Al principio de los tiempos, bueno en verdad no, hace un tiempo, años digamos para no sonar tan ambiguo, me negaba a la idea de leer libros en formato digital. Con el libro físico hasta la muerte pensaba.
En ese entonces conocí a L. y me contó que había comprado un Kindle. ¿Un qué?, le pregunté. Entonces me explicó que era un aparatico en el que se podían almacenar miles de libros. Yo seguía firme con mi postura, y le dije que muy chévere y todo, pero que no lo iba a comprar, pues, ya saben, con el libro físico hasta la muerte.
Ella me miró como con cara de “te vas a tragar tus palabras”, y tenía razón. Para esa navidad caí en las garras del kindle y de ahí no sale nadie.
Eso no quiere decir que ya no compre libros físicos, pero su cantidad se ha reducido, además porque el espacio para almacenarlos comienza a ser un problema y uno no es ningún Humberto Eco para almacnar más de 30.000 libros. Hace poco veía fotos que algunas personas publicaban de sus bibliotecas y ya no les cabía ni un tinto.
Hace poco, la semana pasada para no sonar ambiguo, una mujer contó en Instagram que había comprado un e-reader, y preguntaba si era mejor leer en papel o en digital.
Yo le dije que en cuanto a ese tema un personaje de una novela afirmaba lo siguiente: La sopa es sopa sin importar el recipiente que la contenga.
La mujer estuvo de acuerdo y concluyó que lo único que ocurre es que cuando cambiamos de recipiente se crean nuevos rituales de lectura, y que los de leer en digital también los estaba disfrutando.