Hace Unos días pensé en escribir sobre imágenes a lo largo del día que me hubieran llamado la atención; hacer una recopílación escrita de ellas: Un vendedor ambulante con la mirada perdida en un punto fijo, alguien pelando una mandarina y llevándose un casquito a la boca, una pareja de novios besándose, un niño pequeño haciendo una pataleta, un hombre sacándole la mano un bus, un grupo de amigos que caminan, entre risas, por una acera un viernes, justo después de haber terminado la jornada laboral; en fin, las que fueran.
Ahora que me siento a escribir, intento recordar algunas del día de ayer, pero es como si se hubieran borrado de mi memoria, ¿qué hice ayer?, ¿qué ocupó tanto mi mente que no puedo recordar esas imágenes? Imágenes que en principio parecen insulsas, pero estoy seguro de que encierran mucho más de lo que los ojos pueden llegar a ver. Imágenes sobre las que se podrían escribir novelas y sagas enteras, solo que no he aprendido a mirar bien.
Creo tener claro la causa de no recordar nada; seguro que las imágenes que, por una u otra razón, me llamaron la atención, están almacenadas en los archivos temporales de mí cabeza, y quién sabe cada cuanto se elimina esa carpeta, es decir, de qué manera el cerebro decide qué olvidar y que no.
No recuerdo esas imágenes, pues supongo que el cerebro decide prestarle atención a esos asuntos que cada uno denomina “importantes”, esos que llenan de angustia nuestros días y que, poco a poco, nos envejecen, dejando de lado esos otros que supuestamente no aportan nada, como esas imágenes, al parecer, aleatorias de las que les hablo, pero que seguro tienen que ver entre sí, pero vuelvo y repito no he aprendido a mirar bien.
Y si no he aprendido a hacerlo, entonces deboregistrar lo que miro de alguna manera. He ahí el error que cometí: no apuntar en mi libreta una palabra, una frase, que me ayudara a recordar cada imagen.
Imágenes que pueden contener las respuestas que cada uno está buscando, porque las preguntas, bien sabemos, nos sobran.