Hay días en los que me encuentro con temas para escribir, quizá porque dedico algo de tiempo a pensar sobre ellos o porque considero que puedo arrancarle unas cuantas palabras a una imagen producto de un avistamiento, o a una situación en particular mía o de un tercero que me llamo la atención por algún motivo.
Hay otros días en los que la mente parece un desierto y las palabras, ya sean las cansadas o las perdidas, o quién sabe de qué otro tipo, no se dejan ver, o bien, escribir, pero es algo que resulta casi obvio, pues las primeras, como su nombre lo indica, andan extraviadas y las segundas, durmiendo o lo que sea que hagan ese tipo de palabras cuando se encuentran en ese estado.
Hoy creo que es uno de esos días, así que solo les voy a contar, por encima, cuando salí a caminar al finalizar el día.
El cielo estaba encapotado con muchas nubes de distintos tonos grises y amenazantes, como si estuvieran de mal genio, y aunque las ramas de los árboles se mecían con ráfagas de viento que anuncian lluvia, de todas formas decidí salir a caminar.
Mi agüero o conducta, ante un aguacero que parece inminente, consiste, aunque suene ridículo, en soplar las nubes.
Cuando salí, el pavimento ya estaba manchado con goterones de agua; ahí soplé un poco las nubes, pero sin esforzarme mucho, pues parecía que tenía perdida la batalla contra el agua.
Llegué a los pasadizos de un hotel, justo cuando el cielo soltó un chubasco, con tan buena suerte que duro muy poco, y su final coincidió con en el momento en que abandoné la edificación. Las nubes continuaban inmersas en su papel serio, y dude si en continuar o regresar a la casa. Al final opté por lo segundo, y elegí bien, porque dejó de llover, e incluso el cielo se despejó un poco, y algunos rayos de sol, cansados, lograron atravesar las nubes.
Llevaba conmigo las Notas de prensa de García Márquez, un libro que he leído a pequeños sorbos de lectura a lo largo de 2 años, con la intención de llegar a un café, tomarme algo, y leer 3 notas; el número de artículos que, considero, debo leer como mínimo cada vez que tomo el libro.
En mi caminata me crucé con un par de mujeres, y una de ellas, que llevaba una chaqueta amarilla, me pareció muy bonita. El avistamiento duro poco y después de pasarlas de largo, la olvidé y me distraje con otros pensamientos.
Tiempo después llegué al café, y al rato entraron las mujeres que había visto, y se sentaron a mis espaldas. Me desnuqué un par de veces para mirar a la que me había parecido bonita.
Afuera, bajo la amenaza de lluvia, la gente caminaba de afán mientras yo le daba sorbos al café y leía. 2 de las 3 notas que me tocaron hoy: “Me alquilo para soñar” y “Aquel tablero de las noticias”, estuvieron buenísimas.
El café y las notas destinadas a mi lectura se acabaron y salí del lugar. Volví a soplar las nubes que de nuevo había tapado los rayos de sol y seguían amenazantes, y luego de unos pasos comenzó a llover, una llovizna con cara de chaparrón.
Poco tiempo después de que entré a mí casa el cielo dejo caer un aguacero. Soplar las nubes a veces funciona.