El número que aparece en la carpeta borradores del E-mail es siete. Es solo un número, y si no se compara con nada, si está desprovisto de contexto, parece que carece de emoción. Hay quienes dicen que es un número sagrado, que siete los días de la semana, las notas musicales, los pecados capitales, los mares, y así otras listas con aire místico
os expertos en el arte de contar historias dicen que es mejor evitar los datos y cifras al momento de narrarlas, pues estos no se conectan a un nivel emocional con la audiencia; vaya uno a saber; las historias se transforman y evolucionan de diferentes maneras y parece que no existe ninguna que afecte a dos personas exactamente de la misma forma, en fin.
Emocional o no, ahí está el número, ese siete, un hecho duro y frío o sagrado. Intento recordar que fue lo que quise decir en esos mensajes esas siete veces que dejé las palabras como borrador, en el tintero, pero no lo logro.
Miro algunos y la mayoría están en blanco, mensajes no-mensajes ¿Por qué me arrepentí de escribirlos? Puede ser que contengan palabras que me están haciendo daño, tóxicas, digamos; esas que lo mejor que nos puede pasar con ellas es expulsarlas de nuestro sistema, pero por una cuestión de masoquismo narrativo, nos empeñamos en conservarlas, y dejamos que sigan circulando en nuestro interior hasta que nos resulte imposible contenerlas y busquen una manera violenta de salir de nosotros, como a los gritos, por ejemplo.
¿Cuántas veces no hacemos eso?, ¿cuántas veces no dejamos palabras en borrador, y elaboramos respuestas, mensajes o ideas en nuestro cerebro que nunca salen o abandonan nuestra boca o manos?
A veces envidio a esas personas que no tienen filtro, esas que se van liberando de sus palabras en tropel, en desorden, sin importarles nada.
Quizás el mundo funcionaría mejor de esa manera, con una sinceridad cruda, sin adornos, sin tantas palmaditas en la espalda y críticas constructivas; pura anarquía comunicativa.