Salgo a comprar un lápiz, porque el que tengo ya está enano de tanto tajarlo. Camino hasta una papelería que queda cerca, y ya en el lugar, saludo a la mujer que la atiende. La semana pasada había ido, y ese día me contó que no sabía si entregar el local, porque casi no tenía clientes. Le pregunté si había hablado con el dueño del local y me dijo que sí, que habían llegado a un acuerdo, pero que sin ventas era imposible seguir pagando el arriendo.
La mujer saca tres cajas de lápices y me dice que los puedo probar. Eso me da un poco de pereza, pues pienso que debo tajarlos, pero cuando saco un lápiz de cada una de las cajas, me encuentro con que todos tienen punta. Antes, si no estoy mal, los lápices venían chatos; ahora parece que no, a menos que la señora de la papelería, para matar la aburrición, haya decidido sacarle punta a todos, que no creo que sea el caso, en fin.
Para mí pesar ninguno se parece al que tengo en casa, de mina gruesa como aceitosa, lo que permite difuminar mejor las sombras cuando dibujo.
“ ¿Va a abrir mañana?”, le pregunto, y me responde que no sabe, que si hoy casi nadie ha visitado la papelería, mucho menos mañana con el paro.
Nuestra conversación toma un giro imprevisto, como el flujo de un riachuelo por entre unas piedras, y me cuenta que la única ventaja es que se puede ir caminando a la casa. Luego algo la pica mentalmente y me comienza a hablar de sus hijos: Tiene tres y todos están por fuera. La menor está en Paris, pero que está en cuarentena en el apartamento donde vive, pues uno de sus room mates dio positivo para Covid; que el hijo está en Vancouver, Canada, y la hija mayor en Australia.
“Menos mal que mis hijas se fueron a estudiar afuera, porque aquí no habría tenido como pagarles la universidad. Con mi patrimonio, y una herencia que me dejaron mis padres, pude pagarle la carrera de Ingeniería Electrónica a mi hijo, dice, y continúa hablándome sobre ellos.
“La mayor fue la primera que se fue, y ya estando allá convenció a la menor. Ella —se refiere a la segunda— estuvo un tiempo y no le gustó. Antes de devolverse probó suerte en la Sorbona, pasó los papeles, y pudo entrar a estudiar arquitectura. Luego estudio Arte e hizo una Maestría. Es muy pila, habla como cinco idiomas”, dice con orgullo en su voz.
En medio de la conversación, saca el celular para mostrarme el video de uno de sus nietos que vive en Brisbane.
Le doy la razón con respecto a su idea de que lo mejor es que se hubieran ido a estudiar afuera y finalmente le digo: “Me llevo este”, un Faber Castel Eco Grip 2001.