Hace un tiempo, junto con otras personas, ayudé con la edición de unos cuentos en inglés que leímos y releímos varias veces con ojo crítico, para detectar errores de tipografía.
En ocasiones los errores que uno dejaba escapar eran detectados por otro. A veces no es que las personas tengan mala ortografía o redacción, sino que simplemente los errores se esconden en las sombras del texto y se rehúsan a ser detectados.
Al leer nunca me pongo el sombrero de edición, pero es imposible que mi cerebro no se fije con detenimiento en la palabra “curo” de la novela que estoy leyendo, pues es un error y debería ser “cura”: cura obrero, un personaje de izquierda que lucha por su partido político en plena época de elecciones.
Como es un escritor español, pienso que la palabra podría haber sido “curro”, que significa: majo o guapo, pero la frase carecería de sentido, e igual seguiría siendo un error al faltarle una r.
Unas líneas después, el narrador quiere tildar al cura de cabrón, pero la palabra que aparece es carbón.
Me sorprende que los errores estén tan cerca el uno del otro, y más porque es un libro de la editorial Seix Barral, a la que le profeso un profundo respeto. Pienso que la novela va a estar repleta de errores, pero, afortunadamente no es así; al parecer sólo esas dos palabras lograron escaparse del riguroso proceso de edición.
No fue difícil caer en cuenta de que las palabras debían haber sido cura y cabrón; además la actividad de leer perdería mucho sentido, si uno se convierte en un militante del lenguaje incapaz de perdonarle al escritor un esporádico error en su obra, ¿no?