Una biblioteca tiene tres pisos desocupados y la otra todos. Empaqué muy pocos libros.
Pensé que habían sido más. En cambio, me traje todos los cd’s, ¿para qué carajos? Ni siquiera tengo en donde escucharlos.
Antes, recuerdo, cuando compraba uno, me proponía escucharlo mínimo una vez por día para no “quemarlo”, para morirme de ganas de escucharlo al día siguiente. Entonces lo ponía en el equipo de la sala, sacaba el librito con las letras y me cantaba todas las canciones. Así, por ejemplo, me ocurrió con el Vs y el Vitalogy de Pearl Jam.
En algún momento pensé que me iba a volver tan aficionado al rock como mi hermano, pero años más tarde me topé con la lectura, los libros, y no hay nada que hacer después de probar esa droga tan fuerte.
No veo la hora de traer más libros y llenar las dos bibliotecas. Ordenar libros es otro de los pequeños placeres de la vida. Digo ordenar por utilizar cualquier palabra, porque los voy ubicando como caigan. Si acaso el único orden que intento tener es que todos los de un autor queden juntos, de resto no soy tan ordenado como otras personas que los ubican por géneros, tamaño, ediciones, etc.
Igual, tampoco es que tenga tantos, pues el Kindle también entró con fuerza en mi vida y muchos los tengo en digital. No creo que sea mejor que el libro físico, pero tiene la ventaja que, para cegatos como yo, se puede ajustar el tamaño de la letra.
En algún momento pensé: voy a regalar varios. Ahora quiero conservarlos todos. Al diablo con el método konmari de Marie Kondo.
¿Qué pasará con mis libros cuando muera? ¿En manos de quién caerán? ¿Serán leídos de nuevo o utilizaran sus páginas para avivar el fuego de una chimenea?
Todo siempre son preguntas. No queda más que leer para intentar responderlas.