A veces, cuando despierta, imágenes desordenadas, apeñuscadas, una maraña de pensamientos, digamos, comienzan a aparecer en su mente. Es como si alguien abriera un grifo y un torrente de información llenara su cabeza.
La mujer cree que no es algo premeditado, en el sentido en que no se esfuerza por recordar situaciones en particular, sino que deja que su cerebro vomite toda la información que lleva atorada, quien sabe desde hace cuánto, en forma de ideas o recuerdos; que haga lo que le de la gana por un breve lapso de tiempo. “Que crea que es el que está al mando”, piensa.
Le agrada ser consciente de esos momentos y sumergirse en ellos. En medio de ese frenesí mental, piensa que alguien baraja sus pensamientos, como su padre lo hace con las cartas cuando juega con ella, su madre y hermanos. En esas ocasiones se deleita viendo a su padre barajar de forma solemne, como si su vida y la de su familia dependiera de ello, mientras habla de cualquier tema. Mientras lo hace, ella intenta ver, de forma clara, alguna de las figuras o números que se escapan de los dedos de él.
Ese estado contemplativo también le recuerda cuando era pequeña y, de vuelta a casa, la ruta del colegio pasaba por un parque bordeado por un muro de tablas. Entre ellas había pequeñas aberturas y si enfocaba su mirada y se concentraba, durante breves instantes, segundos, lograba ver el parque de forma clara, con sus árboles gigantes y de copas frondosas, niños jugando y personas paseando sus perros.
Cuando las imágenes y pensamientos no dejan de llegar, la mujer no se preocupa por encontrarles significado. No analiza a fondo ninguno, sino que le da paso al siguiente.