Estás sentado en la sala de espera de un consultorio médico y tomas una revista que alguien dejó olvidada sobre una silla. Comienzas a hojearla distraídamente, hasta que te encuentras con la palabra hipocondría, que es como un agujero negro. No sabes si la atracción que produce se debe al acento en la penultima sílaba, a su carácter grave, con esa tilde en la í que es como una bandera puesta en lo alto de una montaña, en la que posas la mirada con facilidad, o si es por todo lo que encierra su significado, es decir, ese coqueteo con la muerte administrado en tan solo 5 sílabas.
Te despiertas un día con un dolorsito inofensivo, en tal o aquella parte del cuerpo, y te imaginas que es una enfermedad terminal, que no ha sido descubierta por la comunidad científica, y que carcome tus entrañas a manera de huésped silencioso pero destructivo.
¿Por qué piensas eso?, porque eres bueno para crear ficciones y sobre todo ficciones negativas y absurdas que no hacen más que reforzar la red de angustia en la que vives atrapado.
La palabra también sirve como nombre de monstruo mitológico: Hipocondría de dos cabezas, o el de un órgano del cuerpo humano. "Me van a a sacar la hipocondría" podrías decir, y cómo sería de provechoso para nuestra salud mental ese procedimiento quirúrgico, que la hipocondría fuera tan extirpable como la vesícula, por ejemplo.
La hipocondría viene a ser entonces un órgano imaginario a manera de cuento, situado en algún oscuro rincón de tu imaginación, una historia a la que le añades cada día más párrafos y que te cuentas a diario; la encargada de fabricar todo tipo de teorías conspirativas en torno a tu salud, y una de las maneras en que intentamos tantear a la muerte.
Y es que hay que ver lo triste que es su definición: “Afección caracterizada por una gran sensibilidad del sistema nervioso con tristeza habitual y preocupación constante y angustiosa por la salud.