Apenas me despierto siento que me pesa la existencia. Como la mente es bien cabrona en lugar de tranquilizarme, me invita a pensar: hoy va a ser uno de esos días de mierda. “Tiene razón”, le respondo, y caigo en una espiral de pensamientos negativos. Me doy palo por esto, por lo otro y por aquello también.
El sonido de una de las tantas alarmas que tengo configuradas en el celular me trae de vuelta a la realidad. ¿Me levanto o no me levanto?, me pregunto. Acuérdese que hoy va a ser un día de mierda, me respondo al mismo tiempo y luego concluyo: Mi consejo es que se quede metido en la cama todo el día. Me doy la razón, acomodo las almohadas y cierro los ojos, pero a los pocos minutos ese hacer nada me desespera, lanzo las cobijas hacía un lado y me pongo de pie. El malestar emocional sigue ahí, intacto.
Pienso que debo actuar rápido y hacer algo para quitarmelo de encima. Recuerdo un video que vi de un ex almirante de la marina de los Estados Unidos. El hombre, de cara bonachona y uniforme blanco con miles de insignias, cuenta que si uno quiere cambiar el mundo lo primero que se debe hacer es tender la cama.
No sé si quiero cambiar el mundo, solo quiero quitarme de encima la sensación de hastío y ya, pero imagino que lo de tender la cama puede ayudar. Es una operación que me toma menos de un minuto y cuando la termino no siento que haya cambiado nada ni que el mundo sea un mejor lugar.
Como el agua suele llevarse todo, decido ducharme. Cuando salgo del baño la melancolía, tristeza, lo que sea que tenga parece haber amainado un poco.
Cuando me estoy vistiendo, me pongo el jean de pie, haciendo equilibrio en una pierna como desafiando a la muerte. Apenas inicio esa operación, recuerdo que así murió el tío Gabriel, un hombre solitario con el que solo intercambiaba un par de frases en las fiestas de fin de año, antes de que se emborrachara y se quedará dormido en la esquina de un sofá. Un día el tío no volvió a dar indicios de vida y cuando fueron a buscarlo a su casa, lo encontraron tendido en el piso con la piyama a medio poner.
Cuando termino de vestirme salgo disparado hacia la cocina. Si una buena taza de café no arregla cómo me siento, no sé qué pueda hacerlo. Cuando la bebida está lista, parto un trozo de ponqué y me siento en la terraza a darle sorbos pequeños a la bebida, mientras miro las montañas.
Parece que lo del día de mierda era una falsa alarma, o que me quite esa sensación gracias a tender la cama, ducharme, tomar café o la combinación de las tres actividades.