Lunes, 8:30 de la mañana.
Ahí está Sergio Ramírez, sentado en la terraza de un café con un libro en sus manos, mientras permanece ajeno a todo lo que lo rodea. A Ramírez le gusta pensar que apenas sus ojos comienzan a recorrer las letras de izquierda a derecha, una membrana transparente lo cubre y protege de los ruidos del mundo exterior.
Un hombre de saco y corbata que va tarde para el trabajo mira a Ramírez con envidia, pero él, claro está, no repara en el oficinista porque la burbuja le evita sentirse observado. El hombre que no ha dejado de mirarlo tropieza con un desnivel del andén y trastabilla para no caer en el piso. Cuando por fin está a salvo se acomoda la chaqueta, se alisa la camisa y murmura algo, seguro un insulto dirigido hacia Ramírez, pero no alcanza a hacer mella alguna en su estado lector.
Esa membrana de la que hablamos es semi hermética, ya que Ramirez puede sacar sus brazos fuera de ella. ¿Para qué va a querer hacer eso? Es un movimiento que repite cada cierto intervalo de tiempo y lo ejecuta para buscar la oreja de la taza de café, levantarla y llevarla hacia su boca, sin quitar su mirada de la página que lee. Cualquiera diría que es un movimiento fácil de realizar, pero no se imaginan cuantas veces lo ha tenido que practicar para ejecutarlo casi de forma inconsciente. Ramírez sabe a qué distancia precisa debe acomodar la silla de la mesa, para que sus movimientos no fallen y termine por regar el café. Esa tarea adquiere un nivel de dificultad adicional cuando pide algo de comer para acompañar la bebida caliente.
Ahí está Ramírez. no le está haciendo mal a nadie solo lee protegido por una membrana invisible.