El despertador no sonó y Marcela salió tarde de la casa para el trabajo. La verdad es que sí sonó, pero decidió hacer pereza en la cama y la apagó tres veces; por eso se autengañó. No soportaba la idea de pasar un día más en esa oficina, con un montón de personas que fingían ser sus amigos y un trabajo que, sentía, le drenaba la vida
Ese día una ligera llovizna caía sobre la ciudad y eso incrementó su mal humor, pues tuvo que salir de su casa sin desayunar. Sabía que cuando eso pasaba, la probabilidad de que le diera dolor de cabeza era más alta.
Necesitaba un café, así que se bajó del bus a tres cuadras de su oficina, en una calle con varias cafeterías. No le importó el hecho de que fuera a llegar más tarde al trabajo, incluso pensó que era lo mejor para sus compañeros de oficina, porque sabía cómo podía actuar, si no introducía algo de cafeína a su organismo. Cada quién con su veneno, pensó, mientras se sentaba en una mesa de la terraza de Tacita Feliz, el primer local que vio.
Una mesera muy flaca, que llevaba un delantal naranja que le quedaba grande, se le acercó con una libreta y un esfero en la mano.
“Buenos días, ¿qué va a ordenar?”, le pregunto la mujer.
“Un tinto grande bien cargado, por favor”, respondió ella.
Entonces aspiró el olor del pan recién horneado. En ese momento decidió que un mojicón sería el mejor acompañamiento para su bebida y también pidió uno.
Mientras tanto, la canción que salía de sus audífonos era Dissident, de Pearl Jam. Cuando la mesera dio media vuelta para ir a traer su orden, Eddie Vedder cantaba: Always home, but so far away, like a word misplaced.
Así se sentía a veces, como una palabra que no encontraba su lugar. La mesera llegó con un pocillo grande que humeaba. Marcela sonrió cuando le dio el primer sorbo.
Se lo tomó rápido sin importarle que la bebida le quemara un poco la lengua, y se metió casi medio mojicón en la boca. Ahora Vedder cantaba: she couldn't hold No, she folded. y ahí con Vedder y el tinto como guardianes de su futuro tomó una decisión: iba a renunciar.