lunes, 25 de marzo de 2024

El corazón del tártaro

Camino por entre los toldos de un mercado callejero. Lo hago de forma distraída hasta que veo uno de libros de segunda y freno en seco. Parece que tiene miles de ejemplares apeñuscados. ¿Cómo desperdiciar una oportunidad de hojear libros? Recuerdo que una vez en ese mercado, me llevé una novela que contaba una historia de amor, que ya ni recuerdo como se llama. Saludo a la mujer rolliza que atiende el puesto de libros. Tiene los pómulos colorados como si acabara de hacer un gran esfuerzo.

Comienzo a mirar los libros con un método que un escritor nos contó en un curso y que, según él, algunos editores aplican: lo levanto, lo peso en la mano, leo el párrafo inicial y si conecta conmigo lo abro hacía la mitad y leo otro párrafo cualquiera. Si también hago feeling con ese, abro el libro hacia el final y leo un último párrafo. Ese va a definir si lo llevo o no. Lo de levantarlo y sostenerlo en la mano, no creo que lo hagan los editores. Digamos que esos son pasos que yo le añadí al ritual.

Estoy en esas con un libro cuando veo uno al fondo del stand que tiene una portada con mucho color rojo. Lo primero que leo es el apellido de su autora: Montero. luego el nombre: Rosa y por último el título: El corazón del tártaro.

Dejo el libro que estoy mirando y le dijo a la mujer que me alcance ese. Está en muy buen estado, como si nadie lo hubiera leído nunca. Le pregunto cuanto cuesta y la mujer dice que el precio lo tiene escrito en las primeras hojas. Le digo que no y entonces le manda un audio de WhatsApp al dueño de los libros.  Vale 45 me dice al instante, y casi como un acto reflejo llevo mi mano hacia la billetera. Pero en ese momento, ese otro  que vive dentro de mí y con el que a veces entablo conversación me dice: “usted ya leyó esa novela”. No recuerdo haberlo hecho. Si lo hice, la trama, como la de muchas otras novelas, se me esfumó por completo de mi cabeza. Entro a Goodreads y el otro tenía razón. La aplicación me dice que lo leí en el 2021.

Se lo devuelvo a la señora del stand y le cuento que no me acordaba que ya lo había leído. Por un momento pensé que había dado con una ganga. Cuando voy a dejar el lugar, la mujer me dice: “¿Ya miró los de la parte de atrás? De pronto hay alguno que le interesa”. Tiene razón de pronto en esos libros que no he mirado está ese libro que de forma inconsciente he buscado toda mi vida, ese libro que fue escrito únicamente para mí.

Me dirijo hacia ese lugar, pero ninguno de los que examino me llama la atención. 

 "A Zarza le gustaba que su mundo fuera así, impreciso, elemental, 
carente de memoria, porque hay recuerdos que hieren como la bala 
de un suicida."
- El corazón del tártaro -

jueves, 21 de marzo de 2024

Letras sin rumbo alguno y con los pies fríos

Escribo esto con los pies helados. Cuento eso para ver qué otras palabras llegan a mi cabeza y, parece, es un sintagma, signifique lo que eso signifique, que no evoca nada. Se queda en eso, en tener los pies fríos y ya está.

Utilizo la palabra sintagma en vez de frase, porque he visto que Millás a veces la utiliza en sus escritos. Uno siempre va por ahí imitando a sus escritores favoritos, ¿acaso no? Quizá sea para ver si a uno le pega algo de su estilo de escritura. Un imposible, claro está, pero cada quien con sus fantasías.

A veces, creo, a uno se le pega el estilo de un escritor porque acaba de leer una de sus obras. Recuerdo que una vez escribí un cuento después de leer Rayuela y al escribir intenté imitar el estilo de Cortázar. No fue algo deliberado, sino que el tono del cuento salió como si nada y caí en cuenta de ello luego de escribirlo, aunque puede que no sea así y simplemente me creí esa mentira y ya está. Sea como sea o fuese como fuese, el cuento, Almuerzo con la Muerte, me gustó.

