Un amigo me cuenta que este fin de semana tiene una cita con una médica bioenergética, la misma que atiende a su novia. ¿Por qué?, porque afirma que últimamente no se siente bien, como si tuviera algo desbarajustado, excelente palabra esta, pero no es una dolencia física que se cura con una pastilla para el dolor y/o una bebida caliente. Podría escribir que es un dolor en el alma, pero me parece un recurso romanticón y zonzo.
Mi amigo atribuye parte de su sensación a estar lejos de su familia; emigrar siempre desordena algo, corrompe nuestro programa o, en otras palabras, nos enreda el caminado.
Una de las principales inquietudes que le rayan la cabeza y que me planteó con algo de rabia fue: “¿Por qué carajos tuve que dejar mi ciudad para poder buscar oportunidades?”
Y es que se supone que las ciudades capitales son el lugar indicado para buscar lo que uno sea que esté buscando, pero tienen un punto en contra, y es que son un mierdero: frías, caóticas; y resulta necesario blindarse de alguna manera para no dejarse joder por la velocidad a la que van.
Cada quien busca los métodos que considere necesarios para no enloquecer. En el caso de mi amigo es una médica bioenergética, pero hay muchas opciones.
Hace un par de años años estuve obsesionado con escribir una crónica sobre el Indio Amazónico. Al final mi proyecto no salió del todo como quería, pues “La Profesora”, la mujer que leía las cartas, que llevaba un vestido de color verde perla y un turbante, me echó del establecimiento, asegurando que yo era un periodista, a pesar de que le juré que no era así; eso sí, me devolvió los 30.000 pesitos que costaba la sesión.
Tiempo después seguí interesado con el tema y escribí un artículo que titulé “El supermercado de la salvación”, basado en los avisos clasificados de esoterismo que tiene el periódico, donde se encuentra de todo: Angeólogos Santeros, expertos(as) en regresos e incluso, en ese entonces, una abuela católica ofrecía “tratamientos”, que ternura esa vaina.
Yo casi siempre vuelco mis penas o bien, me medico un texto, bien sea escribirlo o leerlo, y muchas he pensado en eso, es decir, si es más importante escribir o leer. Rosa Montero dice: “Dejar de escribir puede ser la locura, el caos, el sufrimiento; pero dejar de leer es la muerte instantánea", en fin.
Pero pues esa es la vaina o, para decirlo más decente, el punto; cada quién se medica como se le de la gana para intentar entender la vida, si es que eso es posible.
Gran parte de esa maluquera existencial que a veces nos ataca, tiene mucho que ver, creo yo, con esa ansias que muchos tienen de andar pregonando que su trabajo es su pasión y su carrera, su todo; una idea que le copio al brillante Brandon Staton y su proyecto Humans of New York, de una de sus últimas entrevistas, y que no traduzco para que no pierda fuerza pero, principalmente, porque tengo pereza:
“My job isn’t my passion, but I love mountain biking
on the weekends. And that’s enough for me.’ I think
the feeling I’m trying to resolve is a sense of ‘enoughness.’
There’s so much I love about my life, but I spend most
of my time at work. Is it OK to get my joy outside of work?
Or does my passion need to be tied to my livelihood and a
sense of reponsibility"