya uno a saber. Una vez tenía que escribirle un mail a Delaney, y todo el tiempo lo trate de She, para luego enterarme de que era un hombre.
La diferencia horaria con ese país es de diez horas y media. Siempre me ha intrigado eso, que en un lugar sea de día y en otro de noche, pero acepto que yo me asombro con cosas muy sencillas, como que uno prenda el reproductor musical y continúe en la misma canción, en el segundo exacto en que se había apagado. Deberíamos asombrarnos más por todo lo que nos rodea. Por ejemplo, accionar un interruptor y que se prenda una bombilla, es algo que debería dejarnos boquiabiertos, en fin.
También me causa intriga la diferencia horaria, porque me cuesta mucho realizar los cálculos para saber qué hora es acá, según la hora de otro lugar. No sé a qué se debe eso, es como un corto circuito de las neuronas encargadas de llevar el tiempo, si es que existen.
Supone uno que el tema de los horarios está balanceado, que hay igual cantidad de noche y día en el planeta, y que no deberíamos preocuparnos por eso, pero creo que en algún momento la balanza se inclina para algún lado y es ahí cuando los eventos comienzan a despiporrarse.
Pienso en el futuro: si me conecto de noche y allá es de día, ¿en qué plano estoy? “En su presente y los de la india en el suyo”, dirán los más prácticos, pero ellos están en un nuevo día, una nueva fecha, mi futuro, y yo sigo en su pasado, ¿acaso no?