Tengo ganas de crispetas, pero no de uno de esos baldes sin fondo, así que me compro un combo infantil. Lo pido, claro está, mixto; larga vida a la combinación de sal y dulce, sin importar cual sea el producto. Con el combo me entregan una chocolatina que interpreta, supongo, el papel de postre. La guardó en la chaqueta sin darle mucha importancia.
Tiempo después, hacia el final de la película, meto la mano en el bolsillo de forma distraída y me encuentro con la chocolatina que había olvidado. En un arrebato de ganas de dulce la saco y ahora es un material moldeable. Me enrosco en mis ganas de consumir más dulce y pienso “que se joda, me la voy a comer”.
Intento destaparla con cuidado, pero es una tarea imposible, el chocolate está muy derretido. Me mancho un dedo, me lo chupo, luego otro, hago lo mismo, y al final llevó la chocolatina, que ahora parecer tener vida propia, a mi boca. La lamo, a mi parecer, de forma animal. Así, a media luz, pienso que la tarea de destaparla sin ningún tipo de consecuencia es imposible.
Decido olvidar mis ganas de dulce, la chocolatina y volver a concentrarme en la película. “¿Vino a comer o a mirar una película?”, me pregunto. “Las dos cosas, no me joda", me respondo.
Más tarde pienso en esa frase que, creo, escuché por primera vez viendo Forrest Gump: La vida es como una caja de chocolates, nunca sabes lo que te va a tocar.
Y sí, la vida es como una caja de chocolates, pero derretidos. Sin importar cual vida escojamos, siempre intentamos darle mordiscos precisos, pero a veces los materiales que la componen se nos escapan por las comisuras de la boca y los eventos y situaciones que creíamos tener bajo control se nos escurren antes de poder chuparnos los dedos, y a veces terminan en el piso.
En fin, solo quería contarles que cuando fui a cine, se me derritió una chocolatina en el bolsillo de la chaqueta.