El capítulo de un libro, una autobiografia, se titula "Alicia cae". En él, la autora habla sobre un episodio de su vida y lo relaciona con la caída de Alicia en el agujero del conejo. El texto está cargado de alegorías bellísimas, pero me cuesta concentrarme. Le estoy dando vueltas a un tema en mí cabeza, que le hace zancadilla a mi comprensión de lectura. Mi cerebro está encapotado por ideas, algunas inofensivas y otras tan oscuras como las nubes que cubren el cielo.
Cuando caigo en cuenta de eso, me hablo: "Vamos a calmarnos". Si hay algo que considero una blasfemia en esta vida, es no disfrutar de algún tiempo de lectura". Después de ese breve monologo mental, retomo la lectura y esta fluye de la manera adecuada o, más bien, experimento presencia, aquel estado en el que nuestro entorno desaparece y hacemos parte del relato, algo similar al término "Estar en la zona", utilizado en psicología; ese estado mental operativo en el que la persona esta completamente inmersa en la ejecución de una actividad.
Encapotado es una palabra que, como muchas otras, me llama la atención. Me gusta como suena y la manera en que, poco a poco, nuestro sistema del habla la va desenvolviendo. Quizás es un efecto que producen las palabras con varias sílabas, o tal vez sea solo un gusto personal y la palabra me llama la atención por algún motivo difícil de precisar.
Nuestra mente suele estar encapotada con problemas, angustias, dilemas, etc. A veces lo mejor es observarla callados, y dejar que el aguacero se suelte, pues ¿qué más da?, dejar que llueva hasta que escampe o dejarse mojar. A veces resistirse hace más daño.