¿Qué más les puedo contar? Ahora resulta que el frío se me está subiendo por las pantorrillas. Ya que este breve escrito sin rumbo llegó a este punto, hablemos de las pantorrillas, un territorio extraño del cuerpo, porque hace parte de la pierna, pero no es imprescindible como, digamos, la rodilla. Está ahí, sin to ni son, como la frase Escribo esto con los pies helados, quizá son parientes cercanas (no sé si referirme a ellas en plural o singular) de la espalda, otra sección huerfana del cuerpo, a la que solo le comenzamos a prestar atención cuando envejecemos porque empieza a doler.

No me queda más que decirles que escribo esta frase/sintagma de cierre con los pies helados.

martes, 19 de marzo de 2024

Cómo saber si una novela es buena

Debo dejar claro que es solo mi punto de vista y quizá solo aplique para mí.

Considero que una novela es buena, qué digo, buenísima, cuando la leo de un soplo, es decir, cuando parece que me la inyecto directo a la vena, si me permiten esa imagen que quizá no sea del todo precisa.

Cuando eso pasa, me doy cuenta de que a los pocos días de haberla comenzado ya la llevo por más la mitad y la historia se me cruza por la cabeza en varios momentos del día.

Un día del año pasado, en uno de mis planes de visitar librerías le eché un vistazo a Partes de Guerra de Jorge Volpi. Ese día leí el inicio de la novela:

El corazón, quién lo diría. Siempre desdeñé este músculo tenaz, cómo me irrita 
su estirpe de manzana, su estampa en cuadernos y playeras, su martilleo
quejumbroso, quién preferiría el golpeteo de este molusco al magnetismo 
del cerebro.

Me dije: mi mismo, aquí hay mucha clase. Pero más que eso hay entrañas, es decir de esas vísceras que un autor deja en el texto porque un tema no lo deja tranquilo.

Quizá debí comprarlo ese día, pero lo único que hice fue anotarla en mi celular, y tomó un puesto en la fila de “libros por leer” que tengo en algún compartimiento de mi cabeza.

Este año L, una gran amiga, me lo regalo de cumpleaños (por favor atesoren a esos amigos que regalan libros), y de las novelas que me ha regalado, esta ha sido una de las que más me ha gustado.

En estos días espero con ansias a que llegue la noche para leerlo (considero que la mejor hora para hacerlo es las 11p.m.) para saber qué va a pasar con sus personajes.

Grande Volpi, grande L, grande la lectura.

lunes, 18 de marzo de 2024

Los lentes

Los ojos me arden.

Ya sonó la alarma del celular que indica que cumplí el tiempo con ellos puestos, pero no había escrito el post de hoy así que aún no me los quito, solo porque cuando utilizo gafas mi visión disminuye drásticamente.

Dar con un par de lentes que funcionen bien es tan complicado como dar con una buena optómetra que los recete. Yo di con una con la que llevo varios años y me ha funcionado de maravilla.

Siempre que voy a consulta me asombra ver como anota, de forma apeñuscada y en un cuaderno de hojas cuadriculadas, los datos de las mediciones que toma. ¿Cómo hará para no confundirse? Si yo tuviera su trabajo llevaría todas las notas en un archivo de computador, porque sería un desastre anotándolas a mano, pero bueno, de ahí que ella se dedique a eso y trabaje como le dé la gana y yo a otra cosa, ¿acaso no?

Creo que el truco para que los lentes no me molesten después de un buen tiempo, es que ya no me rasco los ojos de forma desesperada y uso gota humectantes a cada rato. En la universidad era un desastre con su cuidado e imité una conducta de mi hermana totalmente antihigiénica. Consistía en quitarse el lente que molestara y meterlo en la boca para, dizque, limpiarlo con la lengua.

