Me llega un mensaje a mi celular, destinado a una María.
En él, Amanda, su prima, me cuenta que saliendo de Ecuador la agarró la policía y, a manera de dato curioso, menciona que le salió una orden de captura; vigente, aclara.
Pero eso es lo de menos, pues lo que de verdad importa es que el conductor de un camión, que no se dio cuenta de su captura, suponemos, siguió adelante.
Ese pobre hombre, del que no sabemos nada—queda claro que hace falta contexto, ¿quién es?, ¿qué tipo de relación tiene con Amanda?—, no sabe dónde ni a quién entregar la mudanza.
Amanda me dice que su nombre es Jhon, y me da su número de teléfono para que lo llame.
Luego, sin ningún tipo de transición y sin partir el párrafo, suelta la siguiente bomba: “lo que te voy a decir no lo cuentes a nadie en la lavadora van 320 mil dólares recupéralos como sea prima”
La frase que cierra el mensaje es: “Me van a quitar el celular apenas pueda te llamo Chao”
Cualquier junkie de la gramática, dirá que el mensaje es un desastre en lo que a puntuación se refiere, pero me imagino a la pobre Amanda, acurrucada en una esquina de su casa, justo donde estaba la lavadora, tecleando a toda velocidad, mientras los policías se acercan para capturarla.
Le cuento a mi hermana sobre el mensaje y le digo que me gustaría conversar con ese tal Jhon, pero me dice que no le preste atención, que ella en días pasados también lo recibió, pero los dólares iban dentro de un equipo de sonido.
¿Pueden creerlo? 640 mil dólares andando por ahí, sin nadie que los reclame. Es una lástima.