Tal vez escribir libros de autoayuda es buena opción. Quién sabe cuánto dinero genera ese tipo de libros, pero imagino que deben ser varios miles de millones de dólares. No faltarán los eruditos que inflan el pecho diciendo que solo leen literatura de verdad, en fin. A mí no me corresponde decir si los libros de autoayuda son buenos o una basura. Es algo que me tiene sin cuidado, es decir, que cada quien lea lo que le dé la gana.
Habló sobre ese tipo de libros porque hago fila en un supermercado que está a reventar. Estoy a solo un turno de que me atiendan , pero la pareja que está adelante de mí no deja de poner productos sobre la banda transportadora. En un momento la mujer le dice algo al esposo y sale disparada a buscar un producto que se le olvidó.
En ese momento, cuando intento no pensar en nada, mi mirada cae sobre el estante de libros y revistas de la caja en la que hago fila. Tiene varios libros de autoayuda como: Me quiero, te quiero, una guía para desarrollar relaciones sanas; Recupera tu mente reconquista tu vida, cómo rescatar la atención en un mundo distraído e hiperconectado o, el poder de la concentración absoluta, herramientas prácticas para curarse de la distracción y vivir con alegría y propósito.
También hay un par de novelas: Alas de hierro y Still with us, pero de todos los libros el que más me llama la atención es uno para niños: el pollito perdido, que tiene un dibujo de un pollito al lado de una gallina.
En fin, quizá si no estuviéramos tan periodos en la vida, seguro no necesitaríamos de tantos libros de autoayuda. De pronto lo que nos hace falta es reconocer que todos tenemos rayes extraños y que seguro hay un libro de ese género que puede ayudarnos.
Hablando de más si algún día me aventuro a escribir uno, se titularía: El arte de hacer nada, como echarse en la cama a mirar pal techo entre semana sin sentirse mal.