La dichosa técnica me funcionó hasta que en medio de un parcial la apliqué, y sentí como el lente se quebró en mi lengua. Desde ahí nunca la volví a ejecutar y recuerdo que sufrí mucho para terminar el parcial porque tenía que pegarme la hoja a la cara para leer y escribir.

Los dejo porque debo quitarme los lentes. Luego de que se cumple el tiempo establecido tengo un colchón de una hora para tenerlos puestos. Después de ese tiempo las alarmas comienzan a sonar.

viernes, 15 de marzo de 2024

Letras de canciones

Llegan a mi cabeza las letras de un par de canciones. Algunas solo vienen en forma de frase y otras van acompañadas de la melodía.

"Dog eat dog sly smile"

Esa viene sin sonsonete alguno. ¿Por qué aparece en mi cabeza? ¿Es un proceso inconsciente o simplemente un recuerdo que se activó por algo que vi o escuché? imposible saberlo.

Le doy vueltas y vueltas a la frase hasta que ubico la canción. Es Nightrain, de Guns and Roses

"I got one chance left
In a nine live cat
I got a dog eat dog sly smile"

Me entero que la expresión "Perro come perro" hace referencia a la dura competencia en el entorno empresarial. y en la letra de la canción  viene acompañado de una sonrisa astuta.

"She motioned to me. That she wanted to leave"

Esa sí viene acompañada por el sonido de unas escobillas sobre un redoblante y al instante aparece la voz de Chris Cornell. Es All night thing del Temple of the Dog

"She motioned to me
That she wanted to leave
And go somewhere warm
Where we'd be alone"

Esa estrofa me recuerda una vez que salí con una Andrea y cuando llegamos a un bar me dijo: “Mejor vamos a otro lado. Aquí hay mucha luz”. Esa vez me creí de buenas  y al final de la noche no pasó nada, no fuimos a un lugar más cálido como menciona la canción ni cojones.

To the Young R to the E, the B to the E, the L Never give up, just live up

Esta entra rapeando en mi cabeza y también la identificó de inmediato. Es Mic Check de Rage agains the machine.

Me gusta esa intro, pero tampoco tengo idea por qué la recordé y si tiene alguna importancia haberlo hecho.

Si con esas letras debía descifrar un mensaje secreto, o venían en forma de eso que algunos llaman señales, fracasé. Seguro algo pasó y no me di por enterado.

jueves, 14 de marzo de 2024

Mezcolanza

Son las 10:03 p.m y estoy aquí, sentado en mi escritorio intentando escribir algo. Podría dejar de hacerlo. ¿Qué sentido tiene publicar los 5 días a la semana en Almojábana Con Tinto? Puede que ninguno, o puede que sí. Mejor dicho ¿Para qué escribir? ¿qué utilidad tiene aparte de que a uno le guste hacerlo? Quizá son preguntas sin respuesta y lo mejor es hacerle caso a Marguerite Duras, que decía: nunca descubriré por qué se escribe ni cómo no se escribe.

El caso, el punto, la cuestión, lo que sea, es que no me siento inspirado. Estoy seco de palabras.  Eso quizá se debe a que hace unos minutos le puse el punto final a otro escrito que drenó mis energías escrituristicas, si me permiten utilizar tal palabreja.

Eso del punto final es una vil mentira, pues todo texto se puede editar hasta el fin de los tiempos. Las palabras, me inclino a pensar, son como seres vivos y cambian y se reordenan por sí solos después de dar guardar y cerrar el documento donde se escribieron, de ahí que cuando se vuelven a leer, tenemos la tentación de volver a puntuarlas y agregar nuevas.

Puede ser que esté diciendo barbaridades porque estoy cansado y mis dedos escupen sobre el teclado lo primero que se me ocurre: una mezcolanza de temas.

En un momento de la tarde que estaba dele y que dele al texto del que les hablé, me sentí cansado y decidi irme a leer un café. La lectura que escogí fue El día del perro, un libro con varios puntos de vista de personas que vieron a un perro corriendo por una autopista.

