Hoy en la calle vi un puesto donde vendían café, un carrito negro con unas mesas alrededor y un cartel que exponía una extensa carta de diferentes bebidas, calientes y frías, a base de café.
Me decidí por el capuchino pequeño, porque no tenían tapa para el mediano y el grande me parecía demasiado para las ganas de café que tenía en ese momento, aunque sé que eso puede sonar a sacrilegio para aquellos quienes creen que, “mucho café” es inconcebible.
Mientras me lo preparaban, me di cuenta de que también vendían unos brownies de cheesecake que no veía desde épocas universitarias. En el edificio de la facultad había una vending machine, y ese producto era una especie de mito universitario, pues era dificilísimo encontrarlo. Hoy, cuando le di el primer mordisco, los recuerdos comenzaron a llegar:
Muchas veces hice una alianza estratégica con B para comprarlo. Entre los dos reuníamos monedas y lo compartíamos. B es una buena amiga, una de esas de las que uno se traga apenas la conoce, pero después de un tiempo la ventisca del amor pasa.
En otra ocasión una mujer que estudiaba contaduría me puso ese sobrenombre, luego de haber perdido una apuesta con Carolina, otra amiga muy tranquila, que vivía como una pluma que mece el viento.
Un día enfrente de la biblioteca, mientras yo hablaba con la contadora, Carolina se apareció y en vez de saludarme, lo primero que me dijo fue: “¡Mi brownie!”; "¿Cómo le dijiste?", pregunto la primera, que nunca pudo superar ese supuesto apodo.
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