Eso es lo que siento ahorita, mucho frío. El frío no es bueno ni malo, como siempre todo se resume al punto de vista, existirán aquellos que adoran el frío y aborrecen el calor y viceversa, pero al final nadie tiene la última palabra acerca de cómo deben ser las cosas.
Se supone que el frio acaba con las cosas. Un amigo se va a separar porque su relación se enfrió, pero igual el calor también achicharra las cosas y termina por consumirlas. Supondría uno entonces que lo mejor sería andar en una zona tibia, para así alejarnos de esos extremos que congelan o queman cualquier asunto en nuestras vidas.
Tal conducta sólo le apostaría al conformismo, pues lo que creo que ocurre es que en realidad tenemos miedo de irnos hacia los extremos, pues sabemos que el calor o el frio nos esperan con los brazos abiertos. Por eso preferimos andar tibios, conducta que nos lleva a la indiferencia y al letargo, es decir, a vivir como zombies que no cuestionan nada, y que se dejan llevar a punta de los empujones (me parece mejor la palabra trancazos) que nos da la vida.
Quemarnos o congelarnos tiene su lado positivo, pues seguramente son estados que aparte de las cargas emocionales con las que irrumpen, nos hacen sentir vivos.
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