Me gustó mucho como cada personaje relacionaba ese simple incidente con cosas muy íntimas de su vida. Esa lectura me recargo las energías que me había quitado el otro texto.

Leer como antídoto.

miércoles, 13 de marzo de 2024

Parálisis de opción

Han sido días largos en los que tengo que mirar unas grabaciones para escribir un texto. Escucho, devuelvo el video, vuelvo a escuchar. Leo lo que he escrito, edito un poco, y así hasta que terminó las dos horas de video para tratar de convertir lo que escuché en una narrativa digerible.

Ayer acabé en la noche y me dije: mí mismo vamos a ver algo en Netflix, Star o en la plataforma que sea.

Me eché en el sofá con toda la actitud del caso: cobija en mano y algo de tomar y comencé a buscar qué ver. En esas duré un buen rato, pero no logré decidirme por ninguna serie, documental o película, pues nada terminaba de llamarme la atención.

De pronto soy muy quisquilloso al momento de seleccionar qué ver porque sólo en películas hay más de 12000 títulos si se suman las de todas las plataformas. O puede que haya experimentado  parálisis de opción, un término que me acabo de inventar y que no tiene mucho sentido, pero fue lo que me salió.  La parálisis de opción, dicen los expertos (yo), hace referencia a que ante múltiples opciones, el cerebro humano se funde y determina que lo mejor es seguir igual: no hacer nada ni escoger nada, como dejar que la vida se le estampe a uno en la cara como le dé la regalada gana.

Recuerdo que apenas lanzaron Netflix veía series como si no fuera a haber un mañana, pedía recomendaciones, miraba las que estaban de moda o si no leía las sinopsis, y si me llamaban la atención me las empacaba capítulo tras capítulo como si nada. De esa forma me vi unos huezasos tremendos, solo por terminarlas.

Quizá ocurre, como escribí hace un tiempo, que a medida que uno envejece va perdiendo la paciencia. No sé.


Todo son preguntas.

martes, 12 de marzo de 2024

En un café

El lugar lo están remodelando y me siento como un tarado porque no encuentro la barra para hacer el pedido. Veo a un mesero y le pregunto dónde queda. Apenas comienza a hablar para darme las indicaciones arranca a caminar para mostrarme en dónde está. Me siento aún más tarado porque es como si hubiera pensado: Este tipo no va a poder encontrar la barra por sí solo.

Luego de hacer mi pedido, veo a dos hombres (uno viejo y el otro joven) conversando animadamente al final de la barra. Deben ser nieto y abuelo, pienso, pero el menor, apenas está listo su pedido lo toma y se despide del anciano que lleva sombrero y bastón. Todo parece indicar, que alguno de los dos comenzó a hablar y el otro le siguió la conversación. Imagino que el viejito fue el que comenzó a hablar.

Apenas llego al final de la barra para esperar mi pedido, le entregan el suyo al anciano. Minutos más tarde ya tengo mi café y voy a buscar mesa, pero como el lugar lo están remodelando se redujeron las mesas disponibles.

Mientras camino, esquivando sillas y buscando donde sentarme, me cruzo con el viejito del sombrero que está solo en una mesa. Me hace gestos para que lo acompañe, pero rechazo su amable invitación, porque quiero leer y seguro él quiere conversar con extraños como yo. El caso es que quiero dedicar el tiempo que tengo disponible a meterme en el mundo de la novela de turno y que nadie me fastidie.

“Tranquilo, muchas gracias”, le digo al anciano del sombrero, que ahora revisa su celular. Seguro está tranquilo, no sé por qué se me ocurrió responderle semejante estupidez, en fin.

Ahí me quedo un par de minutos con el café en la mano y dando vueltas, hasta que por fin se desocupa una mesa. Me lanzo a caminar hacia ella como si mi vida dependiera de ello. Es una conducta exagerada porque nadie más busca mesa en ese momento, pero ¿qué le vamos a hacer? En la vida se tiene derecho a actuar de forma maniaca de vez en cuando.

