Hace muchos años visitaba con frecuencia el barrio Quinta Camacho. Los miércoles, cada 15 días, me reunía con mi grupo de escritura en la librería Authors. siempre llegaba antes y aprovechaba para leer en algún café o a veces visitaba la librería Arte y Letra.
Hace poco volví a pasar por ese sector y quién sabe hace cuánto no lo visitaba o si lo había hecho de forma distraída, pues no me había fijado que había desaparecido esa librería. Siempre me pareció un lugar muy acogedor. Me agradaba su “desorden”, por decirlo de alguna manera. Sentirme rodeado de libros, como amenazado por ellos.
Entonces el “vértigo” que sentía al entrar a al local era más pronunciado que en otras librerías, porque ahí sí que no sabía por dónde ni qué empezar a mirar; me atragantaba de libros con cada paso que daba.
Siempre caminaba con cuidado por para no estrellarme con las torres de libros, pues pensaba que tumbar una podía desencadenar una reacción en cadena que los llevaría todos al piso. Seguro tenían su orden, solo que uno no lo tenía claro, pero pero imagino que solo bastaba con pedirle un libro a su librera para que ella lo ubicara sin ningún inconveniente. El desorden también tiene su gracia.
Al final era algo que mejoraba la experiencia porque no quedaba más remedio que tomarse las cosas con calma, ir tomando los libros que le llamaran a uno la atención y comenzar a hojearlos con calma, leer un párrafo aquí otro allá, pasar unas cuantas hojas, volver a hacer lo mismo, moverse–con cuidado– a otro sector de la librería y repetir la operación, hasta creer haber dado con el o los libros adecuados. Como siempre, ejerciendo ese papel de pescador de libros lo mejor que se puede.