Es temprano. El cielo está nublado con nubes gordas y oscuras repletas de lluvia. Las personas caminan de afán, muchos con sus manos en los bolsillos y como apretando el cuerpo para contrarrestar la sensación térmica con la que inicia el día; algunos llevan paraguas en las manos, listos para abrirlos a la primera amenaza de lluvia.
Paro un taxi, me subo y luego de darle la dirección al conductor, me pongo a mirar por la ventana, para distraerme con las ideas que me llegan a la cabeza, lo que dura el corto trayecto de mi viaje.
El taxista lleva puesta una emisora cristiana o católica, en fin, una emisora que habla sobre religión y, a esas tempranas horas, un locutor con voz grave, como especializado en dar noticias tristes, habla sobre la voluntad de Dios. El hombre dice que no entiende el término: embarazo no deseado, pues dios, el creador, Yahvé y/o Jehová, como cada quien le llame, es quién decide quien nace y quien no, que todos los vericuetos de la reproducción se reducen a su voluntad.
El locutor le pregunta a su audiencia, todos quienes lo escuchamos de aposta o de rebote, como yo, que alguien por favor le explique qué pasa con esas personas que en cierto momento fueron “embarazos no deseados”, y da a entender, palabras más, palabras menos, que si el término fuera cierto, la existencia de esas personas sería una paradoja. Luego de eso remata con la lectura de un versículo de la biblia, ya olvidé cual, que soporta toda su teoría y que pretende probar ese absurdo que cree haber identificado.
Imagino, por un instante, preguntarle algo al taxista relacionado con el tema, que si está de acuerdo, o que qué opina, pero la religión es un tema muy resbaloso, así que me quedo masticando todo lo que pienso por un rato, y al final me lo trago.