Apenas me siento y comienzo a leer, soy consciente del ruidajero del lugar. ¿Por qué no se callan todos?, pienso, e imagino que me responden ¿gran pendejo, por qué no se va a leer a su casa? No continúo con esa conversación mental, porque tengo todas las de perder.

En una mesa de al lado un hombre teletrabaja y da la hora de una reunión para Guatemala y Honduras, “Es a las tres de la tarde hora colombia”, concluye. Hay varias personas en ese mismo plan. Una mujer, por ejemplo, optimiza el espacio de la pequeña mesa muy bien, y aparte del portátil, también tiene encima de ella un vaso de café, un mouse, y una libreta. Se le ve algo rígida porque sus movimientos deben ser precisos para no tumbar nada mientras teclea, habla y levanta el vaso de café para darle sorbos.

A mí derecha, un hombre está encorvado sobre su portátil y tiene unos audífonos de diadema que, pienso, deben cancelar el ruido del entorno. Me solidarizo con él, pues seguro no quiere que nadie lo moleste durante el tiempo que va a pasar en ese lugar. Al rato un hombre le toca el hombro y lo saca de su burbuja. “hola fulanito, ¿cómo estás?” “bien gracias”, responde el hombre con un dejo de fastidio en su voz”. “El otro día estuve con tu papá yo no sé donde”...el hombre, que ahora tiene los audífonos colgando del cuello, no responde nada, y pone una cara de nada de: ¿y a mí qué? Al final el viejo parece entender su lenguaje corporal y se despide. El hombre vuelve a ponerse los audífonos y fija de nuevo su mirada en la pantalla del portátil.

Una mujer menuda que lleva pantalones anchos y el pelo recogido en una cola, se sienta en otra mesa y en vez de poner el portátil sobre ella, cruza las piernas como una contorsionista –como solo las mujeres lo saben hacer– y lo ubica sobre ellas.

En medio de ese ajetreo de personas, charlas portátiles, termino un capitulo, miro la hora y me doy cuenta de que debo abandonar el café para no llegar tarde a una cita.

El viejito del sombrero conversa ahora con dos personas que lo acompañan en su mesa. No sabemos si son viejos conocidos o extraños que acaba de conocer en ese lugar.

lunes, 11 de marzo de 2024

Escribir sobre la peste

Veo La primera ola, un documental sobre el Covid que se filmó en Nueva York durante los primeros meses de la pandemia. Se centra sobre un par de pacientes que lograron sobrevivir al virus y el equipo médico que los atendía.

Se puede ver la angustia e incertidumbre que, supongo, experimentamos todos en esos días. Una doctora decía algo del siguiente estilo: Cuando una persona sufre un infarto, tú sabes que medicamentos darle para que se mejore, pero ahora no tenemos manual para lo que  está ocurriendo.

Recuerdo que en esos primeros meses tuve, de un día para otro, un dolor en la palma de las manos. Al poco tiempo caí en cuenta de qué lo había causado: Me las estaba lavando con tanto esmero que me estaba lastimando.

Mientras veía esas escenas tan lejanas y cercanas a la vez, pensé que en esos días no escribí mucho sobre la pandemia, o era un tema que tocaba de forma muy distante en lo que escribía.

}Recuerdo que narré el día que fui a hacer mercado cuando decretaron la cuarentena por primera vez y cómo las personas cogían lo que podían de los estantes como si estuviéramos en medio de una guerra. Creo que ese día me estrene en el uso de tapabocas y me puse unos guantes de plástico baratos, de esos que entregan para comer pollo.

Tal vez me habría venido bien eso de la escritura terapéutica, tan común en estos días, en ese entonces. aunque es, creo, un término redundante, pues la escritura siempre será terapéutica, a
 menos de que uno escriba manuales para electrodomésticos.  ¿acaso no?. en fin.

