Intenta prenderla, una, dos, tres. hasta cinco veces pero la lámpara no funciona. Lleva 10 años utilizándola y no entiende que ocurre. Ayer funcionó de manera normal, como hace rato lo venía haciendo, pero justo hoy parece que se cansó de prestar su función que se jodan y se queden a oscuras. pensó que pensaba la lámpara. Cambia el bombillo y revisa que esté conectada. Todo está en orden, pero se niega a funcionar.
Utiliza, o utilizaba más bien, la lampara para todo. Todo en su mundo se resume a dos actividades: leer y escribir. y en medio de estas, para no desentonar mucho, se alimenta y relaciona con otros seres humanos. Le gustaba la luz que emitía y la cargaba a todo lado para alumbrar sus lecturas; no descansaba hasta encontrar un lugar que tuviera un enchufe donde conectarla.
Aparte de su función básica, la lámpara también le prestaba compañía. No había enloquecido. Sabía que no era más que un objeto, pero le había cogido cariño. Su apartamento no tiene bombillos en ninguna de las habitaciones y cuando llevaba mujeres, producto de sus encuentros y reuniones sociales con, en su mayoría, desconocidos, le gustaba el ambiente romántico que se creaba al prenderla.
Prende su portátil y la luz blancuzca de la pantalla le encandelilla los ojos. alumbra algo, por lo menos parte del teclado, pero es una luz que califica de insipida, no entiende bien por qué, pero le genera mucha rabia.
Decide no escribir ni leer y quedarse a oscuras. Sabe que en las tinieblas su punto de vista se ve obligado a cambiar.