Se sienta en su escritorio con una taza de café que está hirviendo.
El vaho asciende y llega sus fosas nasales. El olor a madera y tierra, como un…
Eso, piensa, es algo que él no escribiría. Siempre trata, a como dé lugar, de escribir, con pocos adornos, lo que tiene o pasa enfrente de sus narices, pero es una batalla perdida, pues sabe que en el momento menos pensado irrumpe la metáfora con sus ínfulas de elegancia.
Ceballos piensa que su forma de ser es de una manera, pero vaya uno a saber si realmente se es como se cree ser.
“¡Puta vida!”, exclama, luego de darle un sorbo a la bebida y quemarse la punta de la lengua. Además, tiembla un poco, y unas gotas del líquido caen sobre unas notas que había tomado ayer.
No le importa mucho. Eran, cree, unos apuntes flojos, hechos para salir del paso y no sentirse inútil.
“Me siento a escribir esto en los albores de la mañana” escribe, pero al instante borra la frase.
Qué albores ni que mierda, pues son las 11:17 de la mañana y el escritor teclea esas primeras palabras sin saber muy bien por qué.
Siente que la cabeza le va a explotar, y la boca pastosa. “Mala idea haberme emborrachado ayer” concluye.
Al poco rato Dante, su gato, sale de debajo de la cama, su escondite preferido, estira sus patas delanteras y abre la boca, Luego olfatea el aire, quién sabe en busca de qué aroma y por último, con un par de movimientos elegantes, salta y se acomoda en el regazo de su dueño o, más bien, compañero de piso.
Ceballos Vuelve a mirar la pantalla. Le irrita no teclear nada, ser un escritor que desde Lamento Púrpura, su novela debut, hace años no publica nada. También le molesta la impaciencia del cursor que titila, el martilleo en sus sienes, el ruido del ventilador; la vida que exige tanto y devuelve tan poco.
Entonces, baja la tapa del portátil y se queda mirando la pared azul que tiene enfrente, e intenta no pensar en nada, pero no puede, siempre se piensa en algo. Acaricia el lomo de dante con una mano y con la otra lleva la taza de café, que ya se enfrió, a su boca.
Le sabe mal. “A veces es mejor quemarse”, piensa. Deja la taza de nuevo sobre el escritorio se pone de pie y Dante maúlla molesto. Luego camina hasta la cama y se tumba en ella. Por el momento solo quiere dormir, nada más le pide a la vida.