Me pregunto qué pasaría con estas palabras si yo, Federico Cipriani, las escribo mañana. ¿Contarían lo mismo? Supongo que no, que toda palabra escrita tiene un tiempo y un instante determinado para contar algo, y que si me las grabo en la cabeza para escribirlas mañana, dentro de un mes o un año, seguro significarían algo diferente.
Hablemos de otra cosa, ¿de qué? De que hoy robé a la empresa para la que trabajo, solo un decir. A lo que me refiero es que no hice casi nada, solo esperar la hora de salida. Muchos días son así, y estoy seguro de que no soy el único que se siente de esa manera.
Muchos días son así cuando no tengo mucho trabajo. Bueno, de hecho si tengo mucho, pero decidí relajarme y pensar lo contrario, y me la pase echando globos todo el día, ese debería ser mi trabajo: pasármela mariqueando todo el santo día.
Alguna vez leí que uno no debe usar tantos gerundios, pero no se me ocurrió otra manera para cerrar el párrafo anterior.
Después del almuerzo me llamo Laura, mi parcera del alma. Hace mucho tiempo me enamoré por completo de ella. Alcanzamos a salir en plan de pareja, besitos por aquí y por allá también, pero la vaina no fluyó. Es raro porque nos queremos como un putas, pero ese entendimiento y ese amor se fueron a la mierda cuando intentamos ser pareja. Supongo que así funcionan la relaciones a veces, y que hay viejas que son como una hermanita perdida.
Laura tenía ganas de ir a cine, y fuimos a Unicentro a ver “La Familia Belier”. Casi me hace llorar esa película, pero me gusta ese tipo de tristeza feliz, un oxímoron que debería crear un nuevo sentimiento, ¿Sí o qué?.
Cuando salimos del cine cogí de la mano a Laura y caminamos así hasta su casa. Cuando nos íbamos a despedir, pensé en darle un pico, pero al final solo la abracé.
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