La palabra objeto es prima hermana de "cosa", pues todo, hasta uno mismo puede ser un objeto al igual que una cosa, pero parece más precisa, quizá porque preferimos cargar nuestras frases más con la segunda que la primera.
Ayer, mi hermana descubrió un alambre que estaba en el piso de mi cuarto y me lo mostró en la noche. Quería saber cuando lo había hecho, " ¿cómo así?" le pregunte; me lo mostró. El alambre por alguna razón, bien sea una de esas "señales divinas" con las que tanto nos gusta fantasear o sólo porque sí, razón que nos cuesta entender, adoptó la forma de una persona sentada que está escribiendo.
Bien podría ser la silueta de alguien comiendo, pero eso es lo terrorífico y a la vez mágico de las "señales", que les atribuimos el significado más romántico que tengamos a la mano.
Imagino entonces que esa señal en forma de pedazo de alambre desprendido de quien sabe qué, pretende indicarme que no deje de escribir el año que viene. La señal era innecesaria, pero igual le agradezco su aparición.
El objeto ahora cuelga del laúd de una figura que tengo de Sarasvati, la diosa hindú de la voz y el conocimiento, protectora del arte y a quien se le acredita la invención de la escritura. Imagino que ambos objetos van a entablar una buena amistad.