 Bien lo sentencio Rosa Montero: La escritura es un esqueleto exógeno que te permite mantenerte de pie.

viernes, 8 de marzo de 2024

A medias

En cualquier momento me recogen para salir de viaje y este escrito puede quedar a medias. De pronto nunca será publicado y entonces viene la pregunta: ¿Para qué tomarse la molestia de comenzarlo?

Y también viene la respuesta: Porque sí, por dejar registro de algo, aunque no sea nada del otro mundo y nadie lo lea nunca. También porque así, imagino, ¿cómo? al escribir con angustia quiero decir, sin saber en qué momento lo vamos a dejar de hacer, obliga a arrumar unas cuantas letras sí o sí.

En parte, esa necesidad de contar lo que ocurre,fue fue lo que llevó a Dimitri Kolesnikov Romanovich, un marinero ruso, a escribir lo siguiente: El agua nos llega ahora por los tobillos. Nos queda aire para unas pocas horas. Se acaba de apagar la luz. Escribo a ciegas”.

Son escenarios distintos claro está, Kolesnikov al borde de la muerte y yo acá sentado en mi escritorio listo para irme de viaje, pero la necesidad de contar lo que pasa, aunque tengan  detonantes diferentes, comparten terreno en común.

No sé si me estoy explicando bien. Si no, es porque estás palabras salen a punta de tropiezos por mis dedos, por ese afán, repito, de contar lo que sea, así tenga o no mucho sentido.

Esa Ansía por decir qué ocurre también la experimentó Leola, la protagonista del Rey Transparente, la novela de Rosa Montero. Ella abre la novela diciendo lo siguiente:

La pluma tiembla entre mis dedos cada vez que el ariete embiste contra la puerta, un sólido portón de metal y madera que no tardará en hacerse trizas. Pesados y sudados hombres de hierro se amontonan en la entrada. Vienen a por nosotras. Las buenas mujeres rezan. Yo escribo.

Es mi mayor victoria, mi conquista el don del que  me siento más orgullosa; y aunque las palabras están siendo devoradas por el gran silencio, hoy constituyen mi única arma.

Quizás escribir, sin importar el escenario, no sea otra cosa que una manera de enfrentarse a la muerte, de ahí la angustia que produce dejar un texto a medias.

jueves, 7 de marzo de 2024

Leer en desorden

Pico algo de lectura de un libro un día, al siguiente de otro, de repente recuerdo uno que empecé a leer y leo unas cuantas páginas, y así va creciendo el número de libros que leo y no crece el de los leídos. Ni hablar de los libros que comienzo a leer y que abandono después de unas cuantas páginas, en fin.

Antes, en esa época que me obligaba a terminar un libro si lo comenzaba, era muy psicorígido y no concebía leer más de un libro al mismo tiempo. El otro día vi un video de un tipo en Instagram que decía que solo se debe leer un libro a la vez si se le quiere sacar todo el provecho posible, y daba un par de razones para sustentar su teoría. Que aburrición tan gigante leer de esa manera.

La escritora Margarita García Robayo escribía una columna (nunca la he vuelto a encontrar) preciosísima, a manera de diario, para un periódico argentino. Cada día de la semana era un pequeño párrafo en el que narraba algo que había hecho o le había pasado. Una vez contó que cuando estaba en la casa, oía a sus hijos reír y les preguntaba en voz alta qué estaban haciendo. Al caer la noche, se enteraba de que sus hijos habían estado en su cuarto y habían tumbado la torre de libros que tenía en su mesa de noche. Luego de reír, la acomodaban como mejor podían y salían de la habitación. Antes de dormir, la escritora tomaba el libro que estaba encima de la torre, pero rara vez era el que había leído la noche anterior porque sus hijos la tumbaban con frecuencia. De todas formas leía un par de páginas antes de dormir.

Leer sin seguir un orden preestablecido, sino lo que caiga en nuestras manos, que buena manera de aproximarse a la lectura.

miércoles, 6 de marzo de 2024

Trizas

Después de preparar un café, Ramón se da cuenta de que el escurridor de platos está hasta el tope de loza. Siente un arrebato de imponer orden y toma el limpión, que esta colgado de un gancho en la pared, para secarla y guardarla en los gabinetes de la cocina.

Cada vez que toma un plato o taza evalúa si necesita pasarle el trapo. Ahí está, con el trozo de tela en una mano y una una pieza de loza en la otra. Después de limpiar una taza y acomodarla boca abajo, la forma en que le gusta a Miranda, su esposa, Su mirada se posa sobre un plato pequeño, el favorito de su hijo.

Cuando comienza a acercarlo hacia su cuerpo, el objeto parece cobrar vida y se le escure de las manos. Como suele ocurrir en situaciones de ese tipo, el tiempo adopta la modalidad de cámara lenta y Ramón ve cómo el plato se dirige hacia el piso sin poder hacer nada. 

Sin tiempo de poder reaccionarr, solo piensa: ojalá rebote y no se rompa. En un principio pensó en estirar la pierna para amortiguar su caída con el zapato, pero no tuvo tiempo de hacer nada. Además, el plato, el piso o ambos parecían estar atentos a sus pensamientos y eso apresuró más su caída. Apenas entró en contacto  contra una de las baldosas de la cocina, se pulverizó en mil pedazos que salieron disparados en todas las direcciones.

 Después de un par de madrazos y recoger el reguero que causó el accidente, o bien su torpeza, Ramón piensa que la acción de romper no puede ser de otra manera, ni a medias. Un objeto, o bien situación, no se puede romper en solo dos o tres partes, sino que debe hacerse trizas. De ahí que desconfíe de la frase Romper solo en caso de emergencia, porque romper está por encima de las emergencias, ocurre y ya está. Es, cree, como una forma de olvidar el pasado y comenzar desde cero.

martes, 5 de marzo de 2024

Llorar

Hoy lloré. 

Es algo que no hago con frecuencia. Imagino que llorar, en medio de lo trágico que puede ser, tiene sus beneficios. ¿Cómo cuáles? No sé bien. Escribí eso de los beneficios porque fue la frase que justo me salió en ese momento. ¿Qué decir? pienso, qué sé yo, que llorar consiste en convertir la tristeza en pequeñas gotas salinas que se expulsan por los ojos.

El caso es que no lloré de tristeza, sino al picar una cebolla, Hacia rato que no me ocurría eso. Ahí estaba en la cocina, listo para preparar mi plato estrella: pescado en salsa con vino blanco, y luego de alistar la tabla para picar, me encontré un pedazo de cebolla blanca. La piqué y me di cuenta de que no me iba a alcanzar, así que busqué una roja, le quité la cáscara y también la piqué finamente. Ahí empecé a llorar.

Me entero de que al picar cebolla se produce una rotura celular en la verdura. Eso hace que libere sustancias químicas como los sulfuros. Es, parece ser, la única forma de defensa que tiene la cebolla, que pensara algo del siguiente estilo: Ahh, pues si me viene a joder tome sus sulfuros. Cuando los receptores del ojo captan esas sustancias, producen las lágrimas a modo de defensa. La cebolla de la que les hablo debía ser rica en sulfuros.

Los de la RAE dicen que llorar consiste en derramar lágrimas y si uno sigue escarbando sobre el concepto, como para llegar a su raíz, se entera que las las lágrimas son cada una de las gotas que segrega la glándula lagrimal, aunque todos sabemos que llorar, y todo lo que implica, es una acción que no se puede definir en una frase y que es mucho más que eso.

Todo, como siempre he pensado, parece tener relación: Uno llora bien sea al producir roturas celulares en una cebolla o porque alguien o algo nos provocó una rotura en los sentimientos.

lunes, 4 de marzo de 2024

El amor

El otro día escuché que cada generación tiene una película que define una era, sobre todo aquellas que tienen que ver con relaciones amorosas, y que todas las personas que uno conoce la ha visto.

Me pregunto cuál o cuáles corresponden a la mía. Se me viene a la cabeza 500 days of Summer, que refleja lo retorcidas que pueden llegar a ser las relaciones, las expectativas que se tenga de ellas o bien de alguien. En últimas lo complicado que es el amor, si es que realmente existe.

Hace poco mi hermana me dijo que viéramos una película, y cuando estábamos buscando cual, se cruzó esa. Como no la había visto, le dije que no tenía problema en repetirla.

Esta vez le preste especial atención a la escena en la que Summer, Tom y su amigo McKenzie están en el bar de karaoke. MacKenzie, ya toteado, charla con Summer y Tom llega a la mesa con dos botellas de cerveza y un shot en las manos. Entonces el primero le pregunta a Summer si tiene novio. Ella dice que no, porque no quiere tener uno. Mackenzie en medio de su borrachera la mira con cara de “Vieja loca”. Summer le pregunta que por qué le asombra su independencia. ¿”Eres lesbiana?”, remata Mackenzie, y Summer responde que no, que lo único que pasa es que no se siente bien siendo algo de alguien.

Concluye que las relaciones siempre se complican y ¿para qué ese desgaste? Mejor pasarla bien y ya está. Una postura de :Diversión hasta que llegue lo serio. Mackenzie le dice a media lengua que es un hombre y se toma un shot.

Tom, profundamente enamorado, le pregunta qué pasaría si se llega a enamorar. “¿No creerás en eso o sí? –contesta Summer riendo– Yo he tenido novios y jamás he estado enamorada”.

la postura de Summer es que el amor no existe y solo es una fantasía. A mí también me ha pasado lo mismo, he tenido novias y no me he sentido profundamente enamorado, pero 
¿Qué carajos es el amor?

viernes, 1 de marzo de 2024

Vestigio

Muchas veces meto servilletas, kleenex, paquetes desocupados de papas o galletas en los bolsillos de mis chaquetas. Sería una mejor conducta guardar billetes, para después tener la grata sensación que da encontrarse con uno de forma inesperada.

Los eruditos de la RAE, esos viejos de barbas blancas largas, pobladas y que llevan una túnica que arrastran por el piso cuando caminan –así me los imagino–, le dan la siguiente definición a la palabra vestigio: Ruina, señal o resto que queda de algo material o inmaterial.

Hablo de esto porque hace poco metí la mano en un bolsillo de una chaqueta que no me ponía hace rato y lo que encontré fue un tapabocas, ese pedazo de tela que, de cierta forma, se convirtió en otra prenda de vestir por un par de años.

Recuerdo que en la cuarentena una vez hablé con un amigo y me decía que si uno lo tocaba con las manos después de ponérselo ya no servía, y yo le respondí “Pues claro”, como dándole a entender que era obvio y que ya lo sabía, mientras pensaba: jodida vida, ninguno de los que me he puesto me han servido porque siempre los infecto con mis manos.

También se me viene a la mente las dos primeras semanas de pandemia en las que me dediqué a hacer nada, convencido, como dicen los mexicanos, de que ya no íbamos a valer madre. luego de ver esas escenas apocalípticas de Wuhan, cuando hombres con trajes de astronauta, sacaban cuerpos de apartamentos en capsulas herméticas.

Pero ya ven, ahí ya estamos de nuevo inmersos en esa "normalidad" que tanto añoramos hace tan solo un par de años.

Quién sabe hace cuanto tiempo llevaba metido en el bolsillo el vestigio de la pandemia del que les hablo, pues se había convertido en en toda una ruina. Al final lo volví a guardar en el mismo lugar, porque ¿cómo saber si no lo voy a necesitar en un futuro cercano? Ya esta claro que el curso de la vida se puede despiporrar en un parpadeo, en fin. Quizá lo mejor que podría hacer es enmarcarlo y colgarlo en alguna pared como símbolo de algo, iba a decir resistencia, pero suena muy cliché.