lunes, 21 de julio de 2025

Salirse del tiempo

Clarita murió el jueves pasado a la una de la tarde.

Hoy, en su funeral, su hija me contó que se fue de forma tranquila y que alcanzó a despedirse de todos sus familiares cercanos.  Falleció en su cuarto de infancia, pues sus últimos días los había pasado en casa de su madre.

Ese jueves,  optimista como siempre, tenía cita con un médico naturista que prometía un nuevo tratamiento para su cáncer, pero en cuestión de horas su estado de salud empeoró y no pudo asistir.

La conocí en un taller de escritura de guion, y desde ese momento nos unió nuestro amor por la escritura y los libros.

Vivía en un apartamento pequeñísimo, pero acogedor en el barrio El Polo, con una vista privilegiada hacia las montañas.  Era un lugar que tenía libros ordenados en bibliotecas en diferentes rincones de la casa, excepto en uno de los cuartos, donde se encontraban esparcidos por el piso y arrumados en torres de distintos tamaños.  Era una habitación de la que uno siempre salía con un libro en la mano, pues Clarita no tenía problema alguno con prestarlos.

Una vez tuvimos un intercambio de libros en su apartamento y olvidé llevar el que yo iba a compartir.  Luego de timbrar y pasar a la sala, unos cuarenta minutos antes de la reunión, Clarita llegó con dos tazas de café y me preguntó: 

—¿Y tu libro?
Me llevé la mano a la frente y me dijo:
—Tranquilo, yo te presto uno para que intercambies.

Cuando terminmos de tomar el café, entramos juntos a ese cuarto repleto de libros.  Comencé a caminar por en medio de las torres de libros y vi en el piso una copia de Amantes y enemigos, el libro de relatos de Rosa Montero.  Lo recogí y le dije:

—Yo quiero leer este.
—Llévatelo — respondió, pues sabía lo mucho que me gusta esa autora.

Debí haber hecho alguna cara, porque al instante agregó:
—Escoge otro, el que quieras, para intercambiar.

no recuerdo cuando fue la última vez que nos vimos en persona.  Debió haber sido hace más de un año.  me jode esa ingratitud que se adhiere a las relaciones de los amigos, y el hecho de haber dejado de vernos como si nada, como si fuéramos a vivir para siempre.

El mundo, claro, sigue girando, y los vivos seguimos dedicándole tiempo y energía a cuestiones tan intrascendentes como el amorío de dos amantes ejecutivos millonarios en un concierto de Coldplay. 

Rosa Montero lo dejó claro en su Ridícula idea de no volver a verte:

Solo en los nacimientos y en las muertes se sale uno del tiempo; la tierra detiene su
rotación y las trivialidades en las que malgastamos  las horas caen sobre el suelo 
como polvo de purpurina.