lunes, 7 de septiembre de 2020

No se necesita nada más

Sábado. 

Hace sol y me veo con mis hermanas. No las veía desde hace 6 meses, cuando Covid Alfonso nos sacudió el tapete de nuestra existencia. En un principio la idea era vernos estilo una parada de pits Stop and go, en la que los mecánicos trabajan a toda mierda y el carro no se demora más de 6 segundos detenido. 

Esa era la idea, pero, al parecer, teníamos mucho de que hablar, así lo hagamos seguido por teléfono, o simplemente los temas comenzaron a aparecer de la nada. Nos compramos unos helados, de Maracuya y Fresa, pusimos unos plásticos sobre las bancas de un parque—Que pereza tanto protocolo, tanta bioseguridad, tanta dosis de “nueva” normalidad—, y nos sentamos a la sombra de unos árboles de copas frondosas, para rendirnos ante el riachuelo de palabras que salían de nuestras bocas y zambullirnos en la conversación. 

En un momento, una viejita que llevaba un sombrero como el de Chiripa, el compañero de Olafo, caminaba apoyada en un bastón y tenía puestos unos guantes quirúrgicos, se sentó en una banca al frente de nosotros dándonos la espalda. 

Antes de que se sentara, me di cuenta de que llevaba un café en una mano y una bolsa, cómo la del doctor Chapatín, en la otra, de la que saco algo de comer para acompañar su bebida. 

Sus movimientos eran lentos, pero precisos. Se podría pensar que eran así debido a su avanzada edad, pero me dio la sensación de que su armonía corporal, se debía a que quería disfrutar de ese momento, siendo plenamente consciente de lo que estaba a punto de hacer: tomar un café y acompañarlo con algo de comer. 

Luego de sentarse, con otro par de movimientos calculados, se bajo el tapabocas para disfrutar de su pequeño banquete. 

Un café, un bizcocho y un poco de sol. No se necesita nada más.