Julio Ordaz está sentado en una silla de parque incrustada en medio de una calle peatonal de adoquines. Se pregunta si la silla perdió al parque o viceversa. Al rato olvida el asunto y se ensimisma viendo pasar a las personas, una de sus actividades favoritas.
Hace unos momentos, una mujer, que le daba pequeños sorbos a un vaso de café, estaba sentada a su lado. Julio pensó en preguntarle si era su alma gemela. Hace poco le contaron la historia de un hombre que, aburrido, fue solo a cine y la mujer que quedo a su lado, también sola, se convirtió en su esposa. Desde que escucho ese relato, le guarda cierto respeto a esas coincidencias que lo ubican con un desconocido en cierto momento espacio-temporal. La mujer parece leer sus pensamientos y antes de comenzar una conversación sin sentido con un desconocido, se pone de pie, ajusta su cartera y abandona el lugar.
A los pocos segundos, un hombre ocupa el lugar de esa ex alma gemela que se perdió en la calle. Llega un lustrabotas y por medio de un lenguaje de señas, le pregunta si quiere limpiar sus zapatos. Julio se desconoce cuando le contesta "no" también por señas.
El lustrabotas le ofrece el servicio a su nuevo compañero de silla de parque. El hombre acepta y el olor del betún fresco transporta a julio a otro lugar, un estudio con una gran biblioteca. Le parece fascinante estar en ambos lugares al mismo tiempo, en ese estudio producto de algún recuerdo o anhelo, y también sentado en la silla viendo la gente pasar.
Ahora las personas que observa, parecen hojas que acaban de caer de un árbol y se las lleva el viento. Le gusta que sean hojas muertas, pues al perder toda propiedad humana, no tiene manera de juzgarlos.
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