Tatiana Opertji lleva más de media hora navegando perdiendo el tiempo en Internet. Quiere escribir algo, pero, como por variar, las ideas se le resbalan de sus dedos antes de que estos comiencen a teclear.
Es un estado que le aterra, pues la deja al borde de despacharse una pieza desabrida de opinión con un punto de vista mordaz, pues ese es su estilo y es lo que sus lectores disfrutan leer, o por lo menos eso es lo que ella cree, y también es por lo que día a día recibe palmaditas en la espalda. Pero, vuelve y juega, es solo lo que ella cree.
Opertji escribe, le pagan por ello; por columnas en las que sentencia supuestas verdades, en las que señala con sus letras a este o al otro, en las que denuncia injusticias, determina culpas y responsables, pero muy en el fondo sabe que, por más ritmo, vocabulario, leads enganchadores o contundencia de sus textos, a nadie, realmente, le importan sus opiniones. Muchos la alaban, si, pero para no desentonar, para ir a favor de la corriente, pero Tatiana sabe que ese amor se puede convertir en odio de la noche a la mañana.
Quiere escribir algo, pero Sigue sin dar con ningún tema, no se lo cree, ¿cómo le puede ocurrir eso a ella, una de las mejores columnistas del país? Pero sabe que es mentira, no lo de querer escribir sino eso de ser una de las mejores columnistas.
Hace rato que está convencida de que no quiere escribir otra columna de mierda despotricando del mundo, alguien o la vida. Hace rato que quiere escribir cuentos, ficciones largas o cortas, y en las que sus lectores se puedan identificar con los personajes y sus conflictos.
Opertji le da un sorbo a una cerveza que ya lleva por la mitad, la estampa con fuerza sobre el portavasos y comienza a teclear una imagen que le llega a la cabeza. Imagina que es la escena que da inicio a una historia.
En el lugar que imagina es de noche, hace frio, esta desolado y un niño de 8 años camina solo por una acera; su bufanda se agita con el viento. Tatiana escucha voces de fiesta de un grupo de personas que salen de un bar, no han visto al niño y mucho menos las lágrimas secas que lleva en su rostro.
Tatiana no lo puede dejar solo, olvida su columna y se concentra en su personaje, Nikolai, que acaba de quedar